La luz tenue de la cafetería iluminaba sus rostros de una manera suave, creando una atmósfera casi intocable. Elías miró a Amaya con una mezcla de esperanza y tristeza en los ojos. Habían pasado tanto tiempo sin verse, sin hablar de lo que realmente había ocurrido entre ellos, y ahora se encontraban frente a frente, como dos extraños que, sin embargo, compartían un pasado que no podían borrar.
Amaya tomó un sorbo de su café, buscando algo que decir, algo que rompiera el silencio que se había instalado entre ellos. No quería que el momento fuera incómodo, pero tampoco sabía si estaba lista para desenterrar lo que aún quedaba enterrado.
-He estado pensando mucho en todo lo que pasó... -dijo Elías, rompiendo el silencio, su voz grave y algo vacilante.
Amaya lo miró con atención, su pulso acelerado. Sentía como si el tiempo se hubiera detenido, como si cada palabra que Elías pronunciara pudiera cambiar el curso de todo lo que había decidido para su vida.
-Yo también. Pero... -Amaya comenzó, pero no estaba segura de cómo seguir. Lo que había pasado entre ellos había sido tan profundo, tan lleno de promesas rotas y sueños no cumplidos, que decir algo que lo resumiera en una frase parecía imposible-. No sé si es bueno revivirlo, Elías.
Elías la observó en silencio, comprendiendo la razón detrás de sus palabras. Había sido él quien había tomado las decisiones que los habían llevado a este punto, y aunque lo lamentaba profundamente, también entendía que no podía volver atrás.
-Entiendo -dijo finalmente, sus ojos fijos en ella con una sinceridad que era imposible de ignorar-. Pero a veces me pregunto si lo que compartimos alguna vez fue real o si solo fue una ilusión que nos creímos durante un tiempo.
Las palabras de Elías fueron como un golpe silencioso, como si abriera una puerta a todas las dudas y los miedos que ambos habían intentado ignorar. Amaya lo miró, su corazón latiendo con fuerza. La pregunta era válida, pero al mismo tiempo, había algo dentro de ella que sabía que lo que habían vivido no había sido una simple ilusión. Había sido real, por más que el tiempo y las circunstancias se interpusieran entre ellos.
-No fue una ilusión -respondió, su voz firme, aunque llena de una tristeza contenida-. Pero tal vez lo que compartimos no era suficiente para lo que necesitábamos. Las cosas cambiaron, y no siempre estamos preparados para eso.
Elías asintió lentamente, sus dedos jugando con la taza de café. Sabía que Amaya tenía razón, y aunque le dolía, también entendía que a veces las circunstancias eran más fuertes que los sentimientos. Habían sido dos personas en un momento determinado de sus vidas, pero el destino parecía tener otros planes para ellos.
-¿Y ahora qué? -preguntó Elías, sin poder evitar la pregunta que había estado rondando en su mente desde que la vio aquella noche en la cafetería.
Amaya no respondió de inmediato. Miró por la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban con intensidad, y se permitió un momento para pensar. No sabía exactamente qué hacer con su vida, pero sabía que seguir en el mismo lugar donde todo había comenzado no era la respuesta. No podía esperar que las cosas volvieran a ser como antes. Había aprendido a sanar, a reconstruir su vida, aunque aún le costara admitir que no lo había hecho completamente.
-No sé qué va a pasar, Elías -dijo finalmente, con una sinceridad que la sorprendió a sí misma-. Lo único que sé es que no puedo seguir esperando. No puedo quedarme atrapada en lo que ya no es.
Elías la miró, entendiendo el peso de sus palabras. Había llegado un punto en el que ambos sabían que no podían seguir viviendo en el pasado, pero también era imposible negar que lo que había entre ellos no se desvanecería de inmediato. Había algo en su conexión que, por mucho que lo intentaran, nunca desaparecería por completo.
-Supongo que ambos estamos en el mismo lugar, ¿no? -dijo Elías, con una ligera sonrisa triste-. Tratando de entender qué hacer con lo que queda.
Amaya lo miró y, por un instante, sus ojos se encontraron de una manera que les recordó todo lo que habían compartido. No había palabras necesarias, solo esa mirada que decía más que mil frases. Los recuerdos volvieron, con su dulzura y su amargura, pero ya no dolían tanto como antes.
-Sí, exactamente -respondió ella, dejando escapar una risa suave. Luego, con un suspiro, añadió-: Pero no podemos quedarnos aquí, Elías. No podemos quedarnos atrapados en lo que fuimos. Tenemos que seguir adelante.
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La noche continuó en silencio entre ellos, pero esta vez no se sintió incómoda. El peso de las palabras ya había sido liberado, y aunque el futuro seguía siendo incierto, había algo de paz en el hecho de que ambos se habían escuchado, aunque solo fuera por una vez.
Cuando se levantaron para marcharse, Elías miró a Amaya con una intensidad que parecía pedirle permiso para algo que no podía nombrar. Había sido una conversación necesaria, pero también sabía que no podía exigirle nada más. Sin embargo, había algo en su corazón que le decía que tal vez, algún día, las cosas podrían ser diferentes.
Amaya caminó junto a él hasta la puerta del restaurante, y aunque sus pasos la alejaban de él físicamente, no pudo evitar sentir que aún quedaba algo en el aire entre ellos. No lo comprendía completamente, pero algo dentro de ella seguía esperando que el destino, aunque incierto, pudiera darles una nueva oportunidad.
-Cuídate, Elías -dijo Amaya, dándole una última mirada antes de girarse para irse.
Elías la observó alejarse, con la sensación de que no había cerrado completamente la puerta. Quizás, en algún rincón del futuro, había algo que todavía quedaba por escribir en su historia.