Lo que no se puede nombrar

Capitulo 14

Narra Gabriel

La noche estaba en su punto álgido, y el silencio entre nosotros hablaba más que mil palabras. Habíamos cruzado la línea, eso era innegable, pero lo que iba a suceder a continuación ya no dependía solo de mí. Alicia estaba allí, frente a mí, pero había algo más que su belleza inocente que me desbordaba. Era la fragilidad con la que se entregaba, el modo en que sus ojos evitaban los míos, como si no pudiera procesar lo que estaba a punto de suceder.

La habitación estaba tenuemente iluminada, con las sombras jugando sobre sus curvas, dibujando líneas que parecían llamar a mi instinto. En todo este tiempo, había logrado mantener el control, pero ahora… no estaba seguro de cuánto más podría. Sabía que ella no era experta, que su cuerpo no estaba familiarizado con los juegos que el mío había jugado una y otra vez. La conocía lo suficiente como para saber que no estaba completamente lista, que sus miedos podrían desbordarla si no tenía cuidado.

Mi respiración era irregular mientras la observaba, sentada en la cama, con la mirada baja, el aire cargado de esa tensión que no podía disimularse. Sabía que mi acercamiento debía ser suave, que debía darle espacio para respirar, para adaptarse a lo que estaba a punto de ocurrir. Pero todo en mí gritaba que la necesitaba. La deseaba con una intensidad que me asustaba, y, sin embargo, no podía detenerme.

“No tienes que hacer nada que no quieras,” dije, mis palabras como un susurro grave. No estaba seguro de si ella me escuchaba, pero tenía que decirlo. No quería que pensara que estaba presionándola, aunque sabía que mi cuerpo estaba traicionando mis intenciones. Podía ver el destello de incertidumbre en sus ojos, el leve temblor en sus manos, y eso solo alimentaba el fuego en mi interior. Tenía que ser cuidadoso, pero no podía prometer que no perdería el control.

Me acerqué lentamente, observando cómo se tensaba al ver mi movimiento. No era solo el deseo lo que me empujaba, sino la necesidad de conocerla en su totalidad, de explorar la parte de ella que nunca había mostrado, esa parte que ahora estaba frente a mí con una vulnerabilidad tan palpable que me dolía. Podía ver el miedo, y en cierto modo, me sentía culpable por ser la causa de esa ansiedad. ¿Sería suficiente para no asustarla? ¿Sería capaz de darle el espacio que necesitaba sin caer en la tentación de apoderarme de todo lo que era?

Mis dedos rozaron su mejilla suavemente, buscando su mirada. La encontré, y fue como si el mundo se detuviera por un segundo. Sus ojos estaban llenos de dudas, pero también había algo más: una chispa, una respuesta a lo que estaba ofreciendo. Aun así, no podía evitar preguntarme si estaba listo para llevarla tan lejos.

“El miedo es natural,” le dije, tratando de suavizar la atmósfera. “Pero no tienes que temerme.” Mis palabras eran tranquilizadoras, pero la verdad era que yo también tenía miedo. No de lo que iba a pasar, sino de la responsabilidad que implicaba llevarla a un lugar tan profundo, tan prohibido. Sabía que ella era joven, que su experiencia era limitada, y temía que lo que iba a hacer la dejara marcada de alguna manera.

Con delicadeza, me incliné hacia ella, mis labios buscando los suyos en un beso suave, cargado de promesas no dichas. Quería ir despacio, pero el deseo me empujaba a ser más audaz, a robarle más que su aliento, a sumergirnos en un abismo del que no podría regresar. Cada segundo que pasaba en su cercanía me hacía perder la compostura. Mis manos, que antes habían sido cuidadosas, comenzaron a explorar más de su cuerpo, sintiendo su delicadeza bajo mis dedos, sus reacciones tímidas que me dejaban claro cuánto más debía esperar.

Ella respondió al beso, aunque con cierta inseguridad, y eso me hizo detenerme por un instante. No quería que se sintiera presionada, pero su cuerpo ya estaba reaccionando a mi toque. Cada movimiento, cada suspiro, me decía que había algo más, algo más profundo que simplemente el deseo físico. Había una conexión, una curiosidad mutua, una exploración de los límites que ambos teníamos.

Mi mano comenzó a deslizarse por su espalda, subiendo lentamente hasta llegar a su cuello, donde me detuve por un momento, sintiendo la suavidad de su piel. No quería apresurar nada, pero el control era cada vez más difícil de mantener. El juego previo había sido necesario, pero ahora el cuerpo de Alicia pedía más. Sus respiraciones se volvían más profundas, su cuerpo más cercano al mío, y la sensación de su calor me envolvía completamente.

Me separé un poco de ella, mirándola a los ojos, buscando una señal, un indicio de que estaba lista para lo que venía. No quería que la intensidad de mi deseo la asustara. Quería que ella fuera capaz de tomar este paso con la misma decisión que yo, aunque sabía que tal vez no estaba completamente preparada. Su juventud, su inexperiencia, me hacían sentir una mezcla de posesión y protección.

“Dime si quieres que me detenga,” susurré, pero sabía que no lo haría. No lo podía hacer. Ya no.




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