Lo Que Nunca Fuimos o Seremos

Capítulo 22: Cuando el corazón se atreve

Los días siguientes se sintieron distintos. Amaya lo notaba en los pequeños gestos: en cómo Elías la escuchaba sin interrumpirla, en cómo la miraba cuando pensaba que ella no lo veía, en cómo sus mensajes aparecían justo cuando su día estaba por derrumbarse.

Una tarde de viernes, Elías le envió un mensaje corto.

> Elías:
Esta noche. A las 7. Ropa cómoda. No preguntes. Solo ven.

Amaya sonrió. Lo conocía lo suficiente para saber que cuando él planeaba algo, no era cualquier cosa. A las 7 en punto, salió de casa sin saber adónde iba, pero con el corazón latiéndole un poco más fuerte de lo normal.

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La llevó en auto hasta las afueras de la ciudad. El cielo estaba teñido de naranja y violeta por el atardecer, y el aire tenía ese olor a tierra fresca que ella amaba.

-¿Dónde estamos? -preguntó al bajarse.

-Ya verás.

Caminaron por un sendero entre árboles hasta llegar a un claro abierto. Allí, Elías había preparado algo mágico: una manta sobre el pasto, luces colgantes entre los árboles, una pequeña bocina con música suave... y, sobre todo, una exposición improvisada de sus fotografías más íntimas: fotos que jamás había mostrado a nadie.

-Esto... ¿todo esto lo hiciste tú? -preguntó ella, casi sin aliento.

Él asintió.

-Quería que vieras el mundo a través de mis ojos. Y que vieras cuánto de ti hay en él.

Amaya se quedó en silencio, caminando entre las fotos. En cada una de ellas, sentía algo distinto: paz, ternura, nostalgia... amor.

Y fue allí, en ese momento tan real y tan simple, que Elías la miró y lo supo.

-Estoy enamorado de ti, Amaya. Lo estoy desde antes de que supiera lo que significaba realmente amar.

Ella sintió que el mundo se detenía por un instante. Iba a responderle, pero justo en ese momento, su teléfono vibró.

Era un número desconocido. Dudó, pero contestó.

-¿Señorita Amaya? Le hablamos del hospital San Gabriel... su madre ha sido ingresada de urgencia. Necesitamos que venga lo antes posible.

Elías vio cómo su rostro cambiaba, cómo todo se desmoronaba en segundos. Ella colgó sin decir palabra, temblando.

-¿Qué pasó? -preguntó él, acercándose.

-Mi mamá... -susurró ella-. Está en el hospital.

Él no dudó ni un segundo.

-Vamos. Estoy contigo.

Esa noche, las luces quedaron colgando solas en el bosque. Las fotos quedaron bajo la luna. Y aunque el momento había sido interrumpido, algo quedó claro: lo que estaban construyendo era más fuerte que cualquier pausa inesperada.

A veces, la vida golpea justo cuando uno empieza a sanar... pero también es ahí donde se pone a prueba quién realmente se queda.

Y Elías no pensaba irse.




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