Lo que no tiene nombre

Capítulo 34

¡El capítulo contiene escenas no aptas para personas sensibles! ¡Tengan cuidado!

El peso se precipitó sobre mí, aplastándome contra el suelo. Junto a mi oído se oyó un siseo familiar.
Zoi me.

El corazón comenzó a golpear con furia cuando el dolor me quemó la espalda. Me encogí —y rápidamente me di vuelta. Para mi sorpresa, conseguí volcar a la criatura negra de costado. Se alzó de un salto, rugió y se lanzó sobre mí. Abrió su fauces dentadas, apuntando directamente a mi rostro. Instintivamente interpuse la mano —y al instante siguiente me arrepentí.

Mi grito desgarró mi garganta. Los colmillos afilados se hundieron en mi piel, deseando morder hasta el fondo. Las lágrimas asomaron a mis ojos, pero me obligué a tragarlas y apretar los dientes. Como la boca de Zoi me estaba prendida a mi brazo, no se soltaría. Con todas mis fuerzas levanté el brazo y luego lo bajé de golpe. La criatura chocó la nuca contra el suelo, retorciéndose.

Sin embargo, no me soltó.

Miserable. Asquerosa.

Dentro de mí despertó una ira insoportable hacia todo lo vivo, y en especial hacia ese engendro. Mi mano se alzó y agarró a Zoi me del cuello. Ella reaccionó al instante, aferrándose ya con las garras a mi muñeca. Las uñas intentaban arrancarme la piel, arañando la palma. Logré encontrar su cuello —y lo rodeé. No era muy delgado ni muy grande. Sin embargo, con una sola mano no lograría estrangular a Zoi me.

Giré mi muñeca, entumecida ya por el tiempo que llevaba en la boca de la bestia y por la presión. Por fin rodeé con firmeza el cuello del monstruo.

—Me irritas —escupí entre dientes, mientras presionaba su cuello contra la tierra, intentando a la vez que mis dedos entraran en juego.

Las garras de la criatura continuaban arañando mis brazos, rasgando las mangas y arrancando trozos de tela. Incluso intentó golpearme la cara en su afán de impedirme.

—No voy a morir. Vas a morir tú, y después te devoraré. ¿Lo entiendes? —gruñí, apartando de nuevo mi cabeza de su zarpa negra.

A mis palabras, mi estómago respondió apenas con un ruido, como animándome a continuar.

Zoi me abrió los ojos de par en par, y luego los entornó. Algo gruñó, resistiéndose —trataba de liberarse de la presión en su cuello. Pero yo no se lo permitía, sino que afianzaba aún más el agarre.

Cuando dejé de ver límites, Zoi me me soltó —y giré las manos para presionar sobre su tráquea. Sabía que estaba ahí.

—Eres como yo —silbo en un susurro, cuando mi respiración se vuelve entrecortada, como si me faltara aire.

—Eres peor que yo —la voz de Zoi me se cuela en mis pensamientos.

Claro. Conexión a través del tacto. ¿Cómo pude olvidarlo?

—¿Solo porque quiero matarte? —arqueé las cejas con sorna, y un ojo me tembló.— ¿Acaso tú misma no intentaste arrebatarle la vida a alguien? Por ejemplo: a mí.

—Te has convertido en aquello que juzgabas —resonó en mi mente, mientras de la criatura salían jadeos roncos—, y actúas con plena conciencia.

Ante esas palabras, hundí aún más mis dedos, siguiendo los movimientos caóticos y espasmódicos de Zoi me. Ella lo intentaba, golpeaba con las alas contra el suelo, pero en vano. Yo no la soltaba.

Las palabras de la víctima se desvanecían en la conexión, permitiendo que la niebla cubriera otra vez mi mente. Bajo mis dedos siento el pulso que late y va disminuyendo poco a poco. La respiración, que antes estallaba en gruñidos, se volvía cada vez más ronca y entrecortada. El fin está cerca. La muerte está cerca.

Los ojos de Zoi me se entornaron, sus garras cayeron. Ni siquiera noté cuándo mis pulgares llegaron a tocarse entre sí.

Al poco, el corazón de Zoi me se detuvo. Solté su cuello; la cabeza se ladeó, abriendo su fauce ensangrentada.

Durante un largo rato contemplé aquella expresión sin alma hasta que algo goteó al suelo. Al mirar hacia abajo, vi una mancha carmesí. Al llevar la palma al ojo, comprendí que la criatura había alcanzado a desgarrar una parte considerable de mi rostro. La sangre pegajosa y caliente se acumulaba en mi mano, escurriendo hasta los codos. Una de las manos, la que había estado entre los dientes de la bestia, estaba cubierta de marcas azuladas y en algunos puntos rojas. El dolor solo ahora me llegaba. Y con él —el principal.

Me puse en pie y empujé el cuerpo de Zoi me a un lado. La ira y el odio se extinguieron, dejando sentir el vacío. Mis ojos no se apartaban del cuerpo de la criatura, que ya no respiraba ni vivía.

La había estrangulado con mis propias manos. Esto no era cazar un ave ni un conejo. La sensación era totalmente distinta de aquella primera vez que hundí un cuchillo en el vientre de un conejo. La repugnancia, la rabia contra mí misma y las emociones mezcladas no aparecían ante la muerte que yo misma había causado.

No voy a morir.

Mis pies me llevaron más lejos. Hacia lae. La quería a ella. Sentarme y sobrellevar, repasar los hechos en mi cabeza. Y luego olvidarlos.

***

Al caer la tarde ya iba de camino a casa. El brazo dolía, el rostro dolía. Lae había restaurado las partes heridas, por lo que solo quedaban cicatrices y marcas. Una de ellas adornaba la parte derecha de mi cara y la ceja ya ahora partida. No tenía ni idea de cómo reaccionarían mis padres ante algo así. ¿Gritarían? Probablemente. ¿Preguntarían? Sin duda. ¿Y qué responder? ¿Que me peleé con Zoi me, a quien al final maté?

Dejando la criatura alada en el patio, aplaudí como si hubiese traído basura o algo semejante. Las palabras del monstruo aparecían de vez en cuando en mi cabeza, obligándome a reflexionar.

Me había convertido en aquello que juzgaba. Y conscientemente.

Mi ceja se alzó ante esos pensamientos que no lograban entrelazarse en algo único ni lógico. Aunque, ¿se puede esperar eso de una criatura del bosque, que solo hace cazar y tratar de matar a alguien? Pero ella lo hace para vivir. Yo también hago lo mismo. Zoi me es depredadora. En esencia, yo también. ¿Entonces en qué se diferencia una de otra? Quizá solo dijo tonterías para nublarme la mente y que yo la soltara.




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