Lo que no se puede nombrar

Capítulo 26

Narra Gabriel

Después de que Alicia se fue, el silencio de mi apartamento se volvió ensordecedor. La dejé marchar sin más, pero su presencia seguía impregnando cada rincón del lugar, como si hubiera dejado parte de ella aquí, como si hubiera plantado una semilla que no dejaba de crecer dentro de mí.

Me serví un vaso de whisky, el líquido ámbar reflejando las luces de la ciudad que se colaban por las ventanas. Di un sorbo, dejando que el calor descendiera lentamente por mi garganta mientras intentaba ordenar mis pensamientos. Había algo en ella que me desarmaba, algo que me llevaba a cruzar líneas que juré no cruzar nunca.

Alicia era fuego. Fuego joven, vivo, indomable. Un fuego que me consumía, que me hacía olvidar todo lo demás. Pero también era un peligro, una prueba constante de mis propios límites. Mi propia debilidad.

Volví a pensar en lo que había pasado esta noche. En su confesión, en su decisión de dejar a Marco. En cómo me había mirado, vulnerable pero desafiante, como si esperara algo de mí que ni siquiera yo podía garantizar.

Y ahora estaba solo, atrapado entre lo que deseaba y lo que sabía que debía hacer. Entre lo que mi corazón me pedía y lo que mi conciencia me recordaba con insistencia. No podía apartar la imagen de ella de mi mente: su rostro iluminado por las luces de la calle mientras la llevaba de vuelta a su casa, el temblor en su voz al decirme que había terminado con Marco, el brillo en sus ojos cuando buscaba algo más que palabras en mi respuesta.

El problema era que yo no sabía qué podía ofrecerle.

Apoyé la cabeza en el respaldo del sofá y cerré los ojos, dejando que las imágenes de ella me invadieran una vez más. La veía en cada detalle: sus manos tímidas que luego se tornaban decididas, su respiración acelerada, su risa nerviosa cuando trataba de ocultar su falta de experiencia, y la forma en que me miraba, como si yo fuera el único hombre en el mundo.

La verdad era que, por mucho que intentara negarlo, Alicia había empezado a desarmarme. Había algo en su vulnerabilidad, en su necesidad de explorarse a sí misma y de buscar algo más allá de lo que tenía, que me recordaba a una versión más joven de mí mismo. Esa versión que se había perdido hace años, enterrada bajo las decisiones, las responsabilidades y el cinismo que vienen con el tiempo.

Pero Alicia no era solo una ilusión pasajera. Ella era real. Y era peligrosa.

Me levanté del sofá y caminé hacia la ventana. La ciudad brillaba como un tapiz infinito de luces, cada una contando una historia distinta. Me pregunté cuántas de esas historias estaban tan llenas de contradicciones como la mía.

El sonido del teléfono vibrando en la mesa interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje. De ella.

"¿Puedo verte mañana?"

Mi pecho se apretó al leerlo. Sabía lo que significaba esa simple pregunta. Sabía que abrirle la puerta nuevamente era cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás. Pero también sabía que no podía decirle que no.

Mis dedos se movieron sobre la pantalla, casi como si tuvieran voluntad propia.

"Ven a las 8."

Leí el mensaje antes de enviarlo, dudando por un instante, y luego lo envié. Me quedé mirando la pantalla, esperando... y su respuesta no tardó en llegar.

"Estaré ahí."

El whisky ya no bastaba para calmar la tormenta dentro de mí. Dejé el vaso sobre la mesa y caminé hasta mi habitación, quitándome la camisa por el camino. Me tumbé en la cama, mirando al techo, intentando no pensar demasiado en lo que acababa de hacer.

Sabía que Alicia merecía más. Merecía alguien que pudiera darle estabilidad, que pudiera ofrecerle algo más allá de encuentros furtivos y emociones prohibidas. Pero al mismo tiempo, sabía que yo no era ese hombre. Y aún así, no podía mantenerme alejado de ella.

Mañana vendría. Y yo la recibiría. Aunque supiera que, con cada decisión que tomaba, me estaba acercando más y más al abismo




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