Alicia despertó sintiendo el calor de la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Parpadeó lentamente, dejando que sus ojos se acostumbraran a la claridad. El aire en la habitación estaba cargado, como si el universo mismo contuviera la respiración antes de un desenlace.
Se giró, esperando encontrar a Gabriel a su lado, pero la cama estaba vacía. Solo el leve hundimiento en las sábanas indicaba que había estado allí. Una sensación de vacío se instaló en su pecho. ¿Acaso también la había dejado?
Con un movimiento decidido, se levantó. Su cabeza aún daba vueltas después de lo sucedido la noche anterior, el rastro de sus palabras, las dudas, las caricias. Nada en su vida había sido tan caótico, tan intenso. Y, al mismo tiempo, nunca había sentido algo tan real.
Mientras se vestía, un ruido la hizo detenerse. Gabriel estaba en la cocina, con la mirada perdida en una taza de café que sostenía entre sus manos. La sombra en su rostro no era solo por el contraluz. Había algo más, una carga que no podía ignorar.
Alicia se aclaró la garganta, y Gabriel levantó la vista, sus ojos oscuros encontrando los de ella. Durante un largo momento, ninguno de los dos habló. Era como si las palabras fueran innecesarias y, al mismo tiempo, imprescindibles.
Finalmente, ella rompió el silencio.
—Anoche dijiste que lo arriesgarías todo por mí. Pero sigo sin saber qué significa eso para ti, Gabriel.
Él dejó la taza en la encimera, el sonido del cristal contra el mármol resonando en la habitación.
—Significa que estoy dispuesto a enfrentar las consecuencias —dijo, su voz baja, casi un susurro—. Marco, el mundo, lo que sea. Pero Alicia, esto no es sencillo. No para mí. No para ti.
Ella cruzó los brazos, desafiándolo con su postura.
—Nada en la vida que valga la pena es sencillo.
Él esbozó una sonrisa amarga.
—Tienes razón. Pero cuando digo que estoy dispuesto a arriesgarlo todo, también quiero que entiendas algo: mi mundo no es seguro. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso. He vivido de maneras que no puedo cambiar. Y si decides quedarte conmigo, vas a cargar con eso.
Alicia dio un paso adelante, su corazón martilleando en su pecho.
—¿Eso es una advertencia? ¿O una excusa para no intentarlo?
Gabriel sacudió la cabeza.
—Es la verdad. Y necesitas saberla antes de tomar una decisión.
Ella lo miró fijamente, tratando de descifrar cada línea de su rostro, cada grieta en su fachada impenetrable. Y, en ese momento, entendió algo: Gabriel no tenía miedo de arriesgarlo todo por ella. Tenía miedo de destruirla en el proceso.
Alicia tomó una decisión.
—No voy a permitir que el miedo decida por nosotros, Gabriel. Quiero esto. Quiero a ti. Con todo lo que eso implique.
Él cerró los ojos, exhalando un suspiro que parecía llevar consigo años de tensión acumulada. Cuando los abrió, su mirada era diferente. Había algo en ella que Alicia no había visto antes: esperanza.
—Entonces estás dispuesta a apostar por esto. Por nosotros.
Ella asintió, y en ese gesto simple estaba todo: su confianza, su fe, su amor.
Gabriel cruzó la habitación y la abrazó con fuerza, como si temiera que al soltarla, todo se desvanecería.
—Si me eliges, Alicia, prometo protegerte. Siempre.
La intensidad en su voz envió un escalofrío por su columna vertebral. Pero Alicia también sabía que protegerla significaría cambiar muchas cosas. La relación con Marco estaba rota, el daño ya estaba hecho. Y, aunque Gabriel prometiera un futuro, el pasado seguía acechando en las sombras.
Un futuro incierto
Pasaron semanas. Gabriel renunció a su posición en la empresa familiar, algo que sorprendió a Marco y a los demás. Decidió comenzar desde cero, lejos de las expectativas que habían definido su vida durante tanto tiempo. Alicia, por su parte, aceptó una oferta para estudiar en el extranjero, algo que había dejado de lado por su relación con Marco.
Decidieron que, por ahora, lo mejor era caminar juntos, pero sin apresurarse. El amor no se trataba solo de pasión, sino también de construir algo sólido, algo que pudiera resistir las tormentas que inevitablemente vendrían.
Un nuevo comienzo
Unos meses después, Alicia miraba por la ventana de su pequeño apartamento en París, con el sonido de la ciudad latiendo a su alrededor. Un mensaje iluminó su teléfono.
"Te extraño. Estoy tomando el próximo vuelo. G."
Ella sonrió. Gabriel no era perfecto, y su historia había sido todo menos tradicional. Pero al final, habían elegido el amor, con todas sus complejidades, como su ancla en un mundo lleno de caos.