Alicia tenía 20 años, y aunque muchos pensaban que su vida era perfecta, sabía que estaba atrapada en una rutina que la ahogaba. Su relación con Marcos, su novio de 22 años, se había vuelto una cuerda floja. Habían estado juntos por tres años, pero últimamente la distancia entre ellos era más evidente. Las conversaciones eran más cortas, los gestos más fríos. No era amor lo que sentía por él en esos momentos, solo una familiaridad de la que no sabía cómo escapar.
Marcos, por su parte, no era una mala persona. Pero su mundo parecía girar en torno a sí mismo, y aunque la quería, su amor nunca fue lo suficientemente profundo como para sostener la relación. Sin embargo, Alicia se aferraba a la idea de que las cosas podían mejorar. Después de todo, las relaciones pasaban por altibajos, ¿no?
Una tarde, mientras paseaban por el parque, Marcos le dijo algo que la sorprendió:
—Creo que ya es hora de que conozcas a mi padre.
Alicia lo miró, desconcertada. Sabía que Marcos tenía un padre imponente, un hombre de 40 años que había logrado un éxito impresionante en su vida. Había oído hablar de él, pero nunca le había mostrado demasiado interés. Sin embargo, la invitación parecía una especie de rito de paso. Era como si él quisiera mostrarle algo más de su mundo, algo más allá de la burbuja de su relación.
—¿Tu padre? —preguntó Alicia, sin poder ocultar la duda en su voz.
Marcos asintió, con una sonrisa en el rostro.
—Sí. Creo que ya es hora. Nos ha invitado a su casa este fin de semana.
Aunque Alicia no estaba segura de qué esperar, aceptó la invitación. Algo en el tono de Marcos la hizo sentir que había más en juego de lo que él había revelado.