Lo que no se ve de la realidad

Cosas pequeñas, memorias grandes

El día había comenzado con una de esas mañanas tranquilas que parecían inventadas para dar tregua. Elías se había despertado antes que Alan, lo cual ya era raro en los últimos tiempos. No quería despertarlo, pero tampoco quería estar solo. Así que simplemente se quedó ahí, observándolo dormir con esa quietud que siempre le había dado paz. Tenía la mano entrelazada con la de él desde la noche anterior, y aunque le costaba mantener la fuerza, no quería soltarla. Sus dedos temblaban levemente, pero su mirada estaba llena de calma.

Faith entró con paso sigiloso, como ya era costumbre, y al verlo despierto le regaló una sonrisa suave. Traía una bandeja con té tibio y unas galletas de avena que Elías apenas tocó. —Hoy es un buen día, ¿eh? —susurró ella. Elías asintió con lentitud, su voz un hilo apenas audible. —Hoy quiero que Alan sonría. Mucho.

El plan empezó unas semanas atrás, cuando Elías supo, con una claridad que no necesitaba diagnósticos, que el tiempo ya no le pertenecía como antes. Fue entonces cuando empezó a dejar pedacitos suyos escondidos por toda la casa: cartas dentro de libros que sabía que Alan leería un día, una playlist con canciones que marcaban momentos entre ellos, y fotos polaroid con frases en el reverso que sólo Alan entendería. En una de ellas, por ejemplo, aparecían riendo en la lluvia. Al dorso, Elías había escrito: "Siempre me gustó más mojarme si era contigo".

Faith fue su cómplice en todo. Cada vez que Elías no podía moverse mucho, ella era sus piernas. Caminaba por él, organizaba, escondía los recuerdos con el cuidado de quien está construyendo un mapa del tesoro. Nunca preguntó nada, pero siempre entendió todo.

Ese día, Alan despertó con el sonido de una canción suave que venía del teléfono. Era una de las canciones favoritas de Elías, pero también la que sonaba el día que se conocieron. En la pantalla, una notificación: "Buenos días, mi amor. Hoy quiero invitarte a una cita en casa. Solo tú y yo."

Alan se sentó de golpe, entre confundido y enternecido. Elías sonreía desde la entrada del cuarto, apoyado en Faith. Llevaba puesta una camiseta grande de Alan y su gorro favorito. Aunque estaba visiblemente más delgado, sus ojos brillaban con una alegría serena.

—Pensé que ya era hora de volver a tener una primera cita —dijo Elías.

La casa se transformó. Faith colgó luces pequeñas en el comedor, preparó comida sencilla pero significativa: macarrones con queso, el favorito de ambos desde que se confesaron su amor en la cocina aquella tarde de invierno. En la mesa había una pequeña vela encendida, y un mantel que Elías había pintado a mano hacía meses, con dibujos de estrellas y constelaciones. "Para cuando quieras cenar bajo el cielo, aunque estemos en casa", había dicho entonces.

Durante la comida, hablaron de todo. De nada. De cosas pequeñas. Reían, se tomaban de las manos, y en un momento, Elías sacó una caja envuelta con papel de estrellas.

—Es para ti, pero no la abras hasta que yo no esté. No quiero tristeza, solo que sepas que te sigo cuidando, incluso cuando no pueda estar aquí.

Alan no pudo contener las lágrimas. Se acercó y lo abrazó con suavidad, como si abrazarlo muy fuerte pudiera romperlo. El abrazo duró varios minutos. Alan se quedó con los ojos cerrados, escuchando el corazón de Elías, deseando que esos latidos duraran para siempre.

—Gracias por tanto, Eli.

Después de comer, se recostaron en el sillón. Faith se retiró con una mirada cómplice, dejando una bandeja con dos chocolates calientes. En la pantalla, una de sus películas favoritas comenzaba. El sofá estaba lleno de cojines, y una manta que Alan había tejido el año anterior los cubría a ambos.

Durante la escena final, Elías giró el rostro hacia Alan. —Estoy feliz, Alan. Muy feliz. A veces me duele todo, a veces me cuesta respirar, pero luego te veo... y se me olvida todo.

Alan lo miró con los ojos llenos de amor, y le acarició la mejilla con los nudillos. —Yo también estoy feliz. Por ti. Por nosotros.

La noche cayó despacio. En la habitación, antes de dormir, Elías acarició el rostro de Alan. —Prométeme algo. —Lo que sea. —Cuando te duela mi ausencia, recuérdame en este día. Solo en este. Porque hoy, aunque me sienta débil, aunque sienta que el final se acerca... me siento vivo. Y amado.

Alan besó su frente. —Te lo prometo.

Antes de cerrar los ojos, Elías añadió, con voz baja: —Y cuando rías, no te sientas culpable. Porque cada risa tuya será una victoria contra lo que me llevó.

Alan se quedó despierto un rato más, mirándolo, grabando en su memoria cada gesto, cada respiro, cada latido compartido en silencio. Afuera, la noche era silenciosa. Adentro, todo era memoria viva.

Horas más tarde, cuando Elías dormía profundamente, Alan descubrió una nota escondida bajo la almohada:

"Si estás leyendo esto, es porque no quería dejar pasar la oportunidad de decirte, una vez más, que te amo. Cada pequeño gesto tuyo fue un milagro para mí. No tengo miedo, porque me llevo tu amor en cada rincón de mí. Y tú... tú vas a estar bien. Porque eres fuerte, incluso cuando no lo crees."

Alan lloró en silencio, aferrado a la nota. Luego se recostó de nuevo junto a Elías, lo abrazó con cuidado y cerró los ojos.

Cosas pequeñas. Memorias grandes.

Y en medio de la fragilidad, un amor que no conocía final.




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