Lo que no se puede nombrar

Epílogo

La brisa del océano acariciaba suavemente su piel mientras Alicia caminaba descalza por la orilla, dejando que las olas tocaran sus pies. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, y el sonido del agua llenaba el aire con una calma que ella no había sentido en mucho tiempo.

Habían pasado tres años desde aquel momento en el que su vida había cambiado para siempre, desde que eligió seguir su corazón y caminar hacia lo desconocido con Gabriel. Aunque las cosas no habían sido fáciles, cada paso que dieron juntos la había llevado a este instante, este lugar.

Miró hacia atrás, hacia la pequeña casa blanca con balcones de madera que habían alquilado para su escapada. La luz en el interior iluminaba tenuemente el espacio, y a través de las ventanas, podía distinguir la figura de Gabriel sentado frente a una mesa, revisando algo en su computadora. Aunque había prometido desconectarse durante este viaje, Alicia sabía que dejar de trabajar no era algo que él pudiera hacer completamente.

Pero esa era una de las cosas que había aprendido a amar de él: su dedicación, su intensidad. Gabriel no hacía nada a medias, y eso incluía amarla.

Se detuvo, dejando que las olas se rompieran contra sus tobillos mientras su mente vagaba hacia el pasado.

Un camino lleno de desafíos

Después de dejar atrás a Marco y su antigua vida, Alicia había tomado decisiones que, en otros tiempos, habrían parecido imposibles. Había aceptado la oportunidad de estudiar en París, algo que siempre había sido un sueño lejano. Gabriel la había apoyado, incluso cuando significaba que estarían separados por meses.

"Nos encontraremos en el momento correcto", le había dicho antes de despedirse en el aeropuerto. Y aunque esas palabras le habían dado fuerzas, no había sido fácil. Las llamadas nocturnas, las diferencias horarias, los momentos en los que se preguntaba si estaba haciendo lo correcto... Todo eso había sido parte de su historia.

Pero Gabriel no solo había esperado; también había cambiado. Había dejado atrás los rastros de la vida que había llevado antes, dedicándose a construir algo nuevo. Había empezado su propia empresa de ciberseguridad, un proyecto que lo apasionaba y que, al mismo tiempo, lo alejaba de las sombras de su pasado.

El reencuentro

Cuando Alicia terminó sus estudios y regresó, no había dudas entre ellos. Estaban listos para dar el siguiente paso. Habían viajado juntos, explorado el mundo, y se habían permitido soñar con un futuro que antes parecía imposible.

Y aunque no todo había sido perfecto —las discusiones, las diferencias, las veces que las inseguridades amenazaban con regresar—, siempre encontraban la manera de volver el uno al otro.

Un nuevo capítulo

El sonido de pasos sobre la arena la sacó de sus pensamientos. Se giró y vio a Gabriel caminando hacia ella, con las manos en los bolsillos y una sonrisa suave en los labios.

—¿Estás lista para volver? —le preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca.

Alicia negó con la cabeza, entrelazando sus dedos con los de él.

—Solo quería disfrutar un poco más de la vista.

Él se quedó en silencio por un momento, mirando el horizonte junto a ella.

—Es hermosa —dijo, aunque sus ojos no estaban en el mar, sino en ella.

Alicia rió suavemente, girándose para mirarlo.

—¿Sabes? Hace años, nunca pensé que terminaríamos aquí.

Gabriel asintió, su mirada intensa pero tranquila.

—Yo tampoco. Pero creo que siempre supe que tú eras mi ancla. Incluso cuando no podía admitirlo.

Ella se mordió el labio, intentando ocultar la emoción que brillaba en sus ojos.

—Y yo siempre supe que quería encontrar un lugar donde pudiera sentirme segura. Un hogar.

Gabriel levantó una mano, apartando un mechón de cabello de su rostro.

—Y ese hogar... ¿lo encontraste?

Alicia asintió, su sonrisa llenando el espacio entre ellos.

—Lo encontré en ti.

Él no respondió con palabras. En lugar de eso, la besó, profundo y sincero, como si quisiera sellar ese momento en el tiempo.

Un futuro juntos

Regresaron a la casa, donde una cena sencilla los esperaba. Gabriel había preparado algo mientras ella paseaba, y Alicia no pudo evitar reírse al ver la mesa, perfectamente puesta, con una vela encendida en el centro.

—¿Desde cuándo eres tan romántico? —bromeó mientras se sentaban.

Gabriel le sonrió, sirviendo un poco de vino en su copa.

—Digamos que estoy aprendiendo.

La cena transcurrió entre risas y conversaciones sobre todo y nada. Hablaron de sus planes, de los viajes que querían hacer, de los libros que querían leer juntos.

Y mientras la noche avanzaba, Alicia se dio cuenta de algo: no importaba dónde estuvieran o qué desafíos enfrentaran. Mientras estuvieran juntos, siempre encontrarían la manera de seguir adelante.




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