El tiempo pasó, como lo hace siempre. De manera sutil, casi imperceptible, hasta que un día te das cuenta de que el cambio ya está aquí. En el caso de Amaya, ese cambio fue la acostumbrada desconexión que se formó entre ella y Elías después de su conversación en la biblioteca. No se distanciaron físicamente, pero sí emocionalmente.
Las semanas siguientes fueron una mezcla de silencio incómodo y encuentros fugaces. Se veían, se cruzaban, se sonreían con el mismo aire de incertidumbre, pero nunca más hablaron como antes. Amaya, por su parte, se obligaba a no pensar en ello. A seguir adelante con sus estudios, con su rutina, con sus pequeños momentos solitarios.
Era como si ambos se hubieran metido en un espacio donde lo que sentían ya no existía, como si la negación se hubiera vuelto una especie de refugio.
Hasta que, un martes, la universidad organizó una conferencia sobre literatura contemporánea. Era uno de esos eventos en los que Amaya no pensaba asistir, pero algo dentro de ella la impulsó a ir. Tal vez era la necesidad de sentir algo diferente, o la curiosidad de escapar de su propia cabeza por unas horas.
La sala estaba llena de estudiantes, todos sentados en sus asientos mientras un escritor de renombre hablaba sobre el futuro de la literatura. Amaya se acomodó en la última fila, dispuesta a desconectar por completo. Pero a medida que el escritor hablaba sobre las nuevas voces que estaban redefiniendo las historias, ella sintió una presión en el pecho.
Las historias que no se cuentan nunca dejan de ser historias.
Fue entonces cuando la puerta se abrió ligeramente, y el sonido del viento frío del exterior se coló por un instante. Amaya miró hacia la entrada, y ahí estaba él. Elías, con su cabello despeinado, su chaqueta de cuero y una expresión de alguien que no encajaba del todo en ese lugar, pero que a pesar de todo, se había sentado en la primera fila.
Lo peor de todo era que, aunque él no la miraba, Amaya sabía que su presencia lo llenaba todo.
Durante la siguiente hora, Amaya trató de concentrarse en las palabras del escritor, pero no podía dejar de sentir esa extraña vibración en el aire, esa sensación de que el tiempo se detenía cuando pensaba en Elías. Sus ojos se volvían hacia él una y otra vez, pero nunca se encontraron. Era como si el universo hubiera decidido separar sus mundos, para siempre.
Al final de la conferencia, el escritor invitó a los asistentes a un breve cóctel en un salón contiguo. La mayoría de los estudiantes se levantaron rápidamente para socializar, pero Amaya no se movió. Se quedó en su asiento, con la mirada fija en las notas que había tomado, como si esas palabras pudieran darle algo que el mundo real no podía ofrecerle.
Fue entonces cuando lo vio acercarse. Elías.
-¿Te vas a quedar aquí? -preguntó él con una sonrisa sutil, como si no hubiera pasado el tiempo.
Amaya levantó la vista y, por un momento, se olvidó de todo lo que había estado sintiendo. Lo vio con los mismos ojos que lo había visto la primera vez, aunque ahora había algo más en su mirada. Una quietud. Un reconocimiento.
-¿Tú? -preguntó ella, sin comprender del todo por qué él estaba ahí.
-Pensé que... tal vez necesitabas hablar. O tal vez solo necesitas alguien que te escuche. No sé. Lo sentí.
Ella se quedó callada. No era esa la respuesta que esperaba. No era la respuesta que esperaba de él.
-No lo sé, Elías. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te acercas, pero luego te vas? ¿Por qué no podemos simplemente... hablar? -las palabras salieron de sus labios sin que pudiera detenerlas.
Él la miró con calma, casi con tristeza.
-Porque hablar, a veces, solo complica las cosas. ¿Recuerdas lo que te dije? Lo que no se dice, se queda guardado. Y lo que no se dice, se convierte en algo imposible de tener.
Amaya lo observó, sorprendida por lo rotunda que sonaban sus palabras.
-Y entonces, ¿qué hacemos? -preguntó, la emoción a punto de desbordarse.
-No lo sé -respondió él, sin dejar de mirarla-. Lo que sí sé es que ni tú ni yo hemos dejado de pensar en eso. Y tal vez eso es lo que nos asusta. Lo que nunca llegaremos a ser. Pero que, en algún lugar, sabemos que podría haber sido.
Silencio. Un silencio pesado, lleno de promesas no dichas y de futuros inciertos.
Amaya miró hacia el salón del cóctel, con todos los demás conversando. Sabía que su vida estaba en un punto de quiebre. De alguna manera, Elías había vuelto a irrumpir en su vida, como si se empeñara en recordarle que no todo en ella estaba resuelto. Pero no sabía qué quería. No sabía si, realmente, estaba dispuesta a arriesgarse a lo imposible.
-Lo que nunca fuimos... o seremos -susurró ella, casi para sí misma.
Elías la miró fijamente. Sus palabras habían tocado la fibra correcta.
-Lo que nunca fuimos -repitió él, sus ojos verdes como dos espejos rotos.
El aire entre ellos se cargó de tensión, de algo que no podía ser resuelto, pero que sin embargo, seguía ahí, como un peso invisible.
Amaya se levantó sin decir una palabra más. No sabía a dónde iba, ni qué haría con esa sensación que lo inundaba todo. Pero algo dentro de ella le decía que, tal vez, ya no podía escapar de esa realidad. Que la historia de Elías y ella sería siempre una historia inconclusa, una que jamás se contaría del todo.