Pasaron dos semanas desde aquel día en la cafetería.
Dos semanas donde Nicolás no volvió a escribirle. No porque no pensara en ella, sino porque entendió —por fin— lo que Elena había aprendido mucho antes: no todo lo que uno quiere se puede tener. No cuando el daño ya está hecho.
Pero el destino, con su crueldad milimétrica, no siempre deja las historias cerrarse en silencio.
La boda de una prima. Un evento familiar.
Elena fue invitada porque, técnicamente, aún era parte de la familia.
Nicolás no sabía si ella iría.
Elena no sabía si él iría.
Ambos fueron.
Cuando la vio cruzar la puerta del salón, Nicolás se quedó sin aire.
Ella estaba distinta. No más bonita, no más arreglada. Solo… distinta. Más erguida. Más tranquila. Como si llevara puesta una armadura invisible, hecha de cicatrices cerradas y resignaciones aceptadas.
Se saludaron con un gesto leve de cabeza.
Él se acercó más tarde, cuando la fiesta ya había avanzado y las miradas ya no estaban tan puestas sobre ellos.
—¿Puedo sentarme? —preguntó, casi en susurro.
Elena asintió. No sonrió. Pero tampoco lo rechazó.
Por unos minutos, no dijeron nada.
Solo escucharon la música, los murmullos, los brindis.
Luego, él rompió el silencio.
—No te he escrito más. No sabía si tenía sentido.
—Lo tuvo —respondió ella—. Agradecí el silencio.
Nicolás tragó saliva. Asintió.
—Te vi en la cafetería. No entré.
—Lo sé. Te vi. Pero me alegra que no lo hicieras.
Él la miró, dolido.
—¿Ya no me amas?
Ella sonrió con tristeza.
—Amarte nunca fue el problema. Fue todo lo que no hiciste con ese amor.
Él cerró los ojos un instante. Esa frase fue un golpe suave, pero certero.
—Pensé que tendría tiempo. Pensé que ibas a esperarme.
—Lo hice —dijo Elena—. Pero llega un momento en el que esperar se convierte en una forma de morirse despacio.
Silencio.
Él tomó aire. Se armó de valor.
—¿Y si ahora estuviera listo?
Ella no lo miró.
Solo respondió:
—Entonces guárdalo para alguien que aún no esté rota.
Bailaron una canción. No porque quisieran, sino porque les insistieron.
Durante esos minutos, no hablaron.
Solo se movieron lentamente en medio de las luces cálidas y las risas ajenas.
Era un adiós disfrazado de último intento.
Y cuando la música terminó, Nicolás la soltó.
Como si supiera que esa sería la última vez.
Elena se alejó. Con paso firme. Sin mirar atrás.
Y él se quedó ahí, en medio del salón, entre aplausos, vestido de traje y con el alma vacía.
Lo que no se dice a tiempo, pesa el doble cuando ya no hay oídos dispuestos a escuchar.
Editado: 29.05.2025