Era una preciosa mañana y el sol comenzaba a calentar el oasis cuando la joven recogía el agua en su cántaro. El relincho de un caballo rompió el silencio. Un joven, de porte decidido pero con su rostro bañado de sudor, se acercó con paso firme.
-Podrías darme un poco de agua?- pregunto él; con voz serena, pero sus ojos se posaron en la joven.
Ella sin mirarlo a los ojos y sin bajarse el velo que cubría gran parte de su rostro, asintió y con manos temblorosas le ofreció el agua al joven. Sus ojos marrones claros, se cruzaron con los del joven por instantes fugaces.
-Su caballo es hermoso -dijo ella admirando el pelaje brillante color azabache del animal.
-Si es hermoso y obediente -respondio él.
La joven trato de esconder el miedo que la asaltaba.
Después de todo estaba solo en medio de un oasis que conocía muy bien; pero ahora era diferente... No estaba sola y nunca antes había tenido contacto alguno con desconocidos. Sus padres siempre le aconsejaron que no confiara en las personas que no conocía.
El joven acepto el agua y, mientras bebía, observaba con discreción a la joven quien parecía estar sumida en sus pensamientos.
La tensión flotaba en el aire, entre la desconfianza y una atracción inexplicable.
Una brisa batió suavemente y el velo de la joven se movió levemente permitiéndole a él x un instante admirar la belleza que se escondía.
Después de un silencio que parecía eterno entre miradas y pensamientos.
El joven hablo:
-Cómo te llamas?
-Amira -respondio ella con un tono suave, evitando mirarle directamente a los ojos.
-Yo soy Amram -dijo él, inclinando la cabeza con respeto. Eres del pueblo? No te había visto antes x aquí.
Amira asintió con timidez, sus dedos aferrados al cántaro. -Sí, soy del pueblo -murmuró, mirándolo a los ojos x breves instantes e inquieta bajo su velo.
Él noto su nerviosismo.
Pero antes de que pudiera decir algo más, el sonido de unos cascos y una voz grave interrumpió el momento:
-Mi señor, su majestad requiere de su presencia.
Él se volteo y miro a la joven x última vez y le sonrió con gratitud.
-Fue un placer conocerte y gracias x todo, Amira, dijo él.
Ella asintió tímidamente.
El joven monto su caballo, el cual relincho impaciente, y se alejo con su séquito.
Amira quedó sola, observando como la figura de aquel hombre se perdía entre las dunas, con el corazón latiendo rápido y mil preguntas en la cabeza.
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