Lo que Nunca Fuimos

Capítulo 1: El compromiso que nadie quiso

El silencio en la sala era tan denso que podía cortarse con un suspiro. Elena tenía las manos entrelazadas sobre su regazo, los dedos fríos y rígidos como si sostuvieran algo que no quería dejar caer: su libertad.

—Es lo mejor para ambas familias —dijo su padre, sin mirarla.

Ella no respondió. A su lado, su madre bajó la cabeza. Nadie en esa sala parecía interesado en sus emociones. Y frente a ella, sentado en la otra punta de la mesa, estaba Nicolás Valera. Alto, impecable en su traje gris oscuro, con la mandíbula tensa y los ojos clavados en algún punto de la pared. No la miraba. No la había mirado ni una sola vez desde que entró.

—Los términos están claros —continuó el abogado, pasando hojas—. El matrimonio se llevará a cabo en un mes. La convivencia será inmediata. Después de un año, si ambas partes están de acuerdo, podrán anular el contrato y divorciarse.

Elena quiso reír. "Si ambas partes están de acuerdo". Como si algo de esto hubiera sido consensuado. Como si ella tuviera voz en su propio destino.

Era un acuerdo de negocios, ni más ni menos. Su padre necesitaba salvar la empresa familiar, y los Valera estaban dispuestos a “invertir” a cambio de esa unión.

Nicolás finalmente habló:

—¿Puedo irme ya?

Su voz era firme, sin emociones. No esperó respuesta. Se levantó y salió de la sala como si acabara de cerrar un trato con alguien a quien despreciaba.

Y quizá así era.

Elena no dijo nada. Solo se quedó allí, inmóvil, sintiendo cómo su garganta se cerraba poco a poco.

Esa noche, en su habitación, lloró en silencio. No por amor —no podía llorar por alguien que apenas conocía— sino por lo que estaba perdiendo: la idea de una vida propia, de un amor verdadero, de una historia suya. Todo eso se estaba deshaciendo como papel mojado.

Cuando se miró al espejo, apenas se reconoció. Tenía veinte años, pero en sus ojos había algo roto. No era hermosa como otras chicas; no era el tipo de mujer que un hombre miraba dos veces. Tenía una belleza suave, callada, escondida entre la timidez y el silencio. Siempre había pasado desapercibida.

Y Nicolás… Nicolás estaba enamorado de otra. Lo sabía. Lo había oído en los rumores, en las miradas que él le había lanzado a Valeria Ríos en la última fiesta. Valeria era todo lo que Elena no era: radiante, segura, y con esa sonrisa que podía hacer que cualquiera se olvidara del mundo.

¿Cómo se suponía que competiría con eso?

La respuesta era simple: no competiría. No lucharía por un amor que no era suyo. No mendigaría afecto. Solo esperaría a que pasara ese año y sería libre.

Eso se prometió.

La boda fue pequeña, sin celebración. Ambos firmaron los papeles como si estuvieran sellando una alianza, no un matrimonio. Nicolás no la tocó durante la ceremonia. Ni un beso en la mejilla, ni un roce de manos. Nada.

—Si esto va a funcionar, mantendremos nuestras vidas separadas —le dijo después, en la puerta de su nuevo departamento—. No esperes que finja. No quiero esto.

Elena asintió. Sintió el alma encogerse.

—Tampoco lo quiero —susurró.

Él entró primero. Ella lo siguió, sintiéndose como una huésped en una vida que no era suya. El departamento era amplio, moderno, frío. Como él.

Esa primera noche durmieron en habitaciones separadas.

Elena pasó horas mirando el techo, deseando despertar y descubrir que todo había sido un sueño. Pero no lo fue. Y al día siguiente, Nicolás ya no estaba.

Solo quedaba el eco de la puerta cerrándose y una cama demasiado grande para una sola persona.

Así comenzó su historia.

No con un beso.

No con amor.

Sino con un contrato.




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