Lo Que Nunca Fuimos o Seremos

Capítulo 18: Decisiones en el aire

El reloj marcaba las seis cuando Amaya llegó a su apartamento esa noche. A pesar de la calma que había intentado mantener durante su conversación con Elías, dentro de ella todo parecía estar en caos. Había algo liberador y, al mismo tiempo, aterrador en el hecho de que, por fin, las palabras entre ellos ya no estaban siendo silenciadas por el miedo. Habían hablado, sí, pero eso no significaba que todo estuviera claro, ni que el futuro se había vuelto más predecible.

Tomó una ducha rápida, el agua caliente caía sobre su piel con una suavidad que no alcanzaba a calmar la tormenta que se había desatado dentro de ella. ¿Qué hacía con las palabras de Elías? ¿Cómo procesaba que, a pesar del tiempo y del dolor que habían compartido, él todavía estuviera dispuesto a luchar por algo que no sabía si podía existir?

La tarde siguiente, Amaya se sentó frente a su computadora para continuar con un diseño que había estado posponiendo durante días. Pero sus pensamientos seguían regresando a la conversación con Elías. Aún veía su rostro, esa mirada que había sido tan cálida y llena de esperanza. Había algo en él que la desconcertaba: la manera en que todo lo que había sucedido entre ellos no lo había hecho rendirse, sino que parecía haberlo impulsado a luchar más fuerte por lo que aún quedaba.

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Amaya caminó hacia la puerta y, al abrirla, vio a Lucía, su amiga más cercana. Lucía había sido testigo de todo lo que había pasado entre ella y Elías. Sabía de los momentos dulces, de los dolorosos, y siempre había estado a su lado.

-¿Puedo pasar? -preguntó Lucía con una sonrisa preocupada. Amaya asintió, abriéndole la puerta.

-Claro, pasa -respondió, tratando de disimular la tensión en su voz.

Lucía no tardó en notar la atmósfera pesada que había en el aire. Se dejó caer en el sillón, mirando a Amaya con esa mirada que solo una amiga cercana podía tener: sabia, directa y llena de preguntas no formuladas.

-No me digas que no has estado pensando en él -dijo Lucía con una sonrisa torcida.

Amaya se sentó en la silla frente a ella, mirando sus manos, incapaz de mirarla directamente.

-¿Cómo sabes? -respondió, intentando esconder la verdad detrás de un tono de broma.

Lucía cruzó los brazos, observando a Amaya con esa paciencia que solo los verdaderos amigos tienen.

-Porque te conozco. Te conozco bien, y sé que esas palabras de Elías no las puedes ignorar. Sé que aunque digas que no, en el fondo, hay algo que te mueve, que te hace cuestionarte todo lo que pensabas que habías dejado atrás.

Amaya suspiró, su respiración se hizo más profunda, como si necesitara el aire para encontrar alguna respuesta.

-Es complicado, Lucía. De verdad lo es. Después de todo lo que pasó, después de todo el dolor, no sé si es el momento adecuado para volver a pensar en algo con él. Pero no puedo evitar preguntarme si he cerrado la puerta demasiado rápido, o si, tal vez, lo que necesito es dejar de ser tan rígida y darle una oportunidad a algo nuevo.

Lucía sonrió, su expresión se suavizó mientras se levantaba y se acercaba a Amaya. La abrazó, dejando que su amiga se apoyara en ella, dándole el consuelo que tanto necesitaba en ese momento.

-Sea lo que sea que decidas, estaré aquí para ti. Pero recuerda, el tiempo no te obliga a tomar decisiones precipitadas. Tómate el tiempo que necesites, y cuando sientas que es el momento adecuado, lo sabrás.

Amaya cerró los ojos, sintiendo una ligera paz en medio de la confusión. Lucía siempre había sido su ancla, la que le recordaba que podía permitirse ser vulnerable, que no tenía que tener todas las respuestas de inmediato. Quizás, después de todo, no era necesario apresurarse. Podía darle espacio a su corazón, permitirle sanar un poco más antes de decidir si quería abrirlo nuevamente para Elías.

Esa misma noche, después de la visita de Lucía, Amaya se acostó temprano. El sueño llegó lentamente, pero antes de cerrarse los ojos, una imagen se formó en su mente: la de Elías, sonriendo suavemente, como si hubiera algo más esperando ser descubierto entre ellos. Esa imagen la acompañó en su sueño, y cuando despertó a la mañana siguiente, sabía que no podía continuar ignorando lo que sentía.

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Por su parte, Elías también había tenido una noche inquieta. Se había quedado pensando en la conversación con Amaya, y aunque su corazón había sentido un alivio momentáneo al saber que no estaba completamente cerrado a la idea de un futuro juntos, también comprendía que ella necesitaba tiempo. A veces, lo más difícil no era saber lo que uno quería, sino aceptar lo que el otro necesitaba.

Con esa idea en mente, Elías decidió que lo mejor sería darle a Amaya el espacio que necesitaba. No iba a presionarla, pero tampoco podía quedarse con las manos vacías. Sabía que, de alguna manera, lo que sentía por ella seguía allí, esperando a ser reclamado.

Mientras caminaba por las calles de la ciudad, con el sol iluminando sus pasos, pensó en lo que le había dicho a Amaya: no le estaba pidiendo nada, solo que supiera que aún quedaba una chispa. Y esa chispa, aunque pequeña, podría ser suficiente para encender algo nuevo, si ambos se atrevían.

Elías sabía que no importaba cuántas veces se caigan, lo que realmente contaba era levantarse. Y, por el momento, su corazón no estaba dispuesto a rendirse.




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