Narra Alicia
El aire en la habitación parecía haberse detenido, como si todo el mundo estuviera esperando el momento en que finalmente se quebrara la línea que nos separaba. La tensión era palpable, densa, y me envolvía en una especie de torbellino que me impedía pensar claramente. Mi cuerpo estaba atrapado en una contradicción, entre la necesidad de dar un paso atrás y la irrefrenable atracción que me impulsaba a acercarme más, a entregarme a lo que, en algún rincón oscuro de mi mente, sabía que no debía.
Gabriel estaba tan cerca de mí que podía sentir su respiración, cálida y profunda, como un latido que marcaba el ritmo de algo mucho más grande que ambos. Mis manos, temblorosas, buscaban un punto de apoyo, un resquicio donde aferrarme a la cordura que me estaba abandonando. Había algo en él, en su presencia, que desbordaba todo lo que conocía, que hacía que todo lo demás pareciera irrelevante.
Cuando sus labios finalmente encontraron los míos, el mundo se redujo a un simple latido. El roce, tan suave al principio, me hizo sentir una oleada de sensaciones. Su beso era cálido, pero había algo en él, en su firmeza, que me desarmaba poco a poco. Mis labios se movieron contra los suyos, aunque de forma cautelosa, como si no quisiera romper el hechizo que se había creado. Era como si, en ese instante, todo lo que había sido mi vida hasta ese momento se desvaneciera, y solo quedáramos él y yo, atrapados en un momento suspendido.
Mis manos se deslizaron por su pecho, la firmeza de su cuerpo bajo mis dedos me hizo sentir algo que nunca había experimentado. Había algo en él que me hacía sentir… pequeña, vulnerable, pero también ansiosa, deseosa de más. Mis pensamientos comenzaban a disiparse, pero el miedo, ese pequeño rastro de incertidumbre, seguía ahí, anclado a mis entrañas.
No estaba segura de qué estaba pasando. Mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente, como si supiera lo que quería incluso cuando mi corazón gritaba que no debía seguir. El roce de su piel, la sensación de su calor rodeándome, era suficiente para hacerme olvidar el control, pero una pequeña voz en mi cabeza me decía que todo esto era una locura. Gabriel no era solo mi novio… era el padre de su hijo, y yo era su chica de veinte años, joven e inexperta. Mis manos se aferraron a su camisa, sintiendo el poder de su cuerpo bajo la tela, el músculo que se tensaba con cada movimiento. ¿Cómo podía alguien tan imponente ser tan… provocador?
Me separé de él, aunque mi cuerpo no quería hacerlo. Miré sus ojos, buscando alguna señal, algo que me dijera que aún podíamos detenernos, que aún había una manera de escapar antes de que fuera demasiado tarde. Pero lo único que vi en su mirada fue más deseo, un deseo que, en lugar de amedrentarme, me invitaba a ceder, a perderme en él.
“¿Estás segura de esto?” su voz era grave, casi como si estuviera luchando consigo mismo, como si tuviera miedo de que me arrepintiera. No sabía qué responder, porque la verdad era que no estaba segura. Pero algo dentro de mí, algo profundo, me decía que ya no podía echarme atrás. Mi cuerpo, que temblaba de anticipación, no me dejaba pensar. Mis labios se encontraron nuevamente con los suyos, y esta vez, no fue suave. Fue como si ambos supiéramos que estábamos cruzando una línea invisible, pero que, de alguna manera, ya no había marcha atrás.
Mi respiración se volvió errática mientras sus manos recorrían mi espalda, tocándome de una manera que me hacía sentir viva, tan intensa que me dolía. Cada roce, cada toque me enviaba oleadas de electricidad por todo el cuerpo. Era como si cada parte de mí estuviera alerta, esperando algo que no sabía si podría manejar. Mis piernas, que antes se sentían fuertes, ahora parecían flaquear bajo el peso de mi propio deseo.
Cuando sus manos bajaron a mi cintura, sentí el poder de su toque. Era firme, seguro, y me dejaba saber que él sabía lo que hacía. Yo, por otro lado, me sentía torpe, insegura, como si todo fuera una especie de juego peligroso. Pero el deseo era más fuerte que cualquier pensamiento racional. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío, y mi mente, al igual que mi cuerpo, cedió.
El sonido de su respiración, bajo y controlado, era lo único que se escuchaba en la habitación. Me arrastraba a un abismo que, en mi inocencia, no sabía si podía controlar. Me sentí atrapada entre el miedo y la necesidad de seguir, de explorar lo que sucedía, lo que quería que sucediera. Todo lo que había experimentado hasta ahora palidecía en comparación con lo que mi cuerpo estaba comenzando a conocer.
Era confuso, abrumador, y al mismo tiempo, terriblemente emocionante. Gabriel estaba allí, tan cerca, tan presente, que me era imposible pensar en otra cosa que no fuera él. Sus manos me hacían sentir cosas que nunca había sentido, que nunca había permitido que me pasaran. ¿Era esto lo que significaba estar viva? ¿Esto era lo que había estado esperando sin saberlo?
La noche había comenzado, y con ella, mis límites, mis miedos, todo lo que me había definido hasta ahora, empezaban a desvanecerse. Solo quedábamos nosotros dos, entrelazados en un deseo incontrolable.