Lo que nunca sabras

Paladar delicado

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Paladar delicado

En plena noche, Eun-seong se hallaba sentada de cara a la cocina cuando otra vez un hombre le estaba diciendo que iba a dejarla.

—Creo que necesito estar solo...

Esta vez, la única diferencia era que el hombre se hallaba a sus espaldas y le hablaba a la nuca. Un tío tímido le había transmitido su mensaje por teléfono, uno cobarde lo había hecho por mensaje de texto y otro, que carecía de modales, sencillamente había desaparecido. Pero era la primera vez que sucedía de esa forma: un ataque sorpresa. Eun-seong contuvo un instante la respiración, como si le hubieran dado un golpe en la nuca. Estrujó el sobre de sopa de fideos ramen que tenía en la mano; era a lo único que podía agarrarse.

No hubo problemas, como Eun-seong ya intuía. Steve era un profesor en una academia de inglés a la que ella había asistido una temporada. No era de esos tíos populares entre las estudiantes. Era serio y de buen carácter. Tenía cara cuadrada y mentón prominente, y utilizaba gafas de montura al aire y camisas con las puntas del cuello abotonadas que llevaba siempre cerradas hasta arriba, como un aburrido seminarista. Eun-seong no se había fijado en él al principio, hasta que empezó a tener serias discusiones con su novio del momento. Eun-seong decidió cortar con su ex cuando empezó a salir con Steve y a verlo fuera de clase. Era un mecanismo de defensa bastante estúpido, pero propio de ella. Lo hacía cada vez que debía enfrentarse a una ruptura. No conocía otra forma de cambiar las cosas.

Lo pasaban muy bien juntos y un buen día Steve se le declaró. Se había presentado en casa de Eun-seong con una pizza a la salida del trabajo. La comieron juntos y bebieron una mezcla de vino y cerveza que ella tenía en la nevera. Eun-seong se emborrachó enseguida, pero no tanto como para perder el control.

Por supuesto, después de esa declaración habían discutido. La típica pelea por una tontería. Por ejemplo, cuando Eun-seong había retirado las

verduras de su pizza, como hacía siempre, Steve frunció el ceño.

—¿Qué haces? Antes pruébalas.

—Déjame en paz.

—Te sentarán bien, y son sabrosas. Setas, maíz, pimiento rojo y cebolla. Cierra los ojos y trágalas.

Había insistido en ello, de una manera inusual en él, y ella se había enfadado.

—¿Qué pasa hoy contigo? No fastidies, el error ha sido tuyo. ¿Por qué has traído una pizza con verduras si sabes que no me gustan?

—Olvídalo —repuso él; suspiró y no dijo una palabra más.

Eun-seong detestaba que no le hablaran.

—¿De qué vas, tío? Has empezado tú, ¿y ahora me tratas así, me ninguneas?

Siguió callado.

—¡No tienes derecho! ¡Di algo, cobarde!

—Estoy cansado.

—No me mientas. Te noto raro estos días. ¿Hay otra? ¿En el colegio? ¿Es eso? —Y rompió a llorar de pura rabia.

Steve no era precisamente carismático, pero era bueno, y la abrazó arrepentido. Se acostaron y tuvieron sexo sin preliminares. Como Steve se mostró más apasionado que nunca, Eun-seong se sintió mejor. Él no se disculpó, pero ella, magnánima, lo perdonó. Después de la ducha poscoito, se sintió bien despejada; ya no estaba borracha, pero le apetecía comer algo. La pizza estaba fría y dura. Se ofreció a preparar un poco de ramen para los dos.

—No lo hagas, es casi la una de la madrugada —dijo Steve.

Que su novio se mostrara tan atento la enterneció. No le hizo caso y llenó una olla con agua.

Entonces, mientras la olla silbaba en el fuego, él le dijo que quería cortar.

—No es por tu culpa. Soy yo.

Todos los tipos que la habían dejado solían darle excusas similares. Eran en extremo hipócritas. Eso la humillaba y le destrozaba el corazón.

—¿Es porque no comí las verduras?

Steve no pudo esconder su confusión, como si hubiera visto a alguien orinando en un andén.

—No, nada de eso.

—Entonces, ¿cuál es el problema? Deberías decirme el motivo, el verdadero, ¿no?

—Se ha vuelto muy difícil para mí —respondió nervioso y frunciendo el ceño.



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En el texto hay: misterio, violecia

Editado: 08.07.2024

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