Mi cuerpo se remueve y siento como mi mente trata de salir de la oscuridad en la que se encuentra, siento como mi cuerpo duele y mis mejillas arden mientras un nuevo golpe se deposita en mi mejilla izquierda y mi cabeza cae hacia el otro lado volviéndome a la realidad.
-¡Despierta!- escucho gritar a alguien, seguido de un nuevo golpe en el rostro y abro los ojos finalmente.
Estoy totalmente desorientada, sin embargo de lo primero que estoy consciente es del dolor que habita en mi cuerpo.
Mi estómago duele, mi garganta esta seca al igual que lo están mis labios, puedo sentir el ardor en mi rostro y un dolor punzante recorrer desde mi columna vertebral hasta mi cuello, mis manos se sienten agarrotadas y tengo calambres en las piernas, mientras que mi cabeza pesa como si hubiera aumentado tres veces su tamaño.
Me encuentro de rodillas en el suelo mientras mis manos están encadenadas sobre mi cabeza y mi cabeza cae al frente sin fuerza cuando me remuevo un poco soltando un quejido y miro hacia arriba, removiendo mis manos y dándome cuenta que están fijas a un tubo arriba sobre mi cabeza. Trato de remover mis piernas para ponerme en pie con lentitud, sin embargo estas también se encuentran encadenadas, esta vez al suelo de tal forma que yo no puedo levantarme ni recostarme, solo puedo mantenerme de rodillas, sintiendo como a cada segundo mis músculos se tensan cada vez más.
El dolor es tan intenso que las lágrimas no tardan en llegar a mis ojos, al arrugar mi nariz siento el dolor como el infierno y la sangre seca romperse ante mi movimiento.
-Al fin despertaste…- murmura un hombre frente a mí llamando mi atención.
Tiene la piel blanca y parece ya mayor pero no tan mayor, debe rebasar los 35 años y tiene una nariz grande y puntiaguda que me da mucho miedo.
Miro a mi alrededor dándome cuenta que sin duda alguna estoy en un especie de bodega enorme y oscura, húmeda, fría y con ventanas hasta arriba de las paredes con barrotes de metal, el techo es verdaderamente alto y al ver por las ventanas, puedo ver que la noche esta ya bastante avanzada mientras que mi cuerpo tiembla por el frío o por el miedo.
-¿Dónde estoy?- pregunto totalmente desorientada y asustada.
El hombre sonríe de medio lado.
-Al fin despiertas y puedes hablar perfectamente- suspira- teníamos miedo de que estuvieras muerta o en coma, llevas dormida casi dos días- dice riendo entre dientes y yo abro los ojos con sorpresa.
¿Dos días? ¿Dónde están Jack, Levid y Alberth?
Mi quijada tiembla.
-Creo que te dejaron el cloroformo demasiado tiempo, o inyectaron de más- asegura- Bueno, igual ya no importa- se encoge de hombros.
Las lágrimas caen por mis mejillas llena de miedo y de terror al darme cuenta que realmente estoy aquí por tanto tiempo, siento mi cuerpo totalmente tenso y suelto un jadeo que se escapa de mis labios cuando vuelvo a tratar de ponerme en pie y las cadenas me obligan a permanecer en mi posición original.
No sé cuánto tiempo llevo aquí o en esta posición, pero el dolor en mi cuerpo es insoportable, siento como mi cuerpo se acalambra por completo haciéndome apretar los dientes para no soltar a llorar, sin embargo las lágrimas siguen cayendo como cascadas.
-¿Qué es lo que quieren de mí?- pregunto con la voz estrangulada- No le he hecho daño a nadie… No merezco estar aquí… No merezco estar así ahora…- susurro más para mí misma que para él.
El hombre sonríe de medio lado tomando mi rostro entre sus manos y mirándome fijamente.
-Nacer, ese fue tu crimen- asegura con burla mientras me examina el rostro- Debo admitir que tienes unos rasgos bastante parecidos al jefe- dice con una sonrisa- Pero... las otras también los tenían- dice con un suspiro soltándome y lo miro sin comprender.
-¿Otras?- pregunto asustada.
-Sí, otras, los señuelos, las chicas que cuidaban en diferentes lugares para fingir que eran la hija perdida del jefe y al final resultaron ser todo un fraude- dice mientras me suelta el rostro con agresión acusándome daño para después buscar en un pequeño bolso y sacar una jeringa y una liga.
-¿Qué haces?- pregunto asustada tratando de retroceder pero las cadenas me lo impiden y él solamente saca un cuchillo y comienza a desgarrar mi blusa dejando mi brazo totalmente a su merced- ¡Suéltame!- grito asustada cuando la puerta a lo lejos se abre y otro hombre nuevo entra.
-Si no te quedas quieta te dolerá más- me advierte mientras pone la liga alrededor de mi brazo ejerciendo presión.
-¡Suéltame!- vuelvo a gritar pero es inútil, ya ha clavado la aguja en mi brazo.
Toma la parte trasera de la jeringa y comienza a succionar la sangre con habilidad mientras un dolor punzante y doloroso me recorre el brazo acalambrándolo aún más y sigo gritando.