“A veces, el amor más profundo no se dice… se sobrevive.”
El sol comenzaba a calentar con más fuerza. Abril se abría paso entre los días con su aroma a flores nuevas y a despedidas escondidas entre los árboles. Emilia y Gabriel, tras su reconciliación silenciosa, habían encontrado una nueva forma de estar juntos. No hablaban del futuro. No mencionaban el viaje. Solo se dedicaban a vivir el presente como si fuera un milagro con fecha de vencimiento.
Pero el día llegó.
La madre de Gabriel entró a su cuarto una mañana, con la carta de aceptación en la mano y los ojos brillando de emoción.
—Es oficial, hijo. El vuelo sale en cuatro semanas.
Gabriel la miró con el corazón en pausa. Había olvidado lo rápido que se movía el mundo cuando uno solo quería que se detuviera.
Cuatro semanas.
Veintiocho días.
672 horas.
Demasiado y nada a la vez.
No se lo dijo a Emilia de inmediato. Pasaron tres días enteros en los que fingió que todo estaba bien. La acompañó al cine, le llevó café, rieron con los chistes tontos que siempre compartían, y subieron una vez más al mirador para ver caer el sol.
Pero ella lo notó.
Había algo en sus ojos. Una sombra detrás de cada sonrisa. Un silencio más largo entre frase y frase. Y ese abrazo al despedirse... más fuerte, más largo, más desesperado.
—Gabriel… —susurró ella en la última tarde de ese tercer día—. ¿Qué estás callando?
Él tragó saliva. Cerró los ojos. La abrazó como si fuera la última vez.
—Me voy en cuatro semanas.
El mundo se detuvo.
Ella no lloró al instante. No hizo una escena. Solo asintió, una vez, y se quedó en silencio, con la mirada perdida en el horizonte.
—¿Por cuánto tiempo?
—No lo sé. Podría ser… mucho.
—¿Y pensabas no decírmelo?
—Pensaba decírtelo… pero quería un poco más de tiempo donde no doliera.
Ahora sí, Emilia sintió el aire cortarle el pecho. La herida no era nueva. Solo se había vuelto a abrir. Pero esta vez, dolía más… porque esta vez sí se amaban.
—Entonces empieza la cuenta regresiva —dijo ella, sin voz.
Gabriel quiso decir algo, pero no había palabras que no sonaran a excusa.
Desde ese día, cada encuentro tenía sabor a despedida. Iban al parque, al cine, a las ferias locales, al muelle. Volvieron a sus lugares favoritos. Rieron. Se abrazaron. Se rozaron los dedos como si no supieran que en cualquier momento tendrían que soltarse.
Gabriel llevaba una libreta. Cada día, anotaba algo que quería recordarle. Frases como:
“Hoy vi cómo el sol caía sobre tu cabello y pensé que eras la cosa más hermosa que jamás vería.”
“No quiero que me recuerdes como alguien que se fue, sino como alguien que intentó quedarse en cada memoria que tuvimos.”
“Si alguna vez dudas de lo que significaste para mí… abre esta página.”
Emilia, por su parte, escribía cartas que nunca le entregaba. Las guardaba en una caja de metal, bajo la cama. En ellas le decía todo lo que nunca se atrevió a decirle en voz alta:
“Te amo desde antes de saberlo, Gabriel. Te amo en cada palabra que no dijiste. En cada mirada que me lanzó al abismo.”
“Ojalá pudieras quedarte. Pero más que eso, ojalá puedas ser feliz allá, aunque sea sin mí.”
Una tarde, él le pidió algo especial.
—Quiero que hagamos una cápsula del tiempo.
—¿Una cápsula?
—Sí. Que cada uno deje algo dentro, algo pequeño que nos recuerde. La vamos a enterrar en el parque, debajo del árbol grande, ese donde te leí por primera vez.
—¿Y cuándo se supone que vamos a desenterrarla?
Gabriel sonrió.
—Cuando vuelva por ti.
Emilia sintió cómo todo su cuerpo temblaba por dentro.
—¿Y si no vuelves?
Gabriel la miró a los ojos.
—Voy a volver.
La noche antes de la última semana, se encontraron en el techo de la casa de ella. Se acostaron en silencio sobre una manta, mirando las estrellas. El aire era frío, pero estaban juntos.
—¿Sabes qué me parte el alma? —dijo Emilia, después de un largo rato.
—¿Qué?
—Que nos dimos cuenta de lo que sentíamos justo cuando ya no teníamos tiempo.
Gabriel la miró con tristeza.
—Tal vez por eso fue tan real.
—¿Y si no es suficiente?
—¿Qué?
—Esto. Lo que somos. Lo que fuimos. ¿Y si no alcanza para sobrevivir la distancia?
Gabriel se acercó y tomó su mano.
—Entonces quedará como la historia que nunca fue, pero que jamás vamos a olvidar.
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Editado: 11.04.2025