Lo que no se puede nombrar

Capítulo 13

Narra Alicia

El auto avanzaba por las calles con una calma inquietante. No había música, solo el sonido del motor y el crujir ocasional de las llantas sobre el asfalto. Yo miraba por la ventana, pero mis pensamientos no estaban en el exterior. Estaban atrapados entre lo que acababa de suceder en el café y lo que vendría a continuación. Mi respiración se había acelerado sin que pudiera evitarlo, y las manos se me habían empezado a poner frías. A pesar de estar rodeada por la oscuridad de la noche, sentía que cada paso que dábamos hacia su departamento era más cercano a un precipicio del que no podría regresar.

Gabriel había dicho poco desde que salimos del café. Yo también había permanecido en silencio. ¿Qué podía decir? ¿Qué podía hacer? Cada palabra, cada gesto, cada mirada entre nosotros tenía un peso que no me atrevía a cargar. Sabía que, al igual que él, estaba al borde de algo que ni siquiera podía nombrar.

El aire en el coche estaba cargado, como si ambos supiéramos lo que estaba por ocurrir, pero ninguno de los dos tuviera las palabras adecuadas para romper el hechizo de tensión que se había formado entre nosotros. Cuando llegamos al edificio, apenas me atreví a mirarlo. Él estacionó el coche con una calma que me desconcertaba. Mi corazón latía con fuerza, y lo único que quería era salir de allí, pero mi cuerpo, sin embargo, parecía haberse quedado pegado al asiento, esperando a que diera el siguiente paso.

Gabriel no dijo nada. Solo abrió la puerta del coche y salió con una determinación que me hizo saber que nada podría detener lo que estaba a punto de suceder. Me quedé allí, mirando sus movimientos, notando cómo se aproximaba a mi puerta con esa presencia que me hacía sentir pequeña e indefensa. Al principio, pensé que podría quedarme allí, simplemente salir corriendo, pero algo dentro de mí, algo oscuro, algo prohibido, me impedía moverme.

Mis piernas temblaban al dar el primer paso fuera del coche, y no pude evitar la mirada que lancé a la entrada del edificio. No había vuelta atrás.

Gabriel subió conmigo en el ascensor, y el espacio reducido solo hizo que la tensión aumentara. Podía sentir su presencia a mi lado, su mirada fija al frente, pero sabía que su atención estaba puesta en mí. El ascensor subió lentamente, y con cada piso que subíamos, el silencio se volvía más pesado. Apenas me atrevía a mirarlo, pero sentía su mirada como un peso en mi espalda, como una presión que me mantenía quieta, inmóvil, esperando lo inevitable.

Cuando las puertas del ascensor finalmente se abrieron, Gabriel salió primero, y yo lo seguí, casi como una marioneta siguiendo los hilos invisibles que él había lanzado. Caminamos por el pasillo, y mis pasos se sentían pesados, como si el suelo se hubiera vuelto más denso. Estaba aterrada, pero a la vez, había algo en mi interior que no quería detenerme. Algo que me impulsaba a seguirlo, a cruzar esa línea que, hasta hace tan solo unos momentos, parecía una barrera infranqueable.

Al llegar a su puerta, Gabriel giró hacia mí y, antes de que pudiera reaccionar, me acorraló contra la pared del pasillo. No hubo palabras, solo un destello en sus ojos, un brillo de deseo que se encendió con fuerza. En ese instante, su cuerpo estaba tan cerca del mío que podía sentir el calor de su piel a través de la tela de mi ropa.

“¿Estás segura de lo que quieres?”, preguntó, su voz grave y suave, como si estuviera esperando mi respuesta antes de dar el siguiente paso. No había un solo rastro de duda en él. Lo que yo había decidido, lo que ya estaba hecho, estaba claro para los dos.

Lo miré fijamente, la respiración acelerada, mi cuerpo lleno de sensaciones contradictorias. ¿Por qué estaba tan aterrada? ¿Por qué algo dentro de mí me decía que no debía hacerlo, pero al mismo tiempo no quería que se detuviera? La respuesta, sin embargo, era evidente en mi mirada, en cómo mis labios se abrieron, como si esperaran su contacto.

Gabriel no dijo nada más. Se inclinó hacia mí, sus manos rodearon mi cintura con firmeza, y antes de que pudiera siquiera pensar en moverme, sus labios se estrellaron contra los míos. El beso fue intenso, salvaje, como si ambos supiéramos que, una vez que comenzáramos, no habría marcha atrás. El tiempo se detuvo en ese instante, y todo lo demás desapareció.

Mis manos se aferraron a su camisa, como si mi cuerpo estuviera buscando algo que lo anclara en medio de la tormenta que se desataba entre nosotros. Gabriel respondió al beso con una intensidad que me dejó sin aliento, como si estuviera probando cada centímetro de mi boca, cada suspiro que escapaba de mis labios.

Era como si el mundo entero hubiera desaparecido, y solo existiéramos él y yo, en ese espacio reducido, rodeados por el calor de nuestros cuerpos. Cada roce, cada caricia, era un recordatorio de que ya no había vuelta atrás. Lo que habíamos comenzado ya no podía detenerse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.