Lo que nunca sabras

El principio del principio

costumbre de separar escrupulosamente las alubias del arroz o el tofu de su estofado con pasta de soja y vivía en Hwagok-dong con su abuela materna, la hermana gemela de esta última y Eun-seong, su hermana mayor. La casa en que vivían, una de las tantas viviendas de dos plantas, todas iguales, edificadas por el mismo promotor inmobiliario, se hallaba al final de una callejuela estrecha. Su madre las visitaba una vez a la semana y su padre, una vez al mes.

Aquel día, por primera vez en su vida, Sang-ho llegó en su coche y aparcó justo delante de la casa. Por lo general, acostumbraba telefonear cinco minutos antes para dar tiempo a que Hye-seong y su hermana salieran de casa y se dirigieran andando hasta el lugar donde él los esperaba. Pero ese día, cuando Hye-seong, que estaba en el suelo haciendo las tareas que le habían dado en la escuela para las vacaciones de verano, abrió la puerta se topó con su padre. Hye-seong le hizo una profunda reverencia; había visto a su padre por última vez hacía dos semanas. Sang-Ho, que, pese al calor que hacía, se había puesto una chaqueta y tenía el cutis lustroso y perlado de sudor, le acarició torpemente la cabeza. La repentina visita de su exyerno puso nerviosa a la abuela, quien apenas podía ocultar su disgusto. La tía abuela, en cambio, trajo café helado con azúcar y se lo ofreció. Sang-ho se sentó en un extremo del sofá con las rodillas pegadas y bebió el café de un sorbo. No se quitó la chaqueta. La tía abuela dirigió el ventilador a la cintura de su invitado y lo dejó fijo para que el aire le diera de lleno.

—¡Eun-seong, ha llegado tu padre!

Aunque era imposible que no se hubiera enterado, Eun-seong no se había movido de su cuarto.

—Ay, Dios mío, seguro que se ha quedado dormida. Hace un rato bostezaba —dijo la tía abuela a modo de disculpa.

—Está bien. —Sang-ho hizo un gesto con la mano indicando que no tenía importancia. Miró los libros abiertos en el suelo—. ¿Cómo te va en el colegio? —le preguntó a Hye-seong.

—Son mis vacaciones de verano... —dijo el niño con una voz muy fina, aunque a él le hubiera gustado que sonara fuerte y gruesa.

—Ya —suspiró Sang-ho.

La abuela, que estaba sentada en el suelo, casi en el límite de la habitación, habló por fin:

—Entonces... ¿ha dado a luz?

—Sí, ayer.



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En el texto hay: misterio, violecia

Editado: 08.07.2024

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