Lo que no se ve de la realidad

Donde te puedo encontrar

El día había llegado. Alan se paró frente al edificio, sosteniendo en sus manos el diploma que tanto soñó. El título decía: Médico Cirujano, pero en su mente, solo podía escuchar una voz dulce y suave que lo animaba desde mucho antes:

—Tú puedes, amor… yo sé que puedes con todo.

Respiró hondo, mirando al cielo con una sonrisa triste. No era como lo había imaginado. Elías no estaba ahí para abrazarlo, ni para gritar su nombre con orgullo. Pero de algún modo, Alan sentía que él seguía con él, de otra forma, en otro lugar. En su pecho.

Después de la ceremonia, Alan no fue a celebrar con nadie. Caminó solo hasta la biblioteca donde Elías trabajaba. El lugar estaba más silencioso que nunca, pero al entrar, todo volvió por un instante: la risa de Elías, el sonido de sus pasos corriendo por los pasillos, las veces que lo miraba desde lejos, con ese brillo en los ojos. Alan se sentó en la mesa de siempre, la del rincón, y sacó de su mochila una carta doblada.

"Lo logré, Eli. Lo logré como te prometí. Pero dolió. Cada paso sin ti dolió como nunca imaginé."

Leyó las palabras en voz baja y dejó que las lágrimas cayeran. No era una tristeza vacía, era una mezcla de amor y ausencia. Llorar ya no le daba vergüenza. Era su manera de abrazar a Elías cuando más lo necesitaba.

Luego fue al parque. El mismo banco donde lo había conocido, donde Elías se sentó sin pedir permiso y le habló como si se conocieran de toda la vida. Alan se dejó caer en ese banco como si su cuerpo no pudiera más. Cerró los ojos y por un momento juró sentir una mano tibia sobre la suya.

—Estoy bien, Eli —susurró—. Me duele, pero estoy bien. Voy a vivir, como me pediste. Voy a ayudar a otros, como tú me ayudaste a mí. Voy a sonreír, aunque a veces solo sea por ti.

Pasaron los minutos, las horas. El sol comenzó a bajar, y Alan se levantó. Con pasos lentos, se alejó del banco, con la sensación de que alguien lo acompañaba en el silencio. A veces reía solo, a veces lloraba. Pero cada emoción lo acercaba más a Elías.

Porque el amor no se borra con la ausencia. Solo cambia de forma.

Y cada vez que el dolor volvía, Alan regresaba a esos dos lugares. No para estancarse, sino para recordarse por qué debía seguir adelante.

Alan no solo llevaba el título de médico. Llevaba consigo todas las memorias que construyó con Elías. Las risas, las canciones, los abrazos, las promesas. Todo seguía dentro de él.

Y aunque Elías ya no podía decirle que lo amaba, Alan encontraba su voz en cada rincón, en cada paso, en cada mirada al cielo. Porque algunos amores no terminan. Solo se transforman.

Fin.




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