Narra Gabriel
No podía quitarme la imagen de su rostro. Cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba, con esa sonrisa sutil que había comenzado a volverse un vicio para mí. Alicia tenía esa capacidad de hacer que cualquier conversación se sintiera como un juego de doble filo, algo inalcanzable pero tan cercano al mismo tiempo. En cada mensaje que me enviaba, sentía como si estuviera caminando por una cuerda floja, el precipicio del peligro siempre al alcance de la mano.
Nos vimos una vez más, esta vez sin la excusa de una videollamada, pero algo había cambiado en el aire. Cuando me habló de nuevo, era claro que la conexión entre nosotros ya no era solo de palabras vacías. Había algo mucho más profundo, algo visceral, que no podíamos negar.
Las palabras no eran suficientes para describir lo que ocurría cuando nuestras miradas se cruzaban. Yo estaba más cerca de ella de lo que había estado antes. Y sentía cómo la tensión se acumulaba entre nosotros, como una cuerda tensa que amenazaba con romperse en cualquier momento.
"Creo que deberíamos hablar en persona más a menudo", dijo Alicia un día, con su tono suave pero firme, casi como una invitación envenenada.
"Tal vez, pero sabes lo que eso significa", respondí, mis palabras llenas de una advertencia que ni yo mismo podía entender completamente. Sabía que mi hija se daría cuenta, o que Marcos podría sospechar de algo. El miedo a ser descubierto se mezclaba con la emoción de lo que estaba ocurriendo, creando una combinación peligrosa.
Alicia me miró en silencio por un momento, y fue en ese instante cuando entendí que, al igual que yo, no estaba segura de cómo lidiar con lo que sentía.
La distancia entre nosotros comenzó a desvanecerse, a medida que nuestras conversaciones se volvían más largas, más personales. Los mensajes ya no eran solo sobre el día a día, sobre trivialidades. Había algo más profundo, algo cargado de una tensión casi palpable. Ella me compartía detalles íntimos de su vida, y yo hacía lo mismo, pero había un espacio donde nunca nos atrevíamos a ir. Esa era la línea que ambos sabíamos que no debíamos cruzar.
Pero el deseo creció, y con él, la necesidad de algo más. De algo que no debía ser. De algo que, si lo hiciéramos, no solo destruiría nuestras vidas, sino también todo lo que habíamos construido. No solo era la relación con mi hijo la que estaba en juego. Era la confianza, la moralidad, todo lo que alguna vez consideré inquebrantable.
Un día, mientras estaba en mi oficina, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Alicia. Solo una palabra, pero cargada de una fuerza que casi me paralizó: "Quiero". No dijo lo que quería, solo esa palabra, simple, directa, cargada de promesas y advertencias.
Mis dedos temblaron mientras le respondía. Lo que estaba a punto de hacer no podía deshacerse. El impulso de escribir le respondí casi sin pensarlo, como si fuera el último acto de una vida que ya había decidido que se iría a la deriva. "Yo también". Las palabras salieron de mi boca como un susurro, pero se sintieron como un grito de liberación y condena a la vez.
Las horas pasaron lentas, cada una marcando una espera que me quemaba por dentro. Finalmente, acepté la sugerencia de Alicia de encontrarnos en un lugar neutral. Un café, una zona apartada, lejos de miradas curiosas. No podía evitar la excitación que me recorría al saber que en unos minutos, en cuanto llegara allí, todo cambiaría. Sabía que lo que íbamos a hacer cruzaría una línea que nunca podría deshacer, pero al mismo tiempo, el pensamiento de que todo esto era tan prohibido me atraía más que nada.
Me encontraba en la mesa del café, el corazón golpeando en mi pecho con fuerza. Sentía el peso de la decisión que acababa de tomar, pero no era capaz de arrepentirme. Alicia entró al local, y la vi de inmediato. Su figura, su caminar tan seguro, su mirada al cruzar el umbral... todo en ella me hacía desear lo que no podía tener.
Nos miramos por un largo momento, sin palabras, pero el silencio entre nosotros hablaba más que cualquier conversación previa. Finalmente, Alicia se acercó, sentándose frente a mí. No dijimos nada, pero las palabras sobraban. Solo su presencia, tan cerca de mí, era suficiente para que el deseo me consumiera. Podía escuchar el ritmo acelerado de mi corazón, sentir el aire cargado entre nosotros.
"Sabes lo que está en juego, ¿verdad?" dije finalmente, mi voz rasposa, casi un susurro. "Lo sé", respondió ella, con un leve estremecimiento en su voz. "Pero no me importa". Sus palabras me recorrieron como una corriente eléctrica, y algo dentro de mí se quebró.
Tomé una bocanada de aire, y por un momento, el mundo entero desapareció. Todo lo que quedaba era ella, el deseo, y la inminente caída hacia algo que no podría recuperar. No era solo un juego de atracción. Era algo mucho más oscuro, más profundo. Algo que ambos sabíamos que no debía suceder, pero que al mismo tiempo, deseábamos más que nada.
El miedo y la excitación se mezclaban en un cóctel perfecto, y la pregunta que me atormentaba estaba clara: ¿estaba dispuesto a pagar el precio por lo que estábamos a punto de hacer?
Sabía que, al final, no importaría. Nadie podría entenderlo. Pero lo que sentía, lo que estábamos construyendo juntos, era demasiado fuerte para ignorarlo. Lo prohibido había dejado de ser una barrera. Ahora, era nuestra única frontera.