Lo que nunca sabras

El principio del principio

Era evidente que no hacía un mes que estaban saliendo. Hye-seong sabía que Eun-seong no era la clase de chica que fuera a clavarse un cuchillo en el corazón. No sería capaz ni de pasarse un cuchillo por la palma de la mano por miedo a cortarse la línea de la vida.

—Está bien —dijo Hye-seong tratando de no parecer demasiado indiferente—. Lo hace a veces. Puedes marcharte si quieres.

—Oye, aguarda —lo interrumpió el hombre—. Eh, Jennifer, ¿qué haces? No hagas eso...

Un débil grito de mujer resonó como un eco en la línea y perdió la conexión.

Hye-seong cerró su móvil con desgana. Entrecruzó los dedos y estiró los brazos. Aún tenía agarrotados los músculos de la espalda. Su cuarto le pareció vacío y grande.

No pudo comunicarse con Eun-seong. Lo único que se oía era el mensaje diciendo que su móvil estaba apagado. Recogió su abrigo del suelo. A veces deseaba ser un caído del cielo y no tener parientes de ninguna clase. O que los habitantes del mundo fueran todos extraños entre sí. Con pereza, pasó los brazos por las mangas de su chaqueta. La olió, pero no tenía un olor reconocible. Miró el reloj de pared: las diez menos cinco. La casa estaba en silencio. La mañana del domingo se hacía cada vez más profunda, como los sueños.

* En coreano, el apellido se antepone al nombre.



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En el texto hay: misterio, violecia

Editado: 08.07.2024

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