El lugar donde me habían llevado era helado y desolado. Podía oír cómo los pasos de mis captores resonaban en el suelo de concreto. Mis sentidos estaban agudizados, atentos a cada sonido, cada movimiento.
"Déjala aquí," dijo una voz firme, masculina, que no reconocí.
Sentí cómo me empujaban hacia una silla. Mis muñecas seguían atadas, y la venda en mis ojos no me permitía ver nada. Mi respiración se aceleró, y aunque intenté mantenerme tranquila, el miedo se desbordaba en mí.
Un silencio incómodo llenó la habitación por unos instantes, roto solo por un leve susurro entre los hombres. Entonces, la venda fue arrancada de mis ojos de un tirón.
Parpadeé varias veces, tratando de ajustar mi vista a la penumbra. Frente a mí, había dos hombres enmascarados con ropa oscura. Uno era alto y delgado, con una postura relajada pero alerta, mientras que el otro era más bajo, con hombros anchos y una actitud intimidante.
"¿Qué quieren de mí?" pregunté con la voz temblorosa.
"Eso no depende de nosotros," respondió el más alto, encogiéndose de hombros.
"Entonces, ¿de quién depende?" insistí, sintiendo que el enojo comenzaba a superar mi miedo.
Antes de que pudiera obtener una respuesta, escuché el eco de unos pasos acercándose. Era un sonido pausado, calculado, como si quienquiera que se aproximara disfrutara del suspenso que estaba generando.
Y entonces lo vi.
Gabriel.
Mi corazón dio un vuelco al verlo entrar con esa seguridad imponente que siempre lo caracterizaba. No llevaba máscara, no intentaba ocultarse. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, y por un instante, no pude interpretar su expresión.
"¿Qué está pasando?" susurré, mi voz entrecortada.
Él hizo un gesto con la mano, y los dos hombres enmascarados salieron de la habitación sin decir una palabra. El silencio volvió a caer sobre nosotros, pesado y opresivo.
"Alicia," comenzó Gabriel, su tono suave pero cargado de gravedad, "esto no era parte del plan."
"Dime de una vez, ¿qué plan?" lo interrumpí, intentando liberar mis manos de las ataduras. "¿Tú sabías de esto? ¿Tú lo planeaste?"
Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. Finalmente, se acercó y se agachó frente a mí, colocando una mano sobre mis rodillas.
"Lo hice para protegerte," dijo, con una voz que parecía casi sincera.
"¿Protegerme? ¡Me secuestraron, Gabriel! ¡Tengo miedo! ¿Cómo crees que esto me protege?"
Se levantó de golpe y comenzó a caminar de un lado a otro, como si estuviera debatiéndose consigo mismo.
"Hace una semana vi que te estaban siguiendo," dijo finalmente, deteniéndose para mirarme. "El mismo hombre, en distintos lugares. Cerca de tu casa, en la cafetería. No era una coincidencia."
Mi cuerpo se tensó. Recordé vagamente esa sensación de ser observada, esos momentos en los que creí estar paranoica.
"Por eso te di el collar aquella noche en la cena," continuó, bajando la mirada. "Necesitaba asegurarme de que estabas a salvo."
"¡Me diste un rastreador sin decirme nada!" exclamé, sintiendo una mezcla de traición y miedo.
"Lo hice porque te amo," dijo con firmeza, acercándose de nuevo. "Porque no puedo perderte."
Me quedé mirándolo, tratando de procesar todo. La furia y la confusión se mezclaban en mi interior.
"Esto no es amor, Gabriel," susurré, las lágrimas amenazando con caer.
"Entonces, ¿qué es?" preguntó, acercándose más, su rostro lleno de una desesperación que nunca antes había mostrado.
"No lo sé," respondí, apartando la mirada.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación, pero esta vez, era diferente. Más pesado. Más final.
"Alicia," dijo finalmente, su tono más suave. "No tienes que decidir ahora. Pero por favor, créeme cuando digo que todo esto fue para protegernos."
No pude responder. Mi mente estaba demasiado abrumada.
Gabriel hizo un gesto, y los dos hombres regresaron para desatarme. Mientras me llevaban fuera de aquel lugar, no pude evitar mirar atrás, hacia él. Su figura imponente se mantenía firme, pero sus ojos reflejaban algo que no podía descifrar.