Al día siguiente, Alicia se preparó con esmero, eligiendo cuidadosamente su ropa, consciente de que este encuentro con Gabriel no sería como cualquier otro. Aunque intentaba convencer a su mente de que era solo una charla casual, algo en su interior le decía que las reglas de esa conversación serían diferentes.
Cuando llegó al club, Gabriel ya estaba allí, esperándola en una mesa apartada. Su figura destacaba entre la multitud, aún más imponente bajo la luz suave de la tarde. Él levantó la vista cuando Alicia se acercó, y su sonrisa fue un reflejo de una satisfacción contenida.
—Hola, Alicia —dijo, su voz tan suave como la última vez, pero esta vez con un matiz que ella no pudo identificar.
Se sentó frente a él, y el aire entre los dos parecía cargado de una tensión palpable. Aunque las palabras eran suaves y educadas, Alicia podía sentir cómo sus corazones latían al mismo ritmo, como si ambos supieran que algo más estaba sucediendo en ese momento.
—Me alegra verte —comentó Gabriel, observándola con una intensidad que hizo que Alicia se sintiera incómoda, pero de una forma extraña, agradable.
—Gracias por invitarme —respondió ella, notando cómo su voz sonaba más baja de lo habitual, como si hubiera algo más detrás de las palabras.
Se hicieron preguntas triviales al principio: sobre el trabajo, los estudios, las cosas que siempre decimos para romper el hielo. Pero a medida que la conversación avanzaba, Alicia se dio cuenta de que las respuestas de Gabriel estaban cargadas de algo más. Cada una de sus frases parecía tener un doble significado, una insinuación no dicha, una invitación a algo más.
—¿Cómo va tu relación con Marcos? —preguntó él, de repente, con una naturalidad inquietante.
Alicia lo miró sorprendida, no esperaba esa pregunta, pero tampoco parecía tan fuera de lugar, considerando que era su padre.
—Bien, supongo. Hay... hay cosas que debemos resolver —contestó, consciente de la vaguedad de su respuesta. Pero, ¿por qué le importaba tanto a Gabriel? ¿Qué esperaba escuchar?
Él se recostó un poco en su silla, observándola fijamente.
—Las relaciones siempre son complicadas, Alicia. A veces, uno tiene que saber cuándo seguir adelante y cuándo detenerse. —Su voz era baja, pero su mirada intensa.
Alicia tragó saliva, sintiendo cómo la distancia entre ellos se reducía, no físicamente, sino en ese espacio invisible lleno de palabras no dichas. Como si cada uno supiera más del otro de lo que se permitían revelar.
—¿Y tú? —preguntó Alicia, buscando cambiar de tema, aunque en su mente ya comenzaban a aflorar pensamientos más oscuros, más intensos.
Gabriel sonrió ligeramente, su mirada aún fija en ella.
—Yo... a veces es difícil saber lo que uno realmente quiere. Lo importante es no mentirse a uno mismo —respondió, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que Alicia sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
Ella no podía evitarlo. La atracción entre ellos era palpable, casi eléctrica. Y lo peor era que no quería detenerla, no quería alejarse de esa sensación de estar a punto de cruzar una línea que jamás imaginó que se atrevería a traspasa