Lo que no se ve de la realidad

•Graduarme y que estés ahí para aplaudirme

Pasaron meses, y el cielo de esa mañana tenía un azul sereno que parecía estar de acuerdo con la emoción que Alan sentía al despertar. La luz entraba tímida por las cortinas, dibujando sombras sobre la cama donde Elías dormía, con la respiración pausada y débil, pero con una sonrisa serena en los labios. Alan lo miró durante un largo rato, sabiendo que cada segundo con él era precioso.

—Elías... —susurró, acariciando suavemente su cabello—. ¿Estás listo para tu gran día?

Elías entreabrió los ojos, con un brillo frágil pero decidido.

—No sé si mi cuerpo esté listo... pero mi corazón sí —respondió con una voz suave.

Faith llegó poco después con una pequeña caja de regalo envuelta en papel amarillo. Dentro había una pulsera tejida a mano con los colores favoritos de Elías. “Para que la lleves en tu muñeca como un recordatorio de que llegaste hasta aquí”, le dijo mientras se la ponía.

Mientras Alan ayudaba a Elías a vestirse con la toga de graduación, sus dedos temblaban un poco, no por nerviosismo, sino por la emoción contenida. Se arrodilló frente a él, tomó sus manos con delicadeza y lo miró con ternura.

—Elías... sé que el tiempo no está a nuestro favor. Pero no quiero seguir esperando algo que he querido desde que me enamoré de ti. ¿Quieres ser mi novio?

Elías se quedó quieto unos segundos, sus ojos se llenaron de lágrimas, y luego asintió con una sonrisa temblorosa.

—Sí, Alan. ¡Sí quiero!.

Se abrazaron largo rato, en silencio, como si el tiempo se detuviera solo para ellos. Faith los observó con los ojos brillosos desde la puerta. “Ya era hora”, murmuró para sí misma.

Llegar al auditorio fue un reto. Elías caminaba con dificultad, pero no se detuvo ni un segundo. Alan lo sostuvo todo el tiempo, mientras Faith iba abriendo paso entre las personas. Cuando su nombre fue pronunciado, todo el auditorio se puso de pie. No por protocolo, sino por respeto. Elías cruzó el escenario con pasos lentos, pero firmes, y recibió su diploma entre aplausos. Las cámaras lo capturaron sonriendo, con Alan aplaudiendo con lágrimas en los ojos desde la primera fila.

Después, vino la fiesta de graduación. Alan estaba convencido de que no debían ir, pero Elías insistió.

—Solo por un rato... quiero vivir esto también —le dijo.

La pista de baile estaba llena, las luces giraban sobre sus cabezas. Faith se mantuvo cerca todo el tiempo, interceptando con palabras afiladas y dulces a cualquiera que hiciera un comentario inapropiado. Alan tomó a Elías de la mano cuando comenzó a sonar una canción lenta.

—¿Bailamos?

—No sé si mis piernas aguanten... —respondió Elías, riendo suavemente.

—Entonces déjame guiarte —dijo Alan.

Se abrazaron en medio de la pista. Elías apoyó su cabeza en el hombro de Alan, respirando lento, dejándose llevar. Entonces, levantó ligeramente el rostro y lo besó. No fue un beso urgente, ni desesperado. Fue un beso que sabía que iba a vivir en la memoria de ambos para siempre. Suave, cálido, lleno de amor.

Faith los observó desde la distancia, sonriendo.

—Que alguien se atreva a decir algo... —murmuró cruzada de brazos.

Esa noche, mientras regresaban a casa, Alan cargaba a Elías en brazos. Elías apenas podía mantenerse en pie, pero sonreía como si todo su cuerpo estuviera lleno de luz.

—Gracias —susurró mientras Alan lo subía a la cama—. Hoy fui feliz. Tan feliz...

Alan lo abrazó desde atrás y le besó la nuca.

—Siempre estaré aquí para aplaudirte, Elías. Hasta el final.

Y esa noche, durmieron abrazados, con el corazón latiendo al mismo ritmo, bajo un cielo que parecía haber detenido las estrellas solo para ellos.




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