Narra Alicia
El peso de la decisión que había tomado me seguía acompañando, pero una parte de mí sentía alivio. Había liberado algo dentro de mí. No podía seguir viviendo una mentira, y eso, aunque doliera, era lo que necesitaba hacer. Había dejado a Marco, y ahora me encontraba frente a una nueva encrucijada. La verdad es que sabía lo que quería, y eso me llevó directo a su puerta.
El timbre sonó en su departamento, y el sonido retumbó en mis oídos. No había vuelta atrás. El momento había llegado.
Gabriel abrió la puerta y me miró de inmediato, sus ojos siempre tan intensos. La mirada en su rostro era de sorpresa, pero al mismo tiempo de algo que ya sabía, algo que compartíamos en silencio.
—Alicia… —susurró, apenas moviendo los labios, como si al decir mi nombre supiera todo lo que estaba por pasar.
No tenía que decir nada más. Mis pasos hacia él fueron rápidos, decididos. Todo lo que había guardado, toda la tensión que había sentido durante semanas, se desbordaba en mí. Me lancé a sus brazos sin pensarlo, sintiendo el calor de su cuerpo rodeándome.
Las palabras sobraban, ya no necesitaba explicaciones. Me besó con urgencia, y en ese beso, todo se desvaneció: las dudas, el miedo, la culpa. Solo existía el deseo, y era lo único que importaba. Mis manos recorrían su espalda, apretando su torso musculoso, mientras mis labios se perdían en los suyos.
Entramos a su departamento sin dejar de besarnos, y fue como si el mundo ya no tuviera importancia. El deseo nos envolvía, nos cegaba. Cada roce, cada suspiro, cada caricia se sentía como una necesidad inmediata. No importaba lo que hubiera dejado atrás, ni las consecuencias que vendrían. Solo quería estar con él, con Gabriel.
La noche avanzó rápidamente, el tiempo se desvaneció entre las sombras de la pasión que compartimos. Todo parecía haber sido planeado por el destino, como si nuestras almas estuvieran predestinadas a encontrarse en ese instante, en ese lugar. No era solo sexo. Era algo más profundo, algo que se sentía en cada caricia, en cada mirada compartida.
Al final de la noche, mientras estábamos acostados, el cansancio y la satisfacción nos envolvían. Estaba recostada sobre su pecho, escuchando su respiración profunda y constante. Fue entonces cuando su voz rompió el silencio.
—¿Qué pasa, Alicia? —preguntó en tono suave, pero con una leve preocupación en sus ojos.
Lo miré por un momento, sintiendo cómo el peso de lo que acababa de hacer me alcanzaba. Finalmente, me incorporé ligeramente y lo miré a los ojos.
—Dejé a Marco —dije, sin rodeos. La confesión salió de mí como una verdad irrefutable, una necesidad de ser honesta con él, aunque no estuviera segura de lo que él pensaría de mi decisión. No me sentía culpable, pero sí temía lo que Gabriel pudiera decir o hacer después de escuchar esas palabras.
Gabriel me observó en silencio por un largo rato. Sus ojos eran intensos, casi como si estuviera analizando cada palabra que acababa de decir. La tensión creció entre nosotros. Algo dentro de mí se tensó, sin saber si lo que estaba a punto de escuchar me gustaría o no.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Gabriel habló con una voz que no pude descifrar del todo.
—¿Y qué quieres que haga con eso? —su tono era calmado, pero en sus ojos había algo que me hizo sentir vulnerable, como si estuviera esperando una respuesta que tal vez no estaba preparada para dar.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus palabras. No sabía si la pregunta era un reproche o una simple duda, pero algo en su voz me hizo dudar. Sabía que Gabriel no era un hombre fácil de leer, pero en este momento, su respuesta me resultaba desconcertante.
—No lo sé… —susurré, mirando al suelo, sintiendo una pequeña punzada de incertidumbre. «¿Qué esperaba de él?»
Él se sentó, dejando que el silencio llenara la habitación por unos segundos. Luego, se pasó una mano por el cabello y me miró con una intensidad renovada.
—No tienes que saberlo. —Su tono fue suave, pero había algo más en él. «Pero yo no soy el tipo de hombre con el que puedas hacer lo que acabas de hacer sin pensar en lo que realmente significa.»
La respuesta me desarmó. No estaba segura de si hablaba de mí, de Marco o de nosotros dos, pero entendí que algo en este juego ya había cambiado. Gabriel no estaba dispuesto a seguir con esto como si fuera algo casual, algo pasajero.
—No te preocupes por mí, Alicia. —Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, mirando hacia el horizonte. «No sé qué sigues buscando, pero ya no estoy aquí para ser parte de algo que no sabes manejar.»
Mis palabras se atoraron en mi garganta. No había forma de responder, de justificarme, de arreglar lo que acababa de pasar entre nosotros. Algo había sucedido en el aire entre Gabriel y yo. El deseo nos había unido, pero la realidad de nuestras decisiones parecía separarnos nuevamente.