Los días siguientes fueron un vaivén de emociones para Amaya. Carmen había comenzado una lenta pero notable recuperación, Natalia se quedaba más tiempo en casa y todo parecía ir tomando un curso más amable... hasta que una mañana, al llegar al hospital, Amaya encontró a su madre sonriendo con alguien que no esperaba ver.
-Amaya -dijo Carmen con una voz animada-. Mira quién vino a visitarme.
Amaya se detuvo en seco.
-Iván.
Él se levantó con su sonrisa falsa perfectamente colocada.
-Pasé por casualidad. Escuché que Carmen estaba mejor y... quise verla. Después de todo, siempre fue como una madre para mí.
Carmen asintió, tocándole el brazo con cariño.
-Es cierto. Iván fue parte de la familia un tiempo. Me alegra verte bien, hijo.
Amaya sintió un nudo formarse en la garganta. Miró a su madre, y aunque entendía su buena intención, no podía permitir que él volviera a infiltrarse así de fácil.
-¿Podemos hablar un momento? -le dijo a Iván, llevándolo fuera de la habitación.
Cuando estuvieron solos en el pasillo, lo enfrentó.
-¿Qué juego estás jugando?
-Ninguno. Solo me importas, Maya. Y sé que, en el fondo, aún no has cerrado lo nuestro.
-Te fuiste. Me abandonaste sin una explicación. No aparezcas ahora pretendiendo que me importas.
Iván la miró, con esa mezcla de arrogancia y nostalgia que tan bien manejaba.
-¿Estás segura de que lo superaste? Porque si es así... ¿por qué tiemblas?
Amaya se dio la vuelta, sin darle la satisfacción de responder.
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Esa noche, mientras Amaya intentaba actuar con normalidad en casa de Elías, él no pudo ignorar su distracción.
-¿Qué pasó hoy? -preguntó mientras cocinaban juntos.
-Nada importante -dijo ella, evitando su mirada.
Pero él no era ingenuo.
-¿Tiene nombre ese "nada importante"?
Amaya se quedó en silencio unos segundos antes de suspirar.
-Iván. Fue al hospital. Está intentando acercarse a mi mamá... y a mí.
Elías se quedó en silencio. Bajó el fuego de la estufa y se acercó a ella.
-¿Quieres que me mantenga al margen o quieres que esté contigo para enfrentarlo?
Ella lo miró, vulnerable.
-No quiero que esto te afecte. No quiero perder lo que estamos construyendo.
Él le acarició el rostro.
-Entonces no lo perderemos. Estoy contigo, Amaya. Pase lo que pase.
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Pero Iván no iba a detenerse. Había perdido una vez... y no estaba dispuesto a hacerlo otra vez.
Y Carmen, sin saber del todo la historia, empezaba a darle espacio en su recuperación.
Elías lo sabía: los enemigos más peligrosos no siempre llevan una amenaza en los labios, sino una sonrisa en el rostro.
Y la guerra, sin que nadie lo advirtiera, acababa de comenzar.