Lo Que Nunca Fuimos o Seremos

Extra 3: El primer latido de nuestro futuro

El hospital estaba en completo silencio, salvo por el murmullo lejano de enfermeras y doctores en el pasillo. Elías estaba sentado junto a la cama de Amaya, sujetando su mano con firmeza. Ella lo miró, su rostro una mezcla de cansancio y anticipación.

-Estoy tan nerviosa... -dijo ella, con una leve sonrisa, mientras apretaba su mano.

-Tú puedes, Amaya. Lo hemos esperado. Estamos listos. Yo estoy listo. -Elías besó su frente con suavidad, su mirada llena de confianza.

Ella cerró los ojos, respirando hondo. Sabía que en ese momento estaba a punto de cruzar un umbral que cambiaría todo para siempre, pero lo haría con Elías a su lado, con la misma tranquilidad que siempre le había dado.

-Estoy lista -susurró, abriendo los ojos.

La enfermera entró, con una sonrisa cálida, y comenzó a prepararla para el momento final. Todo se movió rápido, pero en su interior, el tiempo parecía haberse detenido. Solo existían ella, Elías y ese pequeño ser que crecía en su vientre.

Cuando la doctora le indicó que era el momento, Amaya se tensó un poco, pero la voz de Elías, calmada y amorosa, la envolvió.

-Te amo, siempre estaré aquí. No te preocupes. Vamos a ser una familia, ¿recuerdas?

Amaya asintió, y con un último esfuerzo, escuchó el primer llanto de su bebé. Un llanto fuerte, lleno de vida, como si el mundo estuviera celebrando el comienzo de algo nuevo.

-Es una niña, Amaya... es nuestra hija -dijo Elías, con la voz entrecortada, los ojos brillando de felicidad.

Amaya no pudo contener las lágrimas. Era una mezcla de agotamiento, alegría y amor. Sintió el peso del bebé en sus brazos, tan pequeño, tan perfecto. Miró a Elías, quien se inclinó sobre ella, ambos observando el rostro de su hija como si fuera el primer amanecer de sus vidas.

-La llamaremos Valeria -dijo Amaya, sin pensarlo demasiado.

-Valeria... como nuestra promesa -respondió Elías, sonriendo entre lágrimas.

Y en ese momento, el mundo se redujo a tres: ellos, su hija, y el futuro que ahora comenzaba.

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Los días que siguieron fueron una mezcla de risas, llantos y primeros aprendizajes. Elías se convirtió en el padre más atento, siempre cerca, siempre dispuesto. Amaya, por su parte, sentía una conexión indescriptible con su hija, algo que solo el amor puede explicar.

El primer día que Valeria sonrió, Elías estaba junto a la cuna, sujetándola suavemente con ambos brazos. Amaya los observaba desde la puerta, sonriendo, mientras Elías susurraba:

-Siempre supe que lo mejor de nosotros llegaría en el momento justo.

Amaya se acercó, se inclinó sobre él y besó a su hija en la frente.

-Lo mejor de nosotros es ella -dijo en voz baja.

Elías asintió, sintiendo que su corazón no cabía de felicidad. Nunca antes había sido tan consciente de lo que significaba ser familia.

Y mientras observaban a Valeria dormir plácidamente, Amaya y Elías sabían que, aunque no todo había sido perfecto en su camino, la vida los había llevado a este momento, juntos, para siempre. Habían creado su propio final feliz.




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