Los días parecían arrastrarse sin sentido, cada uno convirtiéndose en una repetición del anterior. Amaya se había sumergido en el trabajo para no pensar en lo sucedido con Elías. Había dejado de visitar los cafés que ambos solían frecuentar, y sus paseos solitarios por la ciudad ahora se sentían vacíos, como si las calles mismas estuvieran marcadas por la ausencia de algo que ya no volvería.
Pero había algo en su interior que le decía que no debía seguir huyendo de la realidad. Podía fingir que todo estaba bien, que la conversación con Elías no había dejado una huella profunda, pero la verdad era que él aún ocupaba un espacio enorme en su corazón. A veces, pensaba en lo que hubiera sido si las circunstancias hubieran sido diferentes, si ambos hubieran podido dejar de lado el miedo y el dolor para entregarse al amor sin reservas.
En la oficina, trató de concentrarse en su trabajo, pero su mente constantemente volvía a las mismas preguntas. ¿Por qué lo que sentía por él tenía que ser tan complicado? ¿Por qué, cuando finalmente parecía que todo podía ser sencillo, las palabras y las decisiones de Elías habían complicado todo aún más?
Una mañana, mientras revisaba unos documentos, recibió un mensaje en su teléfono. Al verlo, sintió un nudo en el estómago. Era de Elías.
"¿Podemos hablar? Sé que lo que te dije no fue fácil, pero necesito saber si lo que dijimos realmente es el final."
Amaya quedó paralizada por un momento, mirando la pantalla con una mezcla de emociones que no podía ordenar. ¿Realmente estaba lista para volver a enfrentarse a Elías? ¿Estaba dispuesta a escuchar más de lo que ya le había dicho? Lo cierto era que, aunque lo intentaba, no podía dejar de pensar en él. Cada palabra, cada mirada, seguía resonando en su mente.
Finalmente, después de unos largos minutos, respondió con una sola palabra: "Sí."
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Esa tarde, se encontraron en un parque cercano, un lugar tranquilo donde las conversaciones podían fluir sin interrupciones. Cuando Amaya llegó, lo vio allí, sentado en una banca, su mirada fija en el horizonte. No había nada diferente en su apariencia, pero había algo en su postura, como si estuviera esperando que algo o alguien le diera la respuesta que tanto necesitaba.
Elías la vio acercarse, y sin decir una palabra, se levantó. Sus ojos reflejaban una mezcla de arrepentimiento y esperanza. Fue él quien rompió el silencio primero.
-No sé qué esperas escuchar de mí, Amaya. Pero lo que quiero que sepas es que nunca fue mi intención hacerte daño. Todo lo que te dije, todo lo que te hice sentir, fue porque... no sabía cómo manejar lo que estaba pasando entre nosotros.
Amaya lo miró, y aunque en su interior una parte de ella quería gritarle, otra parte la instaba a escuchar con atención. Elías, con toda su confusión y dolor, estaba siendo tan honesto como podía, y eso era lo que la hacía difícilmente rechazarlo.
-Elías, las palabras ya están dichas -dijo ella, en un tono suave pero firme-. Pero a veces, uno necesita escucharlas para poder entender lo que realmente quiere. Lo que tú y yo compartimos fue real, y no me arrepiento de ello. Pero también sé que no podemos seguir en este limbo. No podemos seguir esperando algo que tal vez nunca va a suceder.
Elías bajó la cabeza, como si esas palabras le golpearan más fuerte de lo que había esperado. Sabía que tenía razón. En algún punto, ambos sabían que algo debía cambiar.
-¿Y qué hacemos ahora? -preguntó él, su voz apenas audible.
Amaya lo miró por un momento, sopesando sus propias palabras. Sabía que lo que dijera ahora sería crucial, que las decisiones que tomaran marcarían un punto de no retorno.
-No lo sé, Elías -respondió, con una expresión que era a la vez triste y decidida-. Pero necesito encontrar mi camino, sin mirar atrás. Necesito sanar, y no puedo hacerlo si sigo aferrándome a algo que ya no tiene futuro. Tal vez algún día podamos volver a ser amigos, pero eso no significa que debamos seguir siendo parte de la vida del otro de la forma en que lo fuimos.
El silencio que siguió a sus palabras fue pesado, cargado de todo lo que ambos habían sentido, pero que nunca se habían permitido aceptar completamente. Elías asintió lentamente, comprendiendo que no había otra opción.
-Entiendo. -dijo él, su voz apenas un susurro. Luego se quedó allí, mirando sus propios zapatos por un momento antes de levantar la cabeza-. Amaya... lo siento. No fue justo para ti.
Amaya sintió una mezcla de alivio y tristeza. En ese momento, comprendió que a veces la gente entra en tu vida para enseñarte algo, y que no todos los amores están destinados a durar. Algunos están ahí para mostrarte lo que eres capaz de dar, pero también para enseñarte a dejar ir.
-No fue justo para ninguno de los dos -respondió ella, con una pequeña sonrisa triste-. Pero ahora sabemos lo que somos. Y tal vez eso es todo lo que necesitamos.
Elías la miró una última vez, y sin decir nada más, se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente, desapareciendo entre los árboles del parque. Amaya lo observó hasta que su figura se desvaneció por completo, y luego se quedó allí, en el mismo lugar donde todo había comenzado, sintiendo el peso de la despedida en su pecho.
El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y dorados. Amaya cerró los ojos por un momento, tomando una respiración profunda. Sabía que lo que acababa de hacer no había sido fácil, pero también sabía que era lo correcto. Ahora solo quedaba caminar hacia adelante, con la esperanza de que, algún día, encontraría la paz que tanto necesitaba.
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Elías, por su parte, también sabía que había llegado al final de una etapa. Caminó durante un rato, dejando que sus pensamientos se disiparan con el viento. No podía cambiar lo que había sucedido, pero tal vez, con el tiempo, aprendería a vivir con ello. Porque lo que compartieron, aunque fugaz, nunca sería olvidado.