Narra Alicia
El aire en la habitación era espeso, denso de un deseo que ninguno de los dos podía negar. Mis manos, que antes temblaban de incertidumbre, ahora estaban firmes sobre su pecho, como si cada segundo de duda se desvaneciera lentamente. Todo lo que sentía en ese momento era él. Su presencia me envolvía, me llamaba, me hacía olvidar cualquier otra cosa que no fuera la tensión palpable entre nosotros.
Miré sus ojos, y allí estaba. Ese fuego incontrolable que ardía, ese deseo que había estado creciendo en ambos desde el primer momento. Pero también había algo más, algo más profundo. El deseo de entender, de explorar, de rendirme a lo que mis instintos me decían, sin filtros, sin reservas.
Fue entonces cuando las palabras salieron de mis labios, sin pensarlo, sin freno alguno.
“Enséñame a complacerte,” dije, mi voz un susurro apenas audible, pero suficiente para romper la barrera que nos había mantenido a una distancia que, aunque deseada en momentos, ya no tenía cabida.
La frase quedó suspendida en el aire entre nosotros. Mis ojos no se apartaron de los suyos, observando la reacción que provocaban mis palabras. Mi corazón latía con fuerza, y aunque una parte de mí quería arrepentirme, la otra deseaba más, deseaba entregarme a lo desconocido, a lo que él podría enseñarme.
Gabriel se quedó quieto por un momento, sus ojos fijos en mí, como si buscara leer algo más en mi rostro. No dijo nada al principio, pero la intensidad de su mirada me decía que entendía, que había escuchado lo que había dicho, que ahora, de alguna manera, todo estaba por cambiar.
Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
“Esto es lo que quieres, Alicia?” Su voz estaba cargada de un tono grave, profundo, que me hacía sentir más vulnerable y, al mismo tiempo, más poderosa.
Lo único que pude hacer fue asentir, aunque en mi interior una corriente de incertidumbre se mezclaba con la necesidad de avanzar. Sabía que, al decir esas palabras, algo en mi vida iba a cambiar para siempre. Pero en ese momento, el deseo se apoderaba de todo lo demás.
Gabriel se acercó nuevamente, sus manos firmes y seguras mientras me rodeaban, guiándome hacia él. Me sentí atraída por su fuerza, por la manera en que me tomaba, como si mi cuerpo y mi alma estuvieran sincronizados con él en un idioma que no requería palabras. El deseo entre nosotros era palpable, y aunque mi mente trataba de aferrarse a la duda, mi cuerpo ya había decidido seguir el camino que él había trazado.
“Voy a mostrarte, Alicia,” dijo, su voz ahora más suave, pero no menos decidida. “Te voy a enseñar lo que significa perderse en esto.”
Las palabras eran firmes, pero de una manera que me hizo sentir segura, como si, aunque estuviera al borde de lo prohibido, él estuviera allí para guiarme, para darme todo lo que necesitaba, incluso si ni yo misma sabía exactamente qué era eso.
Sentí sus manos moverse con certeza, pero no había prisa. Todo en él era control, pero también una invitación a perderse en el momento. Estaba allí, conmigo, y en ese instante sentí que el mundo se reducía a solo nosotros dos, a nuestras respiraciones entrecortadas, al roce de la piel, a la complicidad de ese deseo compartido. No importaba lo que pudiera haber después, no importaba si estábamos cruzando una línea que nunca volveríamos a poder deshacer. En ese segundo, todo lo que quería era seguir.