Lo que no se perdona 1

Rendirse o luchar?

Samgar salió de su hogar con el aroma del té y el calor de los abrazos aún frescos en su memoria. Caminó con paso firme hasta su destino. Cuando cruzó las puertas del Castillo el Sol ya iluminaba los altos muros. Y él sabía que nuevas decisiones y desafíos lo esperaban adentro, pero el recuerdo de las palabras de su hija le daba fuerzas para enfrentarlos.

Al entrar en la sala donde se llevaría a cabo la reunión encontró la corte envuelta en un ambiente tenso. Nobles y consejeros murmuraban en grupos, mientras los generales afinaban los últimos detalles antes de la batalla programada para esa tarde. El aire estaba cargado de nerviosismo, pero también de determinación; cada gesto, cada palabra, reflejaban el peso de la inminente decisión.

Todos sabían que la última reunión antes del combate sería crucial, y muchos buscaban fuerzas en sus líderes, aguardando el momento en el que el destino del reino se pondría a prueba.

Poco tiempo después...

En la gran Sala del Palacio, todos guardaron silencio cuando los líderes tomaron la palabra. El Rey Jacob se puso de pie, su mirada firme recorriendo a cada uno de los presentes. A su lado, el Príncipe y los consejeros asistieron solemnemente.

Jacob (con voz clara): Hoy defenderemos no solo nuestro reino, sino también su futuro y la esperanza del pueblo. La batalla se librará esta tarde, y confío en el valor de cada uno de ustedes. Hemos preparado estrategias, hemos recordado nuestras historias y, ante todo, estamos unidos como uno solo.

El Rey le dió la palabra al Príncipe:

Amram: No permitiremos que el miedo sea más grande que nuestra fe. Pelearemos x nuestras familias, x nuestros amigos y x la paz que merecemos.

Con cada palabra, la determinación de la corte crecía. Todos sabían que pocas horas los separaban del destino del reino, pero en ese instante sintieron que, pase lo que pase, estarían unidos, con dignidad y coraje.

Pasaron las horas tras la reunión y, cuando llegó la tarde, la tensión era palpable. Contra lo que muchos esperaban, el Rey no encabezó a sus tropas. En su lugar, envío a su hijo, el futuro Rey, quien debía demostrar su valor y liderazgo frente a todo el reino. Así, el destino de la batalla y la esperanza del pueblo quedaban en las manos de la nueva generación.

El Príncipe portando la armadura real y la responsabilidad del futuro en sus hombros, salió al frente de sus tropas, mientras el pueblo lo observaba desde lejos con respeto y esperanza.

El Rey desde los balcones del palacio, siguió cada movimiento de su hijo, con el corazón dividido entre orgullo y temor.

"FIN DEL CAPITULO 3".




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