Lo Que Nunca Fuimos o Seremos

Capítulo 14: La conexión que persiste

El viernes por la noche, el aire fresco acariciaba la piel de Amaya mientras caminaba hacia el restaurante que Valeria había mencionado en su mensaje. El lugar, situado en una calle tranquila del centro, parecía una mezcla entre lo antiguo y lo moderno, con luces tenues que creaban un ambiente íntimo. La cena temática prometía ser algo único, y Amaya necesitaba una distracción, un espacio donde dejar de pensar en lo que no podía tener.

Valeria la recibió con una sonrisa brillante, abrazándola al instante.

-¡Qué bueno que viniste! -exclamó con entusiasmo-. Te vas a divertir mucho, lo prometo. Esta noche es de comida francesa, pero con un toque de misterio. Todos deben vestirse como si estuvieran en una película de los años 20. ¡Es muy divertido!

Amaya sonrió, agradecida por el gesto de su amiga. Había pasado tanto tiempo sin salir realmente con alguien más que no fuera Elías o su círculo cercano de trabajo, que este tipo de reuniones le resultaban refrescantes.

Dentro del restaurante, la atmósfera estaba cargada de un aire de sofisticación antigua. Las mesas estaban decoradas con candelabros de cristal y los comensales conversaban en voz baja, creando un murmullo cálido y acogedor. La música suave de piano de fondo acentuaba la sensación de estar transportada a otra época.

La anfitriona, una mujer de cabello oscuro y ojos brillantes, se acercó a ellas.

-Bienvenidas, chicas. Esta noche, todos tienen un rol que interpretar. ¿Están listas para el misterio? -preguntó, sonriendo con complicidad.

Amaya se sintió algo nerviosa, pero también emocionada. Aquella noche representaba una escapatoria, un alivio para su alma cansada de las incertidumbres que rodeaban su vida.

La cena comenzó, y a medida que los platos se servían, Amaya se dejó llevar por las historias y las conversaciones. Las risas de los demás, los juegos improvisados entre los invitados, la atmósfera desconectada del mundo real... todo se sentía como un refugio que la invitaba a desconectar. Por un momento, pensó que podría quedarse ahí, olvidando todo lo que no podía cambiar.

Al principio, la gente la observaba con curiosidad. Era la nueva, la que no conocía a nadie, la que aún cargaba con algo de timidez en su interior. Sin embargo, la calidez de la noche pronto deshizo esas barreras. Amaya comenzó a sentirse parte de algo, a disfrutar del momento sin que su mente se llenara de recuerdos dolorosos.

Al final de la noche, Valeria la miró con una sonrisa satisfecha.

-¿Ves? Te lo dije. Necesitabas algo así.

Amaya asintió, aún con una sensación de ligereza en el corazón.

-Gracias por invitarme, Val. Realmente lo necesitaba.

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Mientras tanto, Elías se encontraba de nuevo solo en su apartamento, observando las fotos antiguas de su familia. Su mente estaba en otro lugar, y su corazón, atrapado en un ciclo interminable de pensamientos. A veces se encontraba preguntándose si alguna vez podría realmente superar a Amaya, si esa conexión entre ellos era tan fuerte que no podría desaparecer nunca.

Aquella noche, después de mucho pensarlo, decidió hacer algo que no había hecho en mucho tiempo: salir. Se había encerrado demasiado en su propia mente, demasiado en su dolor, y tal vez era hora de enfrentarse a la realidad, de salir y dejar de pensar en lo que había sido, en lo que pudo haber sido. Tal vez pueda encontrar la paz, se dijo a sí mismo mientras se abotonaba la chaqueta.

Al salir a la calle, la fresca brisa nocturna lo recibió con una sensación de libertad, como si las sombras que lo acechaban pudieran disiparse con cada paso que daba. Decidió caminar por el centro de la ciudad, como si al hacerlo pudiera dejar atrás todo lo que lo había retenido.

En su caminar sin rumbo, se cruzó con una cafetería. El lugar estaba casi vacío, con solo un par de personas sentadas en mesas apartadas. Elías dudó por un momento, pero algo lo impulsó a entrar. Necesitaba un respiro.

Pidió un café y se acomodó en una esquina, permitiendo que su mente vagara. No esperaba encontrar respuestas, pero sí algo que lo calmara. Se sentó con la espalda contra el respaldo, observando las luces de la ciudad a través de la ventana.

Al poco rato, el sonido de la puerta se abrió, y una figura entró. Al principio no la reconoció, pero cuando la vio más de cerca, sintió su corazón dar un salto. Era Amaya. Aunque no lo había esperado, algo dentro de él le dijo que debía hablarle, que debía enfrentarse a esa realidad.

Amaya, por su parte, lo miró por un momento, sorprendida, pero algo en su interior la hizo acercarse.

-Elías... -dijo en voz baja, como si las palabras no pudieran escapar con facilidad-. No te esperaba aquí.

Elías asintió lentamente, incapaz de articular una respuesta coherente en ese instante.

-Yo tampoco... -respondió, sus ojos reflejando una mezcla de emoción contenida-. ¿Te importa si me siento?

Amaya vaciló, luego asintió, dejándolo sentarse. El silencio entre ellos se hizo palpable, pero no incómodo. Ambos estaban conscientes de la brecha que los separaba, pero algo en esa noche, en ese encuentro tan inesperado, parecía abrir una puerta que ninguno de los dos había querido cerrar por completo.

-¿Cómo has estado? -preguntó Elías, su voz suave, casi como si intentara medir la distancia entre ellos.

Amaya levantó la mirada, viendo en sus ojos algo más que la distancia emocional de antes. En sus ojos había algo que aún no entendía, pero que la atrajo como una corriente irresistible.

-He estado... tratando de encontrar mi camino -respondió, con una sinceridad que solo Elías podría comprender-. Y tú, Elías, ¿cómo has estado?

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