La mañana siguiente comenzó algo lenta. Como si el tiempo se hubiera ralentizado y el mundo se hubiera detenido. La noticia de ayer se le aparecía a Dao como una pesadilla terrible. "Ahora estamos en peligro", resonaban las palabras de su madre en la cabeza de Dao durante toda la mañana. Ella había avisado que hoy estaría en el trabajo hasta la noche, porque la situación se estaba volviendo cada vez más tensa.
Dao se sentaba junto a su padre mientras él formaba cuidadosamente una taza a partir de un bloque rectangular de barro. Sus movimientos suaves con las manos hablaban de años de maestría. Si Dao no se equivocaba, su padre llevaba aproximadamente diez años dedicándose a la alfarería. Durante ese tiempo había probado de todo: desde figuras humanas y rostros hasta tazas. Le gustaba especialmente la vajilla, por lo que había convertido esto en un pequeño negocio en el pueblo. Fabricaba piezas festivas para la venta, las empaquetaba y las entregaba, ganando una buena cantidad de dinero, pues lograba vender incluso fuera de Wunbei. ¡Había pedidos incluso desde la capital! Para la familia Doan, aquello era un logro notable, porque esas piezas deberían pertenecer a uno de los consejeros del emperador. En aquel tiempo, la familia recibió una recompensa considerable, por lo que los Doan estaban muy felices y satisfechos.
Su padre no abandonaba su oficio, aunque ya había provisto a todo el pueblo con sus creaciones. Como él decía, le gustaba poner su alma y amor en su trabajo.
—Dao, ¿ya te he dicho que hice una botellita para ti el día de tu nacimiento? —comenzó su padre, deteniendo el torno.
—Sí, me lo dijiste —asintió la chica, apartándose de su dibujo.
Dao se sentaba frente a él en una silla, sosteniendo un pequeño cuaderno. Así pasaban la mayor parte del tiempo juntos: cada uno ocupado con lo suyo, pero la presencia del otro les daba la sensación de no estar solos. Por lo general, hablaban de cosas cotidianas, o su padre comentaba en pocas palabras las futuras obras que quería realizar cuando tuviera tiempo libre. Por eso Dao estaba atenta, lista para escuchar las nuevas ideas fantásticas de su padre.
—¿Recuerdas de qué color era? —sonrió suavemente, entrecerrando los ojos al mirar la pieza.
Dao frunció el ceño, intentando recordar aquel momento en que ella y Tuyet revisaban cosas antiguas. Fue entonces cuando encontró la botellita infantil de la que le habló su padre.
—Verde —respondió, inclinando la cabeza hacia un lado.
—En realidad debería haber sido roja, pero entonces me equivoqué con la temperatura del horno, y después de la cocción la botellita quedó verde, ¡incluso esmeralda! —bromeó su padre, levantando las manos—. Y todavía le pinté varias olas. Una de ellas me pareció un camino. Todavía recuerdo salir a la calle, donde estaba la pequeña Tuyet con su madre, y decir: "¡He hecho una botellita con un camino!" —se rió—.
—Tu nombre, Dao, significa "camino". Tu abuela nos lo dijo, por eso decidimos llamarte así.
Dao escuchaba atentamente. La habían llamado en honor a un camino, un sendero. Sonaba bastante simbólico e incluso noble.
—¿Y Tuyet? ¿Por qué le dieron ese nombre? —preguntó, inclinándose un poco hacia el borde de la silla para escuchar mejor la historia de su padre.
—Nació de noche. Recuerdo asomarme desde la habitación y ver una luna blanca tan brillante —suspiró, recordando su juventud—. Y además, a diferencia de algunos —le lanzó una mirada regañona a Dao—, Tuyet era una niña tranquila. Tuyet significa luna y tranquilidad, por eso ese nombre le quedó perfecto. ¿Verdad que le queda bien?
—Sí —asintió Dao.
Tuyet siempre había sido una chica calmada en cualquier situación, ya fuera peligrosa o agradable. Se comportaba con equilibrio y podía explicar las cosas varias veces hasta que se entendieran. Por eso enseñaba las tareas a Dao, porque nadie podía soportar las preguntas constantes de la niña pequeña. Dao no era una alumna perfecta, pero se esforzaba por aprender bien, pues eso era necesario para estudiar en otros lugares más adelante.
—Como te dije: tu nombre significa camino. Tal vez ahora no lo entiendas, pero tu madre y yo nunca dudamos, ni dudaremos, de que elegirás un hermoso camino en el futuro, uno que te guste y te haga feliz. Eres una niña inteligente. Recuerda eso. Incluso si no encuentras tu camino entre miles de caminos, siempre podrás construir el tuyo propio, pase lo que pase.
Rara vez su padre hablaba de esta manera, pero aquella conversación era especial… importante. Las palabras de su padre despertaron en la chica un orgullo por quién era y por la fe que sus padres tenían en ella. Le dio impulso para reflexionar sobre su futuro, sobre sí misma, y demás.
—Estaremos contigo en cualquier momento para apoyarte —su padre se levantó de la silla y se sentó frente a su hija—. Sé que crecerás siendo una buena persona. Podrás con todo lo que se cruce en tu camino.
Dao lo miró directamente a los ojos, viendo en ellos el cuidado paternal y el deseo de ayudar. En la profundidad de sus ojos marrones estaba la ternura con la que hablaba. La calentaba, haciendo que se le dibujara una sonrisa. Asintió, aceptando los consejos de su padre.
—Está bien, lo entiendo —susurró, encantada con las palabras suaves.
—Muy bien. Te amo.
***
—Tuyet, te amo.
Dao levantó la cabeza, sonriendo a su hermana que se colocaba un sombrero de paja con un lazo. Los ojos de la niña brillaban de alegría y amor después del tiempo pasado con su padre. Su corazón aún latía acelerado y la sonrisa no se borraba de su rostro. Palabras tan sencillas, pero llenas de energía para varios días; le hicieron sentirse hija querida y valorada. Era muy importante para Dao, considerando todos los problemas familiares. Ese momento le dio esperanza… No, no solo esperanza. Le dio la certeza de que realmente eran una familia. Una familia.
—¿Por qué brillas así? —rió Tuyet, tomando su bolso y colocándoselo al hombro.