Amaya no sabía cuánto había caminado. Sus pasos eran lentos, casi como si su cuerpo no estuviera dispuesto a avanzar. La ciudad a su alrededor seguía su curso, pero ella sentía que todo se había detenido en el preciso instante en que salió del café. Elías había dicho lo que ambos sabían en el fondo, pero eso no hizo que fuera más fácil de asimilar. "No podemos ser lo que nunca seremos."
El aire frío la envolvía, pero ni el viento ni la multitud a su alrededor podían calmar la tormenta que se desataba dentro de ella. Había sentido la verdad en las palabras de Elías, pero también había sentido que algo dentro de ella moría, una parte que ya no podía ignorar.
No quería ser débil, no quería que todo lo que había sentido por él se desmoronara en ese momento. Pero, a pesar de sus intentos de ser fuerte, su corazón no dejaba de preguntarse si había sido suficiente. ¿Había sido suficiente lo que compartieron? ¿O era todo parte de una historia que nunca tendría un cierre feliz?
Se detuvo frente a una librería pequeña, su lugar favorito, y sin pensarlo, entró. Necesitaba algo que la distrajera, algo que pudiera darle un poco de consuelo en medio de la confusión. Se acercó a una estantería en la que solía encontrar libros antiguos, aquellos que siempre la habían ayudado a escapar de la realidad. Sacó uno al azar y se sentó en una esquina del local.
El libro hablaba sobre el amor no correspondido, sobre cómo los destinos se entrelazan a veces de manera dolorosa, solo para separarse por circunstancias fuera de nuestro control. Lo leyó durante horas, sin siquiera notar cómo el tiempo pasaba. En sus páginas encontró algo de consuelo, algo que le permitía entender que el dolor que sentía no era único, que muchas personas habían vivido lo mismo. Sin embargo, nada de lo que leía podía calmar la sensación de vacío que la invadía.
Esa noche, cuando regresó a su apartamento, no pudo evitar recordar las últimas palabras de Elías. "No sé si podríamos serlo, Amaya. Porque lo que hay entre nosotros, lo que siento por ti, es algo que nunca debería haber existido."
La frase la persiguió durante toda la noche, sumiéndola en una especie de trance en el que no podía pensar en nada más. Mientras se acostaba en la cama, miraba al techo, deseando poder deshacerse de esos pensamientos, de ese amor que parecía no tener lugar en su vida.
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Elías, por su parte, también había pasado una noche difícil. Después de que Amaya se fue, se quedó en el café, observando la taza de café fría frente a él. Las palabras que le había dicho se le repetían una y otra vez en la cabeza, y no podía dejar de cuestionarse si había hecho lo correcto. Había sido honesto, había tratado de no herirla, pero lo cierto era que su corazón también se rompía con cada palabra que había dicho.
Se levantó de la mesa, pagó la cuenta y salió al exterior. La noche estaba clara, pero el frío calaba hasta los huesos. Caminó sin rumbo fijo, pensando en cómo había llegado a ese punto con Amaya. Sabía que había algo especial entre ellos, algo que había sido real, pero también sabía que la vida no siempre permitía que los sentimientos siguieran su curso.
A lo largo de los años, Elías había aprendido a cerrar puertas, a no permitir que las emociones lo controlaran. Pero con Amaya había sido diferente. Desde el primer día en que la conoció, algo en su interior había cambiado. Y ahora, se encontraba ante la difícil decisión de dejarla ir, sabiendo que eso significaba perder algo valioso, algo que nunca podría recuperar.
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Al día siguiente, Amaya recibió una llamada de Clara. La voz de su amiga sonó preocupada desde el otro lado del teléfono.
-¿Amaya? ¿Cómo estás? ¿Pasó algo ayer? Te noté rara cuando saliste del café.
Amaya se recostó contra la pared, mirando el teléfono mientras se decidía a responder.
-Estoy bien -dijo finalmente, aunque no era del todo cierto-. Solo... estoy tratando de procesarlo todo, Clara.
Clara la escuchó en silencio, probablemente sabiendo que algo más estaba pasando, pero sin insistir. Al final, fue Amaya quien rompió el silencio.
-Elías... me dijo lo que necesitaba decirme. Me dijo que no podemos ser lo que nunca fuimos, y que no deberíamos seguir adelante.
Clara respiró hondo, sintiendo la tristeza en las palabras de su amiga.
-¿Y qué vas a hacer ahora? -preguntó Clara, sin juzgarla, solo buscando una respuesta que ni Amaya sabía dar.
-No lo sé. Pero no puedo seguir buscando lo que ya no está. Creo que es hora de aceptar que nunca fuimos lo que imaginé. Nunca seremos lo que quiero.
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Elías pasó la siguiente semana sumido en el trabajo. Cada vez que podía, pensaba en Amaya, pero rápidamente se sumergía en la rutina diaria para evitar pensar en todo lo que había dicho y hecho. Sin embargo, la imagen de ella seguía en su mente, como una sombra que se negaba a desvanecerse.
Un día, mientras caminaba hacia su oficina, vio a lo lejos una figura que le resultaba familiar. Cuando se acercó, el corazón le dio un vuelco. Era Amaya. Estaba caminando sola, como si nada hubiera cambiado, pero algo en su porte le decía que había algo diferente en ella. Elías se detuvo por un momento, observándola a lo lejos, sabiendo que lo que ambos sentían había dejado una huella que nunca podría borrarse.
La miró un segundo más antes de dar un paso atrás. Ella no lo había visto. Y, en ese momento, decidió que tal vez, lo mejor era seguir adelante.
Pero, por dentro, algo se rompió.