Elena no volvió a verlo.
No porque lo evitara, sino porque ya no era necesario.
Ya no vivía con ese nudo en el estómago esperando que él cambiara. Ya no se despertaba con la esperanza de un mensaje, ni se acostaba con la herida abierta de la indiferencia. Había algo nuevo en ella: no paz, no felicidad completa… pero sí libertad.
Y eso era suficiente.
Se mudó a un lugar más pequeño, más suyo. Comenzó a trabajar en una editorial, algo que siempre había querido hacer pero nunca se había permitido. Leía más. Caminaba sola por calles desconocidas sin miedo a perderse. Escribía también. De vez en cuando, una frase salía que la hacía recordar a Nicolás. Pero no lo borraba. Solo lo dejaba ahí. Como parte de una historia que alguna vez fue importante.
A veces se preguntaba si él pensaba en ella.
Pero ya no dolía preguntárselo.
Porque ahora sabía que amar no siempre significa quedarse. Y que algunos amores no fracasan por falta de sentimiento, sino por miedo, por orgullo… o por llegar en el momento equivocado.
Nicolás seguía en la misma casa.
Se había convertido en un lugar más silencioso de lo que recordaba. Volvió a ver a Valeria un par de veces, pero no fue lo mismo. Su risa ya no lo llenaba, sus ojos ya no lo deslumbraban. Y por más que intentara volver a ese amor simple, alegre, liviano… algo le faltaba.
Algo que antes había ignorado.
Algo que ahora entendía.
Elena.
No por el amor tranquilo, no por el cariño constante, ni siquiera por lo que pudo haber sido.
Sino por la forma en que lo miraba.
Nadie lo había mirado como ella.
Y sabía que nadie lo volvería a hacer.
Un día, recibió un sobre sin remitente.
Dentro, solo había una hoja escrita a mano, con una caligrafía que reconocería aunque pasaran mil años.
“No guardo rencor.
Solo gratitud.
Me enseñaste a no conformarme.
Y a irme cuando el alma empieza a marchitarse.
Esto no fue un final feliz.
Pero fue un final necesario.”
No lloró al leerlo.
Solo cerró los ojos y respiró hondo.
Esa fue su despedida real. No la noche del salón, no el beso, no el silencio.
Sino esas palabras.
El último punto de una historia que ya no necesitaba continuación.
Y así, se escribió la última página.
No como tragedia.
No como cuento de hadas.
Sino como la vida misma: con momentos hermosos que no fueron suficientes.
Con errores que no se pudieron enmendar.
Y con la certeza de que a veces, amar… simplemente no alcanza.
Editado: 29.05.2025