Lo que no tiene nombre

Сapítulo 17

Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par.
Zui parpadeó y luego se echó hacia atrás.

—¿Entonces la viste? —repitió, alzando una ceja.

Dao dudaba entre contarle o no. ¿Y si era alguna trampa? Aunque, ¿qué trampa podía ser? Solo era curiosidad, ¿no?

—La vi. ¿Y qué? —se encogió de hombros con cautela, entrecerrando los ojos hacia Zui.

—¡Yo también! ¡Incluso vi con mis propios ojos a un e con ca*! —levantó la barbilla con orgullo.

*E con ca (vietnamita: ếch có cánh) — rana alada.

—¿De verdad? —se sorprendió Dao, abriendo aún más los ojos.

—Solo que es un secreto. ¿Guardas bien los secretos?

La niña asintió. Sabía guardar secretos, para ella era fácil.

Zui vio la sinceridad en el gesto de Dao y decidió confiar en ella. Se acercó a otro cajón y comenzó a revolver entre cuadernos. Después de un rato consiguió encontrar un pequeño álbum, cubierto de diferentes pegatinas. Lo abrió y giró las hojas hacia la muchacha, acercándose a ella.

Dao se inclinó para distinguir mejor los contornos de una criatura humanoide, con unas alas de murciélago desplegadas en la espalda. El ser era de un color azul oscuro, recordando un poco a la lae, pero carecía de aletas. En su lugar, tenía una cola que Zui había dibujado de forma algo imprecisa.

—Solo lo vi de reojo, así que hice un boceto rápido —se excusó, señalando la cola y el rostro mal acabados—, pero recuerdo bien que tenían ojos estrechos y debajo de ellos algo parecido a escamas o plumas. En general, son hermosos, pero peligrosos, según dicen algunos.

—¿En qué sentido peligrosos? —Dao seguía observando a la criatura, a lo largo de cuyo cuerpo aparecían rayas de color turquesa, como en la lae.

—Atrapaban a sus víctimas de noche, las llevaban volando y luego las soltaban sobre las copas de los árboles —explicó Zui brevemente, encogiéndose de hombros—. Pero cuando yo lo vi, no me hizo nada. Tal vez sean solo cuentos.

—La lae tampoco me hizo nada a mí —asintió Dao con firmeza.

—¿Entonces significa que son buenos? —rió Zui, cerrando el álbum—. ¿Nos asustan en vano?

—Puede ser, porque yo me hice amiga de la lae muy rápido —confesó Dao sin darse cuenta.

—¿De veras? ¡Yo también con el con ca! —exclamó alegremente el muchacho—. Me trenzó una pulsera de mimbre y conchas.

Zui corrió hacia otros estantes para encontrar el regalo. Dao permanecía sentada, algo confundida, esperando. No se imaginaba que alguien más también se hubiera hecho amigo de esas criaturas. Y resultó ser Zui. Aunque no dudaba de que él fuera sociable, aquello la sorprendía.

El muchacho sacó de lo más hondo del armario una pulsera hecha a mano por la criatura y la levantó. Los tallos de mimbre estaban entrelazados en una trenza circular, adornada aquí y allá con pequeñas cuentas y conchas.

—¡Vaya! —exclamó Dao con admiración, levantándose y acercándose a Zui—. ¿Puedo? —extendió la mano.

—Claro que sí —asintió él, entregándole la joya y rozando por un instante la palma de la niña.

Dao entrecerró los ojos para examinar con más detalle la pulsera y todos los nudos, trenzados con cuidado en una firme trenza. Algunas conchas estaban rayadas, pero aun así daban encanto a la pieza, volviéndola única y mágica.

—Yo la llevaría, pero entonces me preguntarían de dónde la saqué —suspiró Zui con tristeza, encogiéndose de hombros mientras recuperaba la pulsera—. ¿Y a ti la lae te dio algo?

—No —negó con la cabeza—, apenas llevamos unos días hablando.

—¿Y cómo os comunicáis? —preguntó él, guardando la pulsera en su sitio.

—Se creó una especie de vínculo entre nosotras...

—...Y puedes oír sus palabras —completó Zui, girándose hacia ella—. Con el con ca tengo el mismo vínculo. Por cierto, ¿nunca te has preguntado por qué no hablan?

—¿No hay una leyenda sobre eso? Aunque sí, me lo he preguntado. Pero nunca encontré el momento de hacerlo.

—¿Y cuál es la leyenda?

—¡Las criaturas de los pantanos en su tiempo podían hablar e incluso cantar! —comenzó Dao, abriendo los brazos—. Pero cuanto más las ejecutaban, menos sonidos emitían. Esto llevó a que sus cuerdas vocales se atrofiaran y dejaran de funcionar con cada nueva generación —explicó con tono didáctico, aunque se trabó en algunas palabras.

—Bueno, tu leyenda suena bien —reconoció el chico, cruzándose de brazos frente a Dao—, pero a mí el con ca me dijo que se comunican con sonidos entre ellos, y que los humanos simplemente no lo entienden.

—¿Y qué pasa con el vínculo? —Dao señaló su sien.

—¿La lae te tocó?

—Sí.

—Pues a través del contacto físico las criaturas crean esos lazos. Cuanto más a menudo se tocan o se usan, más fuerte se vuelven.

Dao escuchaba fascinada a Zui, cada vez más cautivada por el tema de los habitantes de los pantanos. No podía creer que hubiera encontrado a alguien semejante, que también tuviera como amigo a uno de esos seres mudos. Era asombroso.

—¿Y Hoa sabe de tu amigo? —se interesó Dao, echando una mirada furtiva hacia la puerta cerrada.

—No —desestimó él—. No confía en esas ninfas, igual que mamá. Y Tui..., —el chico calló de golpe, al notar su error—. Perdón.

Dao no alcanzó a oír la última frase, ocupada como estaba mirando la habitación de Zui. Pero pronto la interrumpió la voz de la señora Lan, que llamaba a los niños a desayunar.

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Dao tomó asiento junto a Zui, que rápidamente se había convertido en otro amigo suyo. Un tema en común había logrado unirlos. ¿Quién lo habría imaginado?

—¿Y después del desayuno podemos comer caramelos? —el niño lanzó a su madre una mirada de súplica pura.

—Después del desayuno —le recordó la señora Lan, llevándose un trozo de tortilla a la boca.

Zui sonrió feliz y se apresuró a enviar la comida a su estómago. Dao lo miraba sorprendida, no acostumbrada a esa manera de comer.

—No te atragantes, Zui —le advirtió Hoa, agitando la mano hacia su hermano.




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