Esa noche, mientras Amira dormía, unos susurros suaves invadieron su sueño:
—En el fondo del río del oasis está la respuesta a tus orígenes...
—¿Qué eres? —murmuró Amira al Tahet.
La piedra vibró suavemente y una voz misteriosa emergió de su interior:
—Conozco los misterios de tu linaje. Pregúntame, hija del agua.
—¿Quién soy realmente? —susurró Amira, llena de emoción y miedo.
La piedra titiló con luz propia y respondió:
—Eres guardiana de secretos antiguos, y solo tú puedes abrir el camino al futuro…
Al despertar, el eco de la voz seguía resonando en su mente. Amira se sentó en su cama, desconcertada y con el corazón acelerado. Miró a su alrededor, preguntándose si acaso había sido real.
—¿Qué habrá querido decir ese sueño? —susurró para sí misma, sintiendo la intriga y la incertidumbre apoderarse de su ánimo.
El enigma la acompañaría todo el día, llenando su mente de preguntas y un nuevo brillo de curiosidad en su mirada.
Esa mañana el sol brillaba sobre Enikam, y mientras Amira y su madre recorrían las calles repletas de colores, entre los puestos de fruta y especias, Amira no pudo evitar compartir lo que aún rondaba en su mente.
—Mamá, ¿te has dado cuenta de lo diferente que se siente el pueblo hoy? —dijo Amira, observando a los comerciantes discutir alegremente.
Su madre sonrió, tomando su mano con suavidad.
—Cada día aquí es nuevo, hija. Aunque lo que llevamos dentro siempre nos acompaña.
Amira dudó un instante y murmuró:
—Esta mañana soñé algo extraño… escuché una voz que hablaba del oasis y de nuestros orígenes.
La madre la miró preocupada por un momento, pero luego se inclinó hacia ella con ternura, intentando disimular su inquietud:
—Los sueños a veces no quieren decir nada, Amira. Disfruta de los aromas y los colores. El resto lo resolveremos juntas dijo intentando hacer que su hija pensará en otra cosa.
Y así, continuaron su paseo, mientras las voces y los sonidos del mercado se entrelazaban con sus propios pensamientos y secretos.
Avanzando entre los puestos, Amira y su madre se detenían a admirar especias exóticas y frutas frescas.
—Mira, mamá, ¡esas granadas son enormes! —exclamó Amira, maravillada.
—Escoge las que más te gusten, hoy podemos darnos un pequeño gusto —respondió su madre, sonriéndole.
Mientras Amira elegía la fruta, un comerciante les ofreció probar dátiles.
—Buenos días, señoras, ¿quieren probar los mejores dátiles del oasis? —dijo el hombre con una sonrisa amable.
Tras una jornada llena de emociones y encuentros inesperados, regresaron a su hogar con las bolsas llenas y el corazón agitado.
Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, el príncipe Amram aguardaba con impaciencia. A lo lejos apareció Maroum, su amigo de la infancia y ahora guerrero, tras años de separación. Amram corrió con alegría a su encuentro; se abrazaron fuerte, entre risas y palmadas en la espalda, recordando juntos antiguas aventuras y celebrando un futuro de amistad y lealtad renovadas.
Amram, sonriendo ampliamente, dio unas palmadas en la espalda de Maroum:
—¡Por fin estás de vuelta, hermano! El reino no ha sido igual sin tus ocurrencias ni tus hazañas.
Maroum rió fuerte: —Y yo sin tus historias de mercado y las fiestas prohibidas del palacio. ¿Sigues escapando para probar los dulces de Enikam?
Amram levantó una ceja, fingiendo seriedad: —Estas calles solo son seguras si tú vuelves a vigilarlas. ¿Cómo va la vida de guerrero?