Dos años después...
El departamento ya no era solo de Elías. Ahora tenía plantas en las ventanas, una cafetera italiana en la cocina, libros de psicología junto a novelas románticas en la estantería... y una taza con el nombre "Dra. A." grabado con cariño.
Era domingo, y el sol entraba tibio por los ventanales. Amaya salía de la ducha con una toalla enredada en el cabello, mientras Elías preparaba panqueques... como cada domingo.
-¿Sabes qué me encanta de ti? -preguntó ella, abrazándolo por la espalda.
-¿Qué? -dijo él, sonriendo mientras giraba la sartén.
-Que nunca se te quema el desayuno... aunque yo llegue a distraerte.
Él rió bajito, besando su mejilla.
-Eso es amor. O instinto de supervivencia.
-O práctica -bromeó ella, robándole un trozo de panqueque.
Se sentaron en el suelo de la sala, entre cojines y una manta, comiendo sin prisa. Afuera llovía, pero dentro, todo estaba en paz.
-¿Te imaginas hace tres años? -preguntó ella-. Si alguien me hubiera dicho que estaría aquí, contigo, tan... feliz.
-No lo hubieras creído -respondió él, mirándola con ternura.
-No. Pero qué bueno que no lo supe. Porque así lo viví todo. Aprendí, caí, y cuando estuve lista, llegaste tú.
Elías acarició su pierna con suavidad.
-Tú llegaste a mí también, Amaya. No como salvación, sino como hogar.
Ella se inclinó y lo besó, con ese amor tranquilo que no necesita demostrar nada. Porque ya lo es todo.
Y mientras la lluvia seguía cayendo, los dos supieron que no necesitaban grandes gestos ni finales épicos. Solo bastaban los domingos lentos, las risas compartidas, y ese amor que no gritaba... pero lo decía todo.