El sol apenas comenzaba a colarse por la ventana cuando Alan abrió los ojos. No lo hizo por el canto de los pájaros ni por alguna alarma: simplemente no podía dormir más. La madrugada había sido silenciosa, pesada. Se quedó ahí, quieto, con los ojos fijos en una fotografía enmarcada sobre la mesa de noche. Era una de esas que Faith había tomado en uno de sus días tranquilos: Elías sonreía mientras Alan lo abrazaba por detrás, ambos sentados en el jardín, entre risas y flores.
Alan acarició con los dedos el borde del marco, con un nudo creciendo en el pecho.
—Amor... —murmuró Elías con la voz apagada desde la cama—. Tengo sueño. Me duele el cuerpo...
Alan se giró rápido y se acercó, sentándose a su lado con una dulzura infinita. Le acarició la frente, los cabellos revueltos, las mejillas pálidas. Elías se veía más frágil que nunca, como si el aire mismo le costara.
—Estoy aquí —dijo Alan con un tono que temblaba, aunque intentaba mantenerse firme.
—¿Sabes? —susurró Elías, apenas moviendo los labios—. A veces me imagino cómo será el mundo sin mí. ¿Seguirás escuchando nuestras canciones? ¿Vas a sonreír cuando recuerdes nuestras tonterías?
—No digas eso —le interrumpió Alan, con los ojos húmedos. Se inclinó y le dio un beso en la frente—. Vas a estar bien... solo es un día difícil.
Elías rió suavemente, como si no tuviera fuerzas para más.
—Alan... mi vida no fue larga, pero fue hermosa. Y eso es porque la viví contigo.
—No me hagas esto. No hoy. Por favor...
Elías estiró una mano temblorosa y la puso sobre la mejilla de Alan.
—Quiero que vivas, Alan. Que vivas por los dos. Que no te detengas. Que ames, que sueñes, que corras bajo la lluvia, que comas pizza en la madrugada. Que no te olvides de ti... ni de mí.
Alan rompió en llanto. Al principio fue un sollozo ahogado, luego una tormenta. Sus dedos se aferraron a los de Elías con desesperación.
—No puedo. No quiero. No sé cómo seguir sin ti. Eres todo lo que tengo, Elías. Todo. No sé ser sin ti. No quiero ser sin ti.
—Sí puedes... —susurró Elías, con la voz cada vez más baja—. Porque eres fuerte. Porque tienes el corazón más hermoso que he conocido. Porque tú sabes amar sin medida... y esa es tu mayor fuerza.
—Quédate. Solo quédate. Aunque sea un día más... una hora... —Alan lloraba desconsoladamente, apretando los ojos como si eso impidiera la realidad.
—Te amo —dijo Elías, con sus últimos hilos de voz—. Más que a nada... más que a todo.
—Te amo, Eli. Por favor, no me dejes. No aún.
Pero Elías solo cerró los ojos, con una sonrisa suave, en paz. Y su mano se fue soltando, hasta quedar quieta.
Alan se quedó en silencio. No gritó de inmediato. No rompió nada. Solo lo miró, sin creerlo, sin entender. Hasta que un temblor le sacudió el cuerpo y comenzó a llorar en silencio. El grito vino después, como una ola violenta desde el fondo del alma.
Se abrazó al cuerpo inmóvil de Elías y gritó. Gritó por todos los sueños que ya no serían. Por todos los abrazos que no volverían. Por todas las promesas que ya no tendrían tiempo.
—¡Vuelve! —gritaba—. ¡Vuelve, por favor! ¡No me dejes! ¡No me dejes, Elías!
La noche llegó sin que Alan se moviera. Faith fue la que encontró la escena, entrando lentamente, sabiendo lo que había pasado. No dijo nada. Solo se sentó junto a él, le acarició la espalda y se quedó en silencio.
El funeral fue días después. Un cielo gris acompañó la despedida. Alan no habló. No quiso mirar a nadie. Solo se quedó con las manos en los bolsillos, apretando una pequeña carta que Elías le había dejado tiempo atrás. Sus lágrimas caían sin ruido, igual que el día que lo perdió.
Faith se acercó, le tomó la mano.
—Él no querría verte así. Tú eres la luz que siempre cuidó. Ahora te toca brillar, Alan. Por él.
Alan cerró los ojos y respiró hondo. Por primera vez en días, sintió el aire entrar sin romperle el pecho. Miró el cielo, como si pudiera ver a Elías entre las nubes.
—Te lo prometo —susurró—. Voy a vivir por los dos. Voy a alcanzar todos los sueños que dibujamos juntos. Voy a ser la mejor versión de mí, porque eso era lo que tú veías cuando me mirabas.
Y en ese instante, entre el dolor y la ternura, nació una nueva fuerza en él. Porque el amor no termina con la muerte. Solo cambia de forma. Y Alan había decidido llevarlo consigo, siempre.
Editado: 14.05.2025