Lo Que Nunca Fuimos o Seremos

Capítulo 24: Las cosas que nunca dijimos

El hospital seguía oliendo a desinfectante y silencio. Carmen dormía en la habitación 304, conectada a varios monitores, pero estable. Amaya se quedó en el pasillo, sentada junto a la máquina de café, esperando a que su madre despertara por la mañana.

Natalia apareció con dos cafés en la mano.

-¿Te gusta con leche, verdad? -preguntó con voz suave.

Amaya la miró y dudó. Luego asintió en silencio.

Tomó el café, y por un instante, ninguna dijo nada. El pasado flotaba entre ellas como un fantasma no exorcizado.

-Pensé que no te volvería a ver -dijo Amaya al fin.

-Yo también lo pensé... -respondió Natalia, mirando al suelo-. Pero cuando me enteré lo de mamá... sentí que no podía seguir huyendo.

-¿Y por qué huiste en primer lugar? -preguntó Amaya, sin disfrazar el dolor en su voz.

Natalia suspiró.

-Porque me sentía asfixiada. Porque mamá siempre quiso decidir por nosotras. Porque sentí que si no me iba... nunca iba a encontrar quién era.

-¿Y lo encontraste? -preguntó Amaya, alzando una ceja.

Natalia sonrió con tristeza.

-No lo sé. Pero sí supe que ninguna huida me iba a devolver lo que dejé atrás... como a ti.

Amaya bajó la mirada. Las palabras de su hermana removían algo que creía enterrado.

-Yo también me perdí un poco, Nati -susurró-. Pero estoy empezando a encontrarme... y no quiero perder eso otra vez.

Natalia le tomó la mano, con torpeza, como si no supiera si tenía derecho a hacerlo. Pero Amaya no la apartó.

-¿Podemos empezar de nuevo? -preguntó Natalia.

Amaya dudó. Pero en el fondo, sabía que esa era la respuesta correcta.

-Sí. Pero esta vez... hablemos. Aunque duela.

Natalia asintió, y por primera vez en años, las dos hermanas se sintieron menos extrañas.

Más tarde, Amaya salió del hospital. Elías la esperaba en su auto. La miró con ternura apenas la vio.

-¿Cómo estás?

Ella suspiró, dejándose caer en el asiento.

-Agotada. Rota. Un poco reparada... ¿Es posible sentirse todo eso a la vez?

Elías sonrió.

-Sí, cuando estás aprendiendo a vivir otra vez.

Amaya lo miró. Su corazón se aceleró. Y sin pensarlo demasiado, le tomó la mano.

-¿Podemos ir a algún lugar? No a casa. No al hospital. Solo... un lugar donde nadie espere nada de mí.

Él asintió.

-Tengo el lugar perfecto.

Elías la llevó a su pequeño departamento en el centro. Tenía un balcón lleno de plantas, música suave sonando y ese olor a café que tanto la reconfortaba.

Allí hablaron por horas. Rieron. Lloraron. Se contaron cosas que nunca habían dicho en voz alta.

Y esa noche, no hicieron promesas. No hablaron del futuro. Solo se permitieron estar. Compartirse. Sin máscaras.

Amaya durmió por primera vez en días. En paz. Con la cabeza en el pecho de Elías, y el corazón latiendo con un ritmo distinto: uno que ya no huía, sino que comenzaba a quedarse.




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