Lo que no se puede nombrar

Capítulo 19

Narra Marco

El sonido del viento soplaba con fuerza mientras me sentaba en el sofá, los ojos clavados en la televisión, pero mi mente estaba en otro lugar. En ella. En Alicia. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido en la cena. Aquella mirada fugaz que intercambiaron mi padre y ella, el roce que no era un simple accidente, la tensión palpable que se había apoderado de nosotros.

Me esforzaba por mantener la calma, por aferrarme a la realidad, pero todo lo que podía ver era lo que había pasado antes, la escena que se había desplegado ante mis ojos. El tacto de su piel bajo sus dedos, su expresión distraída por la pantalla del teléfono, la forma en que su cuerpo había reaccionado cuando el la toco. Algo había cambiado. Algo había sido roto. La duda, la inseguridad, y una mezcla amarga de celos y tristeza me invadían.

Pero lo que más me molestaba no era solo eso, sino el hecho de que no podía entenderlo. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo podía ser que, después de todo este tiempo, después de la confianza que había construido, algo así sucediera? Alicia había sido siempre mi mundo, mi estabilidad, la persona en la que confiaba. Nunca imaginé que algo podría hacernos tambalear de esta forma.

El teléfono vibró, y mi respiración se aceleró al ver su nombre en la pantalla. Era un mensaje de Alicia, y aunque lo leí varias veces, no lograba comprender del todo lo que me decía. Algo en su tono, algo en sus palabras, me hacía sentir que había una distancia invisible, una pared que se había levantado entre nosotros. No era la misma Alicia de siempre. No la misma que me había prometido estar a mi lado. ¿Qué había cambiado?

Me levanté de golpe, mi cuerpo tenso, y comencé a caminar de un lado a otro. Quería saber la verdad, pero las palabras se me atragantaban. Cada vez que pensaba en lo que había visto entre ella y Gabriel, una parte de mí se llenaba de rabia. La imagen de ella mirando su teléfono distraidamente mientras el toque de mi padre sobre su pierna la hacía reaccionar me quemaba. No era celos lo que sentía, era una sensación más profunda, más dolorosa. La traición. La incertidumbre. La sensación de estar siendo dejado de lado por alguien que pensaba que jamás me haría esto.

Decidí que tenía que hablar con ella. No podía seguir esperando a que el silencio nos consumiera. Tenía que enfrentarla, tenía que saber qué estaba pasando. Porque este no era solo un simple desliz, esto era algo mucho más grande, algo que no podía ignorar. Y aunque sabía que la conversación no iba a ser fácil, no podía quedarme callado. No podía seguir viviendo en esta tormenta interna sin encontrar respuestas.

Cuando llegué a su departamento, sentí el peso de todo lo no dicho. La puerta se abrió y, al verla, supe que el momento había llegado. Sus ojos, esos ojos que tanto conocía, ya no brillaban con la misma certeza. Algo había cambiado, algo que ni ella ni yo podíamos negar. Y, aunque mi corazón seguía doliendo, sabía que no había vuelta atrás.




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