Narra Alicia
Han pasado varias semanas desde aquella noche. Los encuentros con Gabriel se han vuelto más frecuentes, pero también más complicados. A pesar de que cada momento con él ha sido intenso, lleno de deseo y emoción, la culpa ha comenzado a infiltrarse en mi mente. Lo que comenzó como una chispa de atracción y pasión se ha transformado en algo más profundo, algo que no puedo ignorar, pero tampoco puedo compartir con nadie.
Hoy, Marco, mi novio, me ha invitado de nuevo a cenar en casa de su padre. La idea de pasar una noche tranquila con él me parecía lo correcto, lo esperado. El tipo de relación que he conocido hasta ahora, la que la gente espera de mí. Pero a medida que avanzaban los días, la situación con Gabriel seguía rondando mi mente.
La cena comenzó como cualquier otra. Marco estaba suelto, relajado, charlando como siempre. Sin embargo, la tensión en el aire era palpable. Gabriel no estaba presente, su cabeza estaba en otro lado, ido. Cada palabra que Marco decía, cada sonrisa, se desvanecía frente a la imagen de Gabriel en mi mente. Sabía que lo que sentía por él era innegable, pero la culpa comenzaba a consumir mis pensamientos. ¿Qué hacía aquí, en esta casa, con Marco, mientras mi corazón y mi cuerpo deseaban algo completamente diferente?
La cena avanzaba lentamente, el ruido de los cubiertos y la conversación amortiguada por la ansiedad que se acumulaba en mi pecho. Fue después del postre cuando todo se desbordó.
Mientras Marco estaba en la cocina, Gabriel me envió un mensaje, como lo hacía siempre, lleno de emojis y palabras juguetonas. Sentí mi corazón latir más rápido al leerlo. No podía evitarlo, ya no podía. Volví a mirar el teléfono y, en ese momento, sentí una mano sobre mi pierna.
El contacto era suave al principio, pero a medida que su mano se deslizaba por mi muslo, la sensación de tensión y deseo se apoderó de mí. Mi respiración se aceleró, y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. No podía dejar de pensar en él. Pero entonces, la puerta de la cocina se abrió, y Marco entró en la habitación.
Lo vi detenerse por un momento. El aire se congeló. Sus ojos recorrieron la escena, captando lo que había sucedido. No hizo una palabra, pero su expresión lo decía todo. Algo había cambiado, y por fin lo había notado. La tensión que se había acumulado entre nosotros se volvió insoportable.
Yo traté de reaccionar, de explicar, pero las palabras no salían. Sabía que lo que había hecho era un error, pero no podía evitarlo. La atracción por Gabriel era algo que no podía controlar. Y en ese momento, mientras veía la mirada de Marco, entendí que las consecuencias de mis acciones llegarían tarde o temprano.