Dao se despertó de mal humor tras la noche anterior. Había contado todo lo que sabía sobre Lae, su interacción y sus encuentros. Tuyet la escuchó en silencio, aunque con una tensión evidente: se notaba en sus ojos entrecerrados, en los labios apretados y en la mirada fija. Sin embargo, no la interrumpió en ningún momento, dejándole a Dao terminar con calma. Todo transcurrió con normalidad, aunque algo seguía inquietando a la joven. Tal vez fuese que Tuyet le pidió ir juntas al nuevo lugar donde vivía Lae, para conocer a la nueva amiga de su hermana. Dao aceptó, de lo contrario Tuyet lo contaría a sus padres.
Ese día ellos no estarían en casa, así que las muchachas eran libres de hacer lo que quisieran. Tuyet aprovechó la ocasión desde la mañana, bailando mientras tostaba rebanadas de pan en la sartén.
Dao bajó al primer piso, frotándose los ojos con los puños.
—Buenos días —la saludó la mayor, apoyándose en la mesa y girándose hacia las escaleras.
Dao asintió.
—¿Hoy te encargas de la casa? —bromeó con una risita, acercándose.
—Por supuesto —respondió Tuyet con un gesto orgulloso.
El sol ya jugaba tras la ventana, derramando sus rayos cálidos y brillantes sobre el parqué de la cocina. También iluminaba la blusa rosada de Tuyet, con mangas cortas y abultadas, rematadas con encaje blanco. Ella solía vestirse siempre como una flor: con ternura y delicadeza. Era raro verla descuidada o sucia. El mejor ejemplo para cualquier muchacha, ¿no es así? Incluso para cualquiera, pensaba Dao.
La menor, en cambio, se inclinaba hacia un aire de travesura, aunque aún buscaba algo más. Todavía no había encontrado un estilo propio como Tuyet, así que cada día probaba con diferentes atuendos. Esa mañana vestía una túnica blanca de dormir que casi le llegaba a las rodillas, pero en su mente ya se dibujaba el atuendo del día: un chaleco verde claro, debajo una blusa clara con mangas a las que se le podrían atar cintas... Aunque quizá resultara demasiado festivo, ¿verdad?
Dao sacudió la cabeza, intentando centrarse en el presente.
—¿El encuentro con Lae sigue en pie hoy? —preguntó casi sin querer, colocando las tostadas en el plato.
—¿De verdad quieres ir a verla? —sus ojos buscaron el suelo, con la esperanza de que su hermana cambiara de opinión.
—¿Tienes miedo de algo? —se sorprendió Tuyet.
—Temo que Lae se asuste, o que no os llevéis bien —murmuró Dao, apartándose un mechón oscuro tras la oreja.
—Haré todo lo posible por hacerme su amiga —sonrió Tuyet, empujando un plato verde claro hacia ella—, ¿me ayudarás?
La hermana menor asintió, animada, y tomó su porción.
El desayuno transcurrió en un ambiente cálido y amistoso. Cuando comían con sus padres era distinto: un poco tenso, aunque a veces realmente acogedor. Pero en esta ocasión, estando solas, se permitían bromas y conversaciones que no solían tener con ellos.
El día prometía ser ligero y liviano.
***
—¿Lae?
Dao llamó a la criatura, guiando a su hermana mayor. Esta, a su vez, miraba alrededor en busca de la amiga con la que Dao pasaba la mayor parte del tiempo últimamente. Sería interesante verla y conversar, ¿no?
—¿No tiene nombre? —susurró Tuyet.
—No. Que yo sepa, tampoco tiene género. Pero acordamos que la llamaría “ella” —explicó Dao, descendiendo por las piedras hasta la orilla del pantano, donde crecía el carrizo.
—Oh... —se sorprendió Tuyet.
Antes de salir se habían cambiado a ropa más sencilla, pues en un lugar como ese la belleza se arruinaría con el barro. Nadie se quejó. Lo importante ahora no era la ropa, sino encontrar a la criatura.
Dao dio un paso adelante y se giró.
—¡Ahí estás! —exclamó alegre, señalando hacia arriba.
Los ojos de Tuyet siguieron la dirección del brazo extendido de su hermana hasta fijarse en una rama del árbol. Allí se encontraba un pequeño ser humanoide, de cuerpo liso, sin señales de género. Se cubría con una tela que escondía parte de él, como si se avergonzara. Tenía las piernas azules colgando, goteando agua, y se apoyaba con los brazos sobre la rama. Con la cabeza ladeada, observaba a los recién llegados con curiosidad.
—¿Hola? —saludó Tuyet con timidez, levantando apenas la mano y esbozando una sonrisa torcida.
Lae no parecía amistosa. Las manchas negras que hacían las veces de cejas se inclinaron hacia abajo, mostrando tensión y desconfianza. Sus grandes ojos redondeados se estrecharon, examinando con cuidado a Tuyet. Las orejas puntiagudas se alzaron, como las de un gato que percibe amenaza.
Dao notó la actitud hostil de su amiga y se apresuró a tranquilizarla:
—¡Es mi hermana! Ella es buena —se interpuso entre el árbol y Tuyet—, no hay motivo para preocuparse. Tuyet —extendió la mano hacia su hermana— quería conocerte.
—¿Lae no habla? —preguntó Tuyet aún en voz baja.
—No, pero entiendo lo que quiere decirme —respondió Dao sin apartar la mirada castaña de su amiga.
—¿Y qué dice ahora?
Dao reflexionó un instante y luego respondió:
—Que ya te ha visto antes. Que contabas historias horribles sobre los de su especie —tradujo.
—Oh...
Tuyet torció el gesto, con una expresión arrepentida. Suspiró, rodeó a Dao y extendió una mano hacia la criatura. Esta se estremeció, como preparada para huir o atacar.
—Lo siento —se disculpó Tuyet mirándola directamente a los ojos—, sabes...
No encontraba las palabras adecuadas. Era la primera vez que se enfrentaba a una criatura del pantano con forma humana. En otras circunstancias, habría huido sin mirar atrás, pero ahora debía congeniar con aquel ser, héroe de tantas leyendas, cuentos y baladas con que asustaban a los jóvenes.
Dao se acercó a Tuyet y le puso una mano en el hombro en señal de apoyo. Quizá Lae notó aquella unión, pues su mirada sin fondo se suavizó y las cejas adoptaron una expresión neutral.
—Ella también quiere conocerte —dijo Dao con una sonrisa, mirando de reojo a su hermana.