Lo que no se ve de la realidad

Mi mundo

El cielo aún estaba gris cuando Alan se acercó al banco del parque. Llevaba una chaqueta gruesa y una bufanda enrollada, pero apenas notaba el frío. Sus ojos solo buscaban una figura familiar… y ahí estaba.

Elías dormía encogido sobre el banco de madera, con la mochila apretada contra el pecho y restos de lágrimas secas en el rostro. Alan sintió que algo en su pecho se apretaba.

—Elías... —susurró, arrodillándose a su lado.

Le tocó el hombro con cuidado. Elías abrió los ojos, desorientado. Le tomó unos segundos darse cuenta de dónde estaba. Luego miró a Alan, y su rostro se iluminó… solo para cambiar rápidamente a preocupación.

—¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde a la universidad! —exclamó, poniéndose de pie de golpe.

Alan lo sujetó con una mano para calmarlo.

—Tranquilo, tranquilo. Te llevo en mi moto, ¿sí? Mi universidad está cerca, no vamos a llegar tarde.

Elías se quedó quieto, asimilando lo que acababa de decirle.

—¿Me... me vas a llevar?

—Claro que sí. —Alan sonrió, mostrándole el casco que había traído—. Y después de tus clases, te vienes a dormir a mi casa. No quiero que pases otra noche en este banco.

Elías lo miró con los ojos grandes, humedecidos por la emoción.

—Eres como… un ángel guardián —susurró, con una sonrisa frágil.

Alan se sonrojó de inmediato, y su voz tembló un poco cuando respondió:

—Y tú... eres alguien que merece que lo cuiden. Eso es todo. Cuidarte… podría ser mi nueva meta.

Elías tragó saliva y, sin decir nada más, se colocó el casco con cuidado.

El camino hacia la universidad fue breve, pero suficiente para que las palabras fluyeran. Elías, sentado detrás de Alan, podía oír su voz aun con el ruido de la moto.

—¿Cómo dormiste?

—Bien… contigo cerca, supongo que bien. Nunca nadie me había buscado mientras dormía.

Alan no respondió de inmediato, pero sonrió bajo el casco. Se alegraba de haber llegado a tiempo. De haberlo encontrado.

Las clases pasaron rápido. Aunque Elías se esforzaba por prestar atención, no podía dejar de pensar en Alan. En cómo lo había buscado. En cómo le había dicho que cuidarlo era su meta. En cómo, sin pedir nada, le había dado tanto.

Cuando salió de la universidad, Alan ya lo esperaba en la puerta, apoyado en su moto con una bolsa de papel en la mano.

—¿Listo? Traje cosas para cenar. ¡Mi mamá nos hizo lasaña!

Elías rió, contagiado por su entusiasmo.

—Estoy más que listo.

Esa noche, la casa de Alan olía a hogar. Elías comió en silencio, saboreando cada bocado, como si fuera un festín. Luego vieron una película juntos, y por un momento, Elías sintió que su vida era una vida normal.

Cuando Alan se levantó para ir a su cuarto, Elías lo siguió con la mochila al hombro. Miró la cama y luego el suelo. Sin hacer ruido, extendió su abrigo en el rincón más lejano del cuarto y se sentó con las piernas cruzadas.

—¿Qué haces ahí? —preguntó Alan, al verlo en el suelo.

—No quiero molestarte. No estoy acostumbrado a… esto. Ya está bien con tener techo y comida —respondió Elías, bajando la mirada.

Alan suspiró y se acercó, tomándolo de la muñeca.

—Mi cama es grande. Y tú tienes frío. Ven, duerme aquí. No me molesta, te lo juro.

Elías dudó un momento, pero el cansancio ganó. Se acostó en la cama, nervioso, sin mirar a Alan. La luz se apagó, y un silencio cómodo los envolvió.

Unos minutos después, sintió el brazo de Alan envolviéndolo con suavidad. Lo abrazó por la cintura, y Elías, aunque sorprendido, no se movió. Cerró los ojos.

—Gracias —susurró.

—De nada —respondió Alan, ya medio dormido.

A la mañana siguiente, Elías se encontró con Faith, una de las pocas personas con las que hablaba en la universidad. Ella lo saludó como siempre, pero al verlo tan diferente —con ropa nueva, el rostro menos cansado—, no pudo evitar sonreír.

—Te ves… distinto.

Elías se encogió de hombros, tímido.

—Es que... pasaron algunas cosas.

Faith lo miró con interés. Él, en un impulso raro, se sentó junto a ella y le contó. No todo, pero sí lo suficiente. Le habló de Alan. De cómo lo había buscado. De cómo lo había llevado a casa. De la cama. Del abrazo.

Faith lo escuchó con los ojos brillantes y una sonrisa tierna en los labios.

—Eso suena a algo especial, Elías.

—No lo sé —murmuró él—. A veces pienso que tengo tantas cosas malas en mi mundo... que no quiero que Alan entre y lo arruine. Quiero... quiero limpiar mi mundo antes. Quiero que sea bueno para él. No quiero que se contamine.

Faith lo miró con ternura y posó su mano en su brazo.

—¿Y no has pensado que quizás… él ya es parte de tu mundo? Y que tal vez… está ayudándote a limpiarlo desde dentro.

Elías bajó la mirada, mordiéndose el labio. No tenía todas las respuestas. Pero por primera vez, tenía algo que sí quería cuidar.




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