Amaya no supo en qué momento comenzó a pensar de nuevo en "nosotros". En lo que podría pasar, en lo que tal vez aún quedaba por escribir. Pero lo cierto era que después de ver a Elías en la galería, su mundo volvió a tambalearse. No como antes... no con dolor. Sino con una extraña mezcla de vértigo y deseo.
Durante días, volvió a soñar con él. Y no con el pasado, sino con versiones posibles de un futuro que aún no sabía si podían construir juntos.
Por su parte, Elías se sumergió en sus fotos con una energía renovada. Pero esta vez no eran paisajes lo que buscaba capturar. Comenzó a fotografiar emociones. Momentos simples. Personas que se miraban con ternura en la calle. Una anciana sonriendo sola en un parque. Un padre levantando a su hija en medio de una fuente.
Quería entender. Quería sentir. Y quería mostrarle a Amaya que esta vez, no se trataba solo de querer estar... sino de saber quedarse.
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Una tarde cualquiera, Amaya salió del trabajo y encontró a Elías esperándola. No había flores ni palabras rebuscadas. Solo él, con una mirada serena y una propuesta.
-¿Te gustaría tomar un café? -preguntó.
Ella dudó por un segundo. Pero asintió.
Se sentaron en una cafetería pequeña, esa que tanto le gustaba a ella por su decoración vintage y su café con canela. Hablaron de todo y de nada. Del clima, de películas viejas, de cómo habían cambiado sus rutinas desde que dejaron de verse. Era extraño y cómodo al mismo tiempo. Como si el universo les estuviera dando una segunda oportunidad, pero sin presionarlos.
-¿A veces piensas en nosotros? -preguntó Amaya, bajando la mirada hacia su taza.
Elías no tardó en responder.
-Todo el tiempo. Pero no en lo que fuimos... sino en lo que aún podríamos ser.
Amaya levantó la mirada. Sus ojos tenían esa mezcla de miedo y esperanza que solo alguien que ha amado de verdad puede mostrar.
-Tengo miedo de volver a romperme, Elías.
-Y yo tengo miedo de volver a perderte -respondió él, con sinceridad cruda-. Pero si vamos a intentarlo, quiero que esta vez no se trate de correr o huir. Quiero que lo hagamos lento, real, con las heridas al aire si es necesario... pero sin máscaras.
Ella se quedó en silencio por un momento, procesando sus palabras. Luego, sonrió apenas.
-Entonces empecemos por el principio.
-¿Cuál es el principio? -preguntó él, curioso.
-Una amistad -dijo ella, levantando su taza como si brindara-. Pero esta vez... una verdadera.
Y Elías aceptó. Porque entendía que a veces, amar a alguien también significa aprender a esperarlo.
Ese fue el inicio de algo nuevo. Tal vez no eran novios. Tal vez no sabían hacia dónde iban. Pero ambos sabían que ya no estaban caminando solos.
Y a veces, eso basta para volver a creer.