Lo que no tiene nombre

Capítulo 21

E dam lae.

La mirada de Dao se suavizó al encontrarse con los ojos familiares de lae: grandes e insondables, pero al mismo tiempo cargados de sentido y de palabras que ansiaban ser escuchadas.

—¿Es lae? —se inclinó Zui.

—Sí —Dao asintió, extendiendo la mano hacia la criatura conocida.

El ser observó con curiosidad la palma y luego inclinó la cabeza para que acariciaran su cabello. Los dedos de Dao recorrieron con cuidado los suaves mechones negros y, después, los soltaron.

—Tenemos un problema —explicó Dao en un susurro.

Se giró y señaló al kon ka herido, que se retorcía por los cortes de garras. En sus ojos había quedado una marca idéntica a las tres franjas que también surcaban su costado. Aún sangraban.

Lae se inclinó hacia él, acercándose y sentándose a su lado. Zui se apartó un poco, vigilando con atención a la ninfa acuática. Dao, por su parte, se limitó a contemplar cómo lae posaba la palma sobre el ojo herido del kon ka, que apenas se estremeció. La criatura torció los labios, mostrando los colmillos. Sus brazos se doblaron por los codos, apretando terrones de tierra entre los dedos, mientras lae lo tocaba con dulzura.

—¿Qué haces? —se indignó Zui.

Lae lo fulminó con una mirada, obligando al kon ka a cerrar su ojo dañado.

—Ayudar —respondió Dao en lugar de la rana, captando las palabras por el vínculo.

Zui miró a la muchacha con desconfianza, pero al final dejó de enfadarse y tensarse. Permitió que lae continuara y se limitó a apartarse.

En cambio, lae se concentró en su tarea. Su palma comenzó a calentarse poco a poco, y de entre sus dedos se derramó un resplandor azul celeste. Respiraba con ella, como si la luz misma estuviera viva.

La respiración del kon ka se estabilizó, haciéndose más profunda y tranquila, como si la criatura cayera en un sueño. Su ojo sano tembló y luego se cerró también.

El resplandor se extendía en finas líneas por el rostro del ser, como riachuelos transparentes que arrastraban el dolor y el cansancio. Los arañazos y la sangre desaparecían uno a uno, como si jamás hubieran existido.

Lae entrecerró los ojos, sintiendo cómo la energía se reunía en sus manos, y bajo sus párpados aparecieron diminutos destellos, como estrellas encendiéndose en el cielo nocturno.

La magia sucedía de manera tan maravillosa y silenciosa que los niños quedaron inmóviles. Sus labios se entreabrieron y sus ojos brillaban de asombro. Miraban el milagro, temerosos de moverse o siquiera exhalar más fuerte, para no romper el hechizo.

Al cabo de un momento, en el cuerpo del kon ka no quedó rastro del ataque de Zoi me. Estaba limpio, del mismo azul oscuro que Zui había dibujado en el papel y mostrado a Dao.

Finalmente, la muchacha y el chico se inclinaron hacia la criatura. Dao, fascinada, seguía con la vista las líneas curativas que se fundían en la piel del kon ka, disolviéndose en ella. Parecían ramitas que se extendían cada vez más, hasta desaparecer. Sin embargo, tras un último destello junto a la oreja puntiaguda, las líneas se desvanecieron.

—¿Posees magia de sanación? —pronunció al fin Dao, mirando a lae con turbación.

El ser asintió, retirando la mano.

—¿Lo sabías? —preguntó Zui, aún parpadeando desconcertado.

Dao negó con la cabeza y bajó la mirada hacia el kon ka. Este yacía en calma, respirando de forma regular y profunda, como si disfrutara del mejor de sus sueños.

Pero al cabo de unos instantes abrió los ojos, que relampaguearon con un destello dorado.

—¿Cómo te sientes, Some? —le preguntó Zui a su amigo.

Dao decidió dejar a los dos tranquilos y volvió hacia lae.

—Nunca dijiste que fueras capaz de algo así —murmuró la muchacha, frunciendo las cejas oscuras.

La criatura se ladeó, reflexionando sobre el comentario de su amiga. Sus destellos ya no irradiaban luz, por lo que su rostro volvía a ser el de siempre, simple e incluso familiar. Las cejas de lae —marcadas por manchas azules— se alzaron apenas sobre sus ojos. ¿Qué podía significar aquello? ¿Irritación? ¿O qué?

Al fin, el ser encogió un hombro. Sus ojos se fijaron en Dao, deseosos de expresar algo.

De pronto, la muchacha escuchó una voz en su cabeza. No le pertenecía, era algo ajena, pero al mismo tiempo mágica.

“¿Y por qué no viniste a verme?”

Las palabras resonaban, golpeando las paredes de su mente. Sonaban suaves, pero parecían demasiado fuertes. En la voz de lae se notaba dulzura, aunque se deslizaba una nota de enojo.

Dao entreabrió los labios para responder. Recordando el vínculo, decidió intentarlo.

Encontró aquellas chispas sutiles que marcaban la huella de las palabras de lae. Se aferró a ellas e intentó transmitir su pensamiento.

“Perdóname, tenía asuntos que atender.”

Al disculparse, los hombros de Dao se encogieron. Sabía que había fallado al no acudir a su amiga, pero había que dedicar tiempo a otras cosas, entre ellas el entierro de Tuyet.

Al recordar aquello, Dao se mordió el labio inferior para no volver a conmoverse. Aunque no sintiera que las lágrimas estaban a punto de brotar, igualmente parpadeó rápido para disipar la tristeza.

Esa reacción no pasó desapercibida para lae ni para Zui. El kon ka también la observó con curiosidad.

—Dao, ¿estás bien? —el chico extendió la mano, queriendo tocarla y consolarla.

—Todo bien —replicó ella con un gesto, esperando que no insistieran más.

Pero no fue así.

Zui se acercó más a Dao y la atrajo a un abrazo. Lae hizo lo mismo, envolviendo a la muchacha con sus brazos. Apoyó la cabeza en su hombro, intentando mostrar apoyo con aquel gesto silencioso.

En la mente de Dao no resonaba nada, salvo sus propios pensamientos y la voz de Tuyet. Sonaba suave, tierna y cariñosa... Recordaba los momentos compartidos durante los diez años juntas.

Dao aún guardaba en la memoria aquellas noches en que se sentaban en el quiosco a dibujar y contarse historias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.