Lo que no tiene nombre

Capítulo 2

Los ojos de alguien se clavaron en Dao.

Sintió las garras hundiéndose bajo su piel; cómo la mirada la desgarraba en pedazos, y los colmillos mordían sus huesos. El terror paralizó sus movimientos, haciendo que Dao se quedara inmóvil.

Ojos grandes y redondos, parecidos a los de un gato, la observaban. En ellos no se reflejaba nada, salvo la oscuridad con destellos de color turquesa que brillaban al sol. La criatura se asomó ligeramente, permitiendo ver una parte mayor de su cuerpo.

Las orejas.

Eran aletas afiladas, alargadas, transparentes y delgadas como las alas de un pez. Aunque no sorprendía, ya que el origen de este ser claramente venía del agua. Las orejas se alzaron hacia un lado, como las de un gato o un perro alerta. Por más que esta comparación pareciera tierna, el miedo no abandonaba el cuerpo de Dao. Aún estaba paralizada mientras observaba al habitante del río a unos pocos metros.

El cabello de la criatura era espeso, negro y largo. La humedad lo había hecho caer sobre su rostro, de color turquesa con matices azules, parecido al de los humanos. Sin embargo, sus grandes ojos expresivos y pequeñas cejas oscuras lo diferenciaban de ellos. Dao entrecerró los ojos para distinguir la boca de la criatura, pero estaba bajo el agua, por lo que tuvo que conformarse con la visión que le permitía ver el ser.

El agua se agitó.

Dao dio un paso atrás, pero no vio la piedra detrás de ella. La suela de su zapato resbaló, y Dao cayó hacia atrás.

El dolor atravesó su columna, y un jadeo de angustia escapó de su garganta. Por un momento, pensó que sus pulmones se habían comprimido, bloqueando el paso del aire. Dao se retorció, el paisaje del bosque ante sus ojos se difuminó. Su padre ya estaba lejos, por lo que solo le quedaba confiar en sí misma.

Dobló el brazo, tanteando la piedra resbaladiza cerca de ella. Al estirar el cuello, notó que el habitante acuático seguía en el río. Entonces, no había motivo para temer, ¿verdad? Solo tenía que levantarse. ¿Qué podría ser más fácil?

La joven movió el pie, intentando encontrar apoyo. Pero, una vez más, su zapato resbaló.

— ¡Maldita sea! —murmuró, agachando las rodillas.

Finalmente, logró enderezarse, pero el dolor en su espalda no desapareció. Nuevamente pinchó en sus costillas y columna, recordándole lo traicioneras y peligrosas que podían ser las orillas del río.

Al levantar la cabeza, Dao gritó. La criatura acuática se acercaba a la orilla. Dao, en un instante, corrió hacia el bosque.

El suelo traicionero estaba lleno de ramas, raíces de árboles y piedras. Ella tuvo que frenar su carrera varias veces, temerosa de caer de cara en alguna de las raíces de roble que sobresalían del suelo. La sangre retumbaba en sus oídos, y sus pensamientos giraban frenéticamente en su cabeza.

"¡Corre, corre y corre más!" —se dijo a sí misma Dao, girando por un sendero familiar.

Le dolían las sienes, su garganta se apretaba por la falta de aire. Dao tropezó con una rama, arrancándola y apartándola de su camino, mientras las molestas moscas la picaban, queriendo clavar sus aguijones en su piel...

¡Puf!

— ¡Dao!

La voz le sonó familiar. Dao volvió a caer hacia atrás, pero una mano fuerte la atrapó a tiempo, dejándola suspendida a un metro sobre el suelo. La joven tosió, colgando. Sus ojos marrones se encontraron con los preocupados de su padre.

— ¿A dónde ibas tan rápido? —preguntó él, alzando una ceja peluda, levantando a su hija y obligándola a ponerse de pie.

Dao sacudió su vestido esmeralda de polvo y hojas que se le habían pegado mientras corría. Respiraba con dificultad, por lo que se tomó un momento para finalmente decir:

— Yo... Estaba cerca del río... vi...

(Vietnamita) ếch đầm lầy — “sapo de pantano”. Hak Ek Kuok es un prototipo de Vietnam, por lo que la cultura está basada en ese país.

Tuyet, su hermana, pasó hacia el patio trasero. Dao se quedó sentada en las escaleras, procesando lo ocurrido. Por primera vez en su vida había visto a un verdadero "da lae", llamado comúnmente solo "lae". Sobre esas criaturas rondan muchas leyendas y mitos, que dicen que arrastran a las personas a los pantanos y las devoran, convirtiéndolas en algo semejante a ellas o en algas. Se han dado casos en los que los niños eran encontrados en las orillas de los cuerpos de agua, en condiciones horribles: sin ojos, con algas en la boca, cuerpos tan delgados que se veían los huesos.

La imaginación de Dao estaba demasiado activa, así que tuvo que sacudir la cabeza con la esperanza de despejar esas imágenes horribles. Se enderezó, miró a su alrededor y caminó hacia el patio trasero, donde Tuyet colgaba la ropa de cama.

— Dao, ¿cuántas veces tengo que decirte que no dibujes en la cama? Tus lápices arruinan las sábanas —regañó su hermana, colgando otra funda de almohada sobre un hilo tendido entre dos altos abedules.

Cerca, las vacas mugieron, como si estuvieran confirmando las palabras de Tuyet, lo que incitó a la menor a responder. Dao se acomodó en una taburete junto a la ventana, que estaba completamente abierta para ventilar la habitación.

Su hermana se giró por encima del hombro, esperando una respuesta.

— Perdón —susurró Dao, sabiendo que eso era lo que su hermana esperaba.

— Tienes un escritorio. ¿Por qué no dibujas allí? —dijo Tuyet, guardando un pañuelo en la canasta.

— Dibujo allí, pero la musa viene por la noche, cuando no quiero levantarme de la cama. No lo entenderías, no eres una artista —resopló Dao, haciendo un puchero y girando la cabeza.

Tuyet se echó a reír, poniéndose las manos en las caderas. Había escuchado esas pequeñas bromas antes, así que no valía la pena tomarlas a mal. De hecho, a ella le parecían adorables. Sin embargo, cuando su sistema nervioso no aguantaba más, las bromas dejaban de ser apropiadas. Dao a veces encontraba el momento adecuado, a veces no. Esta vez, la suerte estuvo de su lado.




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