Lo que no tiene nombre

Capítulo 30

Mi relato terminó en el día de hoy, omitiendo los detalles del cuervo, la liebre y los días anteriores, en los que ciertamente no me comporté como una buena persona. Aunque ¿quién sigue siendo humano ahora? Lo más probable es que sea la lae. Ella es la más humana de todos nosotros, pues el mismo Zui admitía que más de una vez había cazado alguna criatura aquí. Repitiendo las palabras de con ka, Som también era cazador. Lae, en cambio, permanecía fiel a su naturaleza omnívora y se alimentaba de algas y otras plantas, mientras nosotros comíamos a semejantes… algunos de nosotros. Yo y Zui aún no habíamos llegado a eso.

Por ahora.

***

El día pasó rápido. No noté cómo el crepúsculo se apoderaba del cielo, cómo el sol desaparecía tras los árboles siniestros que proyectaban sombras tenebrosas sobre la hierba. Los grillos iniciaban su coro sobre el amor feliz, la vida alegre y todo aquello con lo que uno podía soñar ahora y ver en sueños. Sus canciones acariciaban mis oídos, se deslizaban bajo la piel, penetraban hasta lo más profundo del corazón, que por ello se calmaba y se serenaba.

Zui hacía rato que se había ido a casa, y Som, a su pequeño nido.

A lo lejos alcancé a oír los gritos apagados de mis padres, llamándome. Ya me disponía a ponerme de pie y despedirme de lae, pero mi mirada se detuvo en sus dibujos. Brillaban suavemente en un tono turquesa y luego ardieron con más intensidad.

Medianoche.

Mis ojos se agrandaron, absortos en el hechizo de aquella belleza que irradiaban los puntos luminosos y los ojos de lae. Resplandecían como la luna en un cielo oscuro; como la estrella más brillante en el abismo.

Había esperado. Esperado este instante en que por fin podía contemplar aquel fenómeno natural tan singular.

Lae se ruborizó bajo mi mirada atenta y cubrió sus hombros con las manos.

—¡No te atrevas a taparte! —protesté, sujetándole las manos.

Al apartarlas de su cuerpo, mis ojos recorrieron las curvas de su rostro, sus orejas, su cuello, sus hombros y su pecho. Todo parecía liso, en algunos lugares escamoso, pero encantador, increíblemente hermoso, ajeno y sobrenatural. No podía creer que estuviera presenciando semejante hermosura con mis propios ojos.

—Pareces salida de un cuento… —murmuré sin pensar, con los labios entreabiertos de admiración.

Mis ojos descendieron hasta el vientre de la criatura. Allí se detuvieron. Fruncí el ceño al notar la marcada silueta de sus costillas. Costillas delineadas con claridad.

Al alzar la mirada hacia el rostro de lae, ella misma habló, captando mi pensamiento:

—Envenenaron la laguna, así que no había qué comer —su voz delicada acarició mis oídos con dulzura.

Mis cejas se juntaron en un gesto de compasión. Saqué el labio inferior y extendí los brazos hacia sus hombros. Al abrazarla, la atraje hacia mí.

—Lo siento —susurré.

Lae también estaba hambrienta. Llevaba aproximadamente una semana, o quizá más.

Pero mientras jugábamos en el claro, yo había compartido con ella el pan, sin importar mi propio hambre. Ella se negó entonces, decía que estaba bien y que comiera yo. Y aun así, permanecía hambrienta.

He ahí quién es verdaderamente humano…

***

En casa reinaba el silencio. Ni un ruido ni un crujido. Ninguna voz que me diera la bienvenida. Claro que ya no me darían la bienvenida. Medianoche: todos dormían, y yo era la única que vagaba de noche por ahí.

Al entrar en la cocina, pisé accidentalmente una tabla que crujió.

Maldita sea.

El sonido resonó por toda la casa, obligando a mis padres a despertar. Escuché un roce cercano, luego un susurro y después silencio. Apenas giré la cabeza por encima del hombro para entender qué ocurría. Mi padre asomó el cañón de una pistola, apuntándome directamente. Mi madre alzó una vela hacia el pasillo, iluminando también mi rostro. Papá lanzó un grito de espanto y bajó el arma de inmediato.

—¡Hija! —exclamaron al unísono, corriendo hacia mí.

Me envolvieron en abrazos y lágrimas, cuando mamá rompió en llanto entre desesperación y alegría.

—¿Dónde has estado tanto tiempo? No encontrábamos consuelo —sollozaba mi madre, besando mi coronilla.

Mi padre simplemente me observaba en silencio con los ojos entrecerrados, diciendo así mucho más de lo que las palabras podrían. Me acariciaba la espalda, mientras mi madre seguía colmando mi cabeza de besos y caricias.

—Nos asustamos tanto. Imaginamos tantas cosas —gimoteaba, apretándome contra ella.

—Estoy bien —murmuré, cerrando los ojos.

Se supone que debo sentirme a salvo aquí. Pero esa sensación ya no existe en este lugar. Se evaporó hace mucho, cuando papá abrió la puerta para ir en el carro donde la abuela Ha. Desde entonces, todo se desmoronó: empezando por la relación entre mis padres y terminando con la tensión en casa. Algo nos había roto, y no podía entender qué. ¿La muerte de la abuela Ha? Aunque ella no era una parte fuerte de nuestra familia. ¿Entonces qué? ¿La guerra? ¿El hambre en el país? ¿De verdad podía eso influir tanto? Quizá la mente de los adultos no es capaz de soportar las tareas actuales que deben cumplirse cada día, como un deber. Y dado que nadie estaba preparado para esto, resulta difícil. Muy difícil.

Inventé algo sobre haber estado cazando una liebre, que al final escapó, y sobre un sueño. Como si me hubiera quedado dormida en el bosque y despertado ya de noche.

Nos despedimos; mis padres me dieron un pedazo de pan, con el que empezaban a pagarle a mamá en el trabajo, y subí al piso de arriba. El segundo piso ya no contenía recuerdos cálidos como antes. En mi memoria se habían vuelto brumosos y nada agradables. No me imagino a mí misma, en el futuro adulto, recordando todo esto cuando por fin acabe. Aunque… ¿llegaré a sobrevivir?

¿Qué pasa si me comen? ¿Si me matan los caníbales y simplemente… me digieren en un estómago? ¿O si mis propios padres enloquecen, me disparan y me fríen en una sartén?




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