Lo que no se ve de la realidad

Lo que no cambia

"¿Qué cosa hace que una persona cambie?"

Elías se lo preguntaba cada día, justo antes de levantarse. Y cada día, la respuesta era la misma: nada.

El frío de la madrugada lo obligaba a abrir los ojos. Su cuerpo estaba enroscado sobre un colchón viejo, apenas cubierto con una manta rasgada que no lograba espantar el hielo que subía desde el piso de cemento. La casa era pequeña, húmeda, oscura. Su habitación era apenas un rincón improvisado en el comedor, con cortinas baratas para dividirlo del resto. Su privacidad era nula. Como su voz en esa casa.

Sus pasos eran suaves, silenciosos. Aprendió a caminar así desde pequeño, como quien teme despertar a un monstruo. Tenía que ser el primero en levantarse. No por gusto, sino por costumbre. Por miedo.

Apenas eran las cinco de la mañana cuando ya estaba de pie, barriendo la casa, lavando los platos de la noche anterior, preparando café aunque él mismo no tomaría. La rutina estaba grabada en su cuerpo como una cicatriz. No importaba si estaba cansado, enfermo, o triste. Nadie preguntaba. Nadie perdonaba.

—¡Ya limpiaste el baño! —gritó la voz rasposa de su padrastro desde el cuarto.
—Sí —respondió él, en voz baja, sin mirar.

—¡Te falta barrer bien esa esquina! —añadió su madre al pasar, sin detenerse.

Elías tragó saliva. No dijo nada. A sus diecinueve años, aún lo trataban como si fuera un sirviente. Lo necesitaban, decían. Era “útil”. Tenía techo, comida, y debía pagar con trabajo. Ellos no trabajaban, no estudiaban, pero exigían. Y si se atrevía a protestar, el castigo llegaba rápido: un empujón, un golpe seco en la nuca, o la amenaza de echarlo.

Y él no podía irse. No porque quisiera quedarse. Sino porque no tenía adónde ir.

El dinero que ganaba apenas alcanzaba para cubrir sus pasajes, algo de comida, y los cuadernos de la universidad. Guardaba lo poco que podía, soñando con un día irse de ahí. Pero siempre pasaba algo. Un gasto más, una excusa más, y el ahorro se esfumaba.

Tenía hermanos pequeños. También lo usaban como niñero. Y cuando había visitas, lo escondían. Decían que "no tenía educación", que "no se metiera", que "no diera vergüenza". Pero bien que les servía.

A veces pensaba que era invisible.

Otras veces deseaba serlo.

Ese día, como tantos otros, salió sin desayunar. Tenía que llegar al trabajo antes que todos. El jefe odiaba los retrasos y no perdía oportunidad de dejarle claro lo poco que valía. Pero ese infierno sería contado en otro momento.

Elías cerró la puerta con cuidado. Llevaba los mismos zapatos de siempre. La suela rota. Los cordones desgastados. Su mochila colgaba del hombro, repleta de libros que no tendría tiempo de leer.

Miró el cielo gris.

El mundo seguía girando, como si su sufrimiento no importara.

Pero había algo dentro de él que todavía ardía. Una chispa débil. Una pequeña voz que no se apagaba del todo.

Quizás por eso aún se hacía la misma pregunta cada mañana.

"¿Qué cosa hace que una persona cambie?"




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.